Leer Escuela o barbarie (editado por Akal y firmado por los profesores y filósofos Carlos Fernández Liria, Olga García Fernández y Enrique Galindo Fernández), no es tarea fácil: es un libro de educación, dirigido a docentes y, en general, a todo el que tenga interés por estos asuntos; pero es también una provocación, de las buenas, de las que no puedes ignorar sin más o eludir con una respuesta fácil.
Los autores, diseccionadores de nuestro momento social, críticos por formación y militancia de nuestra vida educativa y finos racionalistas de herencia ilustrada nos presentan esta provocación desde una serie de análisis poco habituales en el mundo docente y que podemos sintetizar en varios frentes:
• La batalla por la escuela pública en el siglo XXI debe posicionarse contra los grandes problemas sociales, económicos y culturales que ha generado el capitalismo. Debe combatirlos y transformar la sociedad. Esta transformación tiene como base la defensa del conocimiento, de la instrucción. Para hacerlo debemos recuperar lo mejor de la Ilustración, en la estela de reflexiones ya elaboradas por Fernández Liria en trabajos anteriores. Haciendo acopio de la gran tradición del pensamiento ilustrado y su correlato en la Revolución Francesa debemos restaurar y conservar para el común la res publica los principios, los valores, las instituciones que nos permitan las condiciones de posibilidad de la democracia en su sentido pleno y de las reflexiones y los proyectos que ésta pueda construir desde lo más valioso que tiene el ser humano, la razón. Un sistema educativo público deberá, por tanto, partir de esta premisa y construirse republicanamente para facilitar esta labor.Escuela y barbarie es un libro necesario, escrito desde el rigor y el compromiso, desde la mejor tradición docente y la mejor militancia actual de la izquierda. También desde la urgencia. Por eso también está dedicado por los autores a sus alumnos, especialmente a ellos.
• La pedagogía actual y sus métodos, con los habituales aditamentos tecnológicos, no pueden ser la base de un conocimiento para el bien común en el sentido enunciado anteriormente. Hemos asumido que la educación mejorará si enseñamos “mejor”, signifique lo que signifique esto para los expertos en “enseñar a enseñar”, y nos hemos dejado por el camino si debemos enseñar algo. Contundentes con las modas educativas innovadoras (y algunas ya viejas) como el Aprendizaje basado en Proyectos y las técnicas de reforma conductual como el coaching y la psicología positiva, nacidas de la mano de los proyectos económicos y de ingeniería social del neoliberalismo, los escritores nos muestran las relaciones enmascaradas entre el paradigma pedagógico vigente y los intereses corporativos que realmente defiende y que, además, permearon, uno y otros, perversamente, en las concepciones de los que se situaban y se sitúan en la lucha contra la mercantilización de la escuela pública: si alguien, es decir, la izquierda, quiere luchar contra el neoliberalismo, difícilmente podrá hacerlo asumiendo los discursos pedagógico-educativos que por muy “biensonantes” que sean, nacen del FMI, la OCDE, la Unión Europea o la exposición de motivos de la LOMCE… No podrá hacerlo defendiendo el “aprendizaje para toda la vida”, la automotivación, el emprendimiento, y, en general, toda la jerga de las autodenominadas “ciencias de la educación”.
• El conocimiento, el saber real, racional, científico, en base al análisis y la reflexión serena, materializado en las diferentes ciencias y en la filosofía, tienen que ser la referencia en la que se asiente, de verdad, con orgullo, un sistema educativo público como los autores defienden a lo largo de su obra. No podemos concebir una educación para nuestra sociedad, una instrucción para nuestros alumnos, con el rigor necesario y con la contundencia debida para enfrentarnos al futuro, que colabore con el disparate actual en el que el centro de todo parece estar en una extraña mezcla entre el “todo vale” y la “gente tiene derecho a ser feliz”. Poca felicidad habrá en nuestro futuro sin saber, sin esfuerzo, sin tradición que conserve lo que debemos conservar: el valor de la razón, la belleza de la verdad, la justicia de una causa noble por la que luchar…ineludiblemente desde la izquierda, inevitablemente con un discurso de clase.
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