“Cuando salgo a la pizarra me pongo muy nervioso porque veo las letras diferentes, las coloco al revés, me las como, y algunas es como si flotaran”, contó mi hijo Samuel en una carta que escribió cuando tenía 10 años. “No es que sea raro, ni vago, ni que no tenga ganas de aprender”. Lo que le pasaba a Samuel era eso que le pasa al 15% de los españoles: tenía dislexia.
Me llamo Araceli Salas, madre de Samuel y de otro hijo disléxico, educadora infantil, psicomotricista y portavoz de FEDIS (Federación Española de Dislexia y otras DEA -Dificultades Específicas de Aprendizaje-). Samuel no fue diagnosticado de dislexia hasta los 9 años y medio. Antes no sabíamos lo que le pasaba. Pasamos por oculistas, pediatras, logopedas… Estábamos muy perdidos y sufrimos mucho viendo cómo a Samuel todo eso le iba minando su autoestima.
Muchos de los fracasos escolares tienen su origen en la dislexia, un trastorno del aprendizaje que no debería tener más trascendencia pero que se acaba convirtiendo en una espiral destructiva para toda la familia (acoso, depresión, baja autoestima...). Por eso es hora de prestarle la atención que se merece.
En 2006 la LOE (Ley Orgánica de Educación) estableció el Título II destinado a la Equidad en la Educación, que era una de las asignaturas pendientes de nuestro sistema educativo. Y en 2013 conseguimos que la LOMCE incorporara a ese Título II una Sección cuarta sobre el “Alumnado con dificultades específicas de aprendizaje”. Pero estos avances siguen siendo insuficientes. Es necesario incluir en ese artículo de la ley las posibles adaptaciones de metodología, de evaluación y de exclusión de materias que proponemos, y la garantía de la continuidad de los niños con dislexia y otros DEA en el sistema educativo. [lee el texto que proponemos abajo, donde pone "ver la carta"]
No podemos admitir que en las Comunidades Autónomas se interprete de manera diferente la situación de estos estudiantes. Es cruel, discriminatorio y excluyente. Nuestros niños y niñas tienen que tener los mismos derechos en todo el territorio español. Acabar con este vacío legal ni siquiera tiene un coste elevado: es solo es cuestión de voluntad e implicación política.
A mis hijos siempre les he dicho que no son ellos los que fracasan sino que es el sistema el que fracasa con ellos. Otros países como EEUU, Finlandia, Suecia, por ejemplo, tienen especialistas que favorecen el diagnóstico temprano de la dislexia. Si se identifican y se valoran a tiempo las necesidades de estos niños, la intervención será más rápida y mejor, se evitará la discriminación y se favorecerá la adaptación curricular que necesitan.
¡Basta ya de barreras! Nuestros hij@s ni son tont@s ni son vag@s; solo procesan la información de manera diferente: pueden tener dislexia, discalculia, disgrafía, disortografía, dispraxia... y aprenden porque tienen capacidad y se esfuerzan, pero aprenden de otra forma. Y por eso también hay que enseñarlos de otra forma. Corresponde a las administraciones educativas proponer las adaptaciones que a ellos les hacen falta. Tanto en su metodología de aprendizaje como en la forma de evaluarlos.
Necesitamos urgentemente que nuestros políticos hagan algo por nuestros niños y niñas; necesitamos leyes que protejan a nuestros pequeños de un sistema obsoleto, basado en modelos de aprendizaje que no están pensados para ell@s. No puede ser que, por culpa de la falta de normas claras, se les destroce la vida a unos críos; ¡infancia solo tenemos una y tienen todo el derecho a vivirla feliz como los demás!
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