El
triunfo de TRUMP dificultará los procesos de democratización social
El humanismo vende menos
cuando el miedo favorece a los más fuertes. Crecerá la desregulada libertad de
mercado y será más difícil lograr una educación mejor para todos.
El primer miércoles después del domingo de este 2016 presagia un
clima social más duro y complicado de lo que era. Ha convulsionado la Bolsa, pero el dinero
pronto se recolocará, más tranquilo seguramente. Trayectorias y afanes de muchas personas y
organizaciones pro derechos humanos o reivindicativas de una sociedad más
equitativa, ya se ven afectadas. No obstante, los apocalípticos y quienes vieron en TRUMP un
caudillo se han confortado con que el 53% de los votantes masculinos y el 42%
de los femeninos -58% blancos y
el 8% negros, 29% latinos y 29% asiáticos- le hayan elegido para presidente
nº 45 de los EEUU a partir del 20 de enero de 2017. Y, de añadido, porque a los
306 votos electorales (cuando sólo le hacían falta 270), los republicanos han
obtenido el control de las
dos cámaras del Congreso, con 239 congresistas y 51 senadores.
47,5% de votantes
El conglomerado de votantes que ha apoyado a quien podrá gobernar
prepotentemente, con muchos menos contrapoderes de los que ha tenido Obama, es más amplio -casi medio país- si se tiene en
cuenta el discurso machista, xenófobo, belicista, proteccionista,
aislacionista, hipernacionalista y sionista que ha desarrollado el futuro
presidente en su campaña. Las decisiones de voto son complejas y no puede
decirse explícitamente que los 59.618.815 que han apoyado al candidato triunfante coincidan con él en su forma de ver el mundo. Pero no
han tenido problema en escoger a TRUMP para representarles pese a sus excesos
verbales y gestuales. Le han convertido en héroe y se avecina así un ambiente
político muy enconado. Cuando menos, este 58 mandato presidencial norteamericano
será similar al de Reagan, prosiguiendo el asalto neoliberal al Estado que dejó
analizado John Kenneth Galbraith. En La cultura de la satisfacción, se puede releer –aunque escrito en 1992- qué
hará TRUMP con los impuestos y quiénes vayan a ser sus beneficiarios. Nada
impide –pese al amago
de discurso apaciguador último- que su gestión adopte pronto decisiones en
que los adjetivos de que tanto ha hecho gala se acaben quedando cortos porque,
en el afán porque los derechos de los ricos no sean compartibles, puede ser más
energúmeno.
El primer efecto inmediato de la elección presidencial es que el
país –y en no poca medida el mundo occidental- ha quedado dividido en dos, con
una atmósfera propicia para la tormenta perfecta. La diferencia de 216.338 votantes a favor de Hillary, que la
ley electoral americana no contempla, acentúa la división social. Y ya hemos
asistido a lo que puede ser un mal síntoma de este mandato: abundantes
manifestaciones urbanas en contra del recién elegido. Al margen de las
frustraciones que unos y otros votantes hayan querido expresar con su voto –y
que ojalá se apacigüen-, los más hundidos seguramente son cuantos han
considerado objetivo de sus vidas la mirada compasiva hacia sus semejantes, que
el género humano en su totalidad de hombres y mujeres se sienta igualitario o
que es factible un mundo más justo. Pese a los débiles avances de sus luchas, estarán
sintiendo que la Historia retrocede en la secuencia evolutiva. La propia
Tierra, si el triunfador de las elecciones americanas saca adelante sus
invectivas, acusará el rápido paso de mal a peor. Derribar es fácil y
organizaciones como Heritage
Foundation no se privarán de lograr que ese tránsito sea más rápido.
¿Paletos y analfabetos?
En esta victoria
republicana inesperada para medios y encuestas, es relevante la
consideración de los votantes que han elegido a TRUMP. Los análisis a posteriori más bien indican incapacidad
predictiva. Hacer ahora comparaciones
entre el Medio Oeste y las grandes metrópolis del Este y Oeste, en un país tan
grande y variado en que sólo contaran a la hora del voto los en apariencia más
cultos y sofisticados, implica abundantes prejuicios frente a la importancia
del indudable cabreo existente en una parte sensible de votantes. Al señalarles
ahora, los apacibles lectores aburguesados pueden sentirse tranquilos, pero
sigue contemplando a “los otros” como extraños. Muy expresivo es, por ejemplo,
que se califique a los votantes de TRUMP supuestamente
como “paletos”.
Sería mejor callarse. Este comodín preserva una supuesta
superioridad moral o cognitiva de quien lo diga, pero no explica nada. Cosifica,
pero no desvela los porqués de lo que esté pasando con un malestar social
creciente e inatendido. Cuando España era mucho más rural, “paleto” y “cateto”
eran insultos reservados por algunos urbanitas para los que llegaban del pueblo;
recurso fácil, incluso, para mucho cine de presunto “realismo social”. Se
trataba de que los supuestos analfabetos
de interior no se inmiscuyeran en un territorio que otros muertos de hambre
decían suyo. En EEUU, en España y en
cualquier país en que la democracia signifique algo -por poco que sea-, es
principio fundamental, sin embargo, que, por encima de la pobreza o la
ignorancia, todos los votos son iguales, pero también debiera serlo que, si
solo tiene vigencia cada cuatro años y no afecta a todo lo que hay que
compartir entre todos, puede quedarse en mero nominalismo. El verdadero
análisis de lo sucedido ya lleva tiempo ahí, a la espera de que se sepa verlo y
ser consecuentes. Nada impide ver que los retratados por Richard Avedon en In the American West, hayan tenido igual
peso electoral que los que hizo para Harper´s
Bazar o para Vogue. El problema sigue siendo que la Nebraska que filmó Alexander Paine en
2013 sigue donde estaba, como si nada hubiera sucedido dentro del territorio
americano. Lo mismo que su sistema educativo que, “como escenario de las
contradicciones en la reproducción de la relación capital-trabajo”, ya fue
analizado por Bowles y Gintis en 1983 (Educación
y sociedad, 2).
Por otro lado, en las Constituciones fundantes de la democracia
que tenemos, la igualdad del voto es de
las cuestiones más reguladas normativamente. Otra cosa es que, para limitar el
alcance de la democracia, la ley electoral exprese adecuadamente las proporciones reales de los votantes
existentes en el país, asunto que, tanto en España como en EEUU, sigue
desacompasado de la demografía más de lo
se debiera. Pese a lo cual, también en esto hemos avanzado algo. El voto censitario
que dominó casi todo cuanto en el siglo XIX se pudo votar –que fue poco-, entró
en cuestión en 1890 con el voto
universal masculino, y más todavía en 1931 con el femenino. Leer las
explicaciones que se dieron para que no se ampliara el voto en España, y se
completan con lo que, entre 1936 y 1975, se dijo oficialmente para que fuera
aceptable no votar, da una perspectiva excelente para entender por qué se llama
“paletos” a quienes hayan votado a TRUMP.
¿Y aquí?
¿Tendríamos que llamar igual a los votantes de Rajoy o, por un
casual, a los de Feijóo en Galicia, porque no hubieran votado algún equivalente
en España de los Demócratas americanos? Las diferencias existentes entre uno y
otro país no lo hacen imposible: expresiones
semejantes se han oído en más de una ocasión, incluida la denominación, más
bien despectiva, a “las masas” de que abominaba Mairena. Su “rebelión” ya
asustaba a “las élites” ilustres del
primer tercio del siglo XX y ha vuelto a oírse estos días. En 1970, cuando la LGE
amplió a los españoles la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 14 años, o
en 1990, cuando la LOGSE lo hizo hasta los 16, pronto proliferaron las acusaciones de
“masificación”, “bajada de nivel”, “ignorancia programada”, “egebeización” y similares,
contrarias a una seria preocupación por democratizar el conocimiento o, si se
quiere, peleando porque la enseñanza y los servicios sociales no dejaran
amplios huecos de ciudadanía sin atender. Cabe, ahora, completar el valor
semántico de nuestro particular vocabulario de insultos a los diferentes. En un
año tan prolífico en rebeliones de este género com está siendo este, tal vez
debieran añadirse a las denotaciones del supuesto paletismo político los
votantes ingleses del Brexit, y no
dejar fuera tampoco a cuantos merodean las urnas de toda Europa bajo diversos
acrónimos de matriz fascista. Los seguidores de Le Pen, tan próximos, pronto
nos invitarán a ello para ver si aquí alguien decide simpatizar en público.
Por este camino del aire cabreado e insultante hacia presuntos
enemigos o desafectos interiores, será más fácil amortizar la “ignorancia” y pobreza
de “los desfavorecidos”, pero se generará más desafección. También cuando se
psicologizó la enseñanza, fue más fácil cargar a los propios alumnos y sus
papás sus infortunios escolares, quedando preservada la descuido sistémico de
los gestores del Ministerio de Educación. Los demás y, sobre todo, el hábito
cultural discriminatorio que hemos generado, quedamos aparentemente fuera de
foco y de culpa: son “los otros” los causantes del desencanto democrático, pues
nosotros somos listos y, además, del círculo de “los favorecidos”. Dicho de
otro modo, nuestra hipocresía encubre pero no corrige lo dispuestos que estamos
a aceptar fácilmente “la selección” que nos imponen unos escogidos árbitros sociopolíticos.
A poco que nos digan que en ese selecto club estaremos nosotros por encima de
cuantos están peor, ya no haremos nada por cambiar la situación marginal en que
hayan quedado “los otros”.
Sucede, sin embargo, que eso no arregla nada respecto a las
exigencias del supuesto contrato social que hay implícito en las constituciones
democráticas. Salvo el sálvese quien
pueda, todo aboca a una situación inquietante. En la suscitada por la
presidencia inminente de TRUMP, ni es lo más adecuado tirarse piedras, ni
tampoco desentenderse de las variadas claudicaciones coadyuvantes a la
desafección. No vale, para empezar, que,
quienes se quejan ahora de lo sucedido en EEUU como de una lamentable pérdida,
no expliquen cómo los Clinton quitaron de en medio
la candidatura de Sanders. Como tampoco que, en España, el PSOE no
transparente a sus votantes por qué han preferido abstenerse ante Rajoy a
última hora, después de un asalto a la dirección de su partido a todas luces
grosera. Para que no les llamen paletos, ¿a quién deberían haber votado los
descontentadizos americanos –o españoles-, cabreados con los gestos
contradictorios de sus partidos? ¿Nadie es responsable de que tantos ciudadanos
se hayan quedado sin verdaderos representantes de sus preocupaciones y
problemas? ¿Quienes ahora abominan de
los resultados, no tienen nada que enmendar?
A la vista de lo que han dado de sí, ¿sería mejor el futuro si les
hubieran votado a ellos?.
“El año de la peste”
La racionalidad no es fácil y, en estos asuntos, nada es gratuito.
Tampoco en nuestro país donde, después de que nos costara tanto volver a poder
votar, en la inclinación creciente del voto desde el 20-D todavía pesan razones que van más allá de lo coyuntural. En
el periplo español posterior al 75, en muchos engranajes de consagradas pautas
culturales, persiste la minusvaloración
de la democracia en beneficio de la ramplonería micro fascista. Súmese,
incluso, que, en asuntos tan vitales para la sana convivencia ciudadana como la
educación pública, retrocedemos aceleradamente sobre lo que habíamos avanzado
del 70 al 90. No estamos ante la pérdida de algo muy valioso, sino ante un
deterioro creciente que puede ahora acentuarse. El detalle de lo enviado a
Bruselas por culpa del déficit confirma que prosiguen los recortes de estos
últimos años. Bajamos ahora hasta
un 3,9% del PIB, lo que traiciona la supuesta “calidad” tan publicitada por
la LOMCE. En Cataluña, ya han bajado más
todavía, hasta el 2,64%. En este marco, quedarse asombrado con lo que nos
está sucediendo en tantos niveles de la vida social y económica es absolutamente
improductivo. El viento que sopla ahora desde EEUU, hace previsible asistir
todavía a más mezquindad y destructividad de muchos logros. Si sabemos que en
ese país quienes no
votan ni leen –casi la otra mitad- apenas cuentan, nuestro selecto establisment particular no sólo está
contento de que “todo va bien”, sino que les sale a cuenta propugnar un
creciente deterioro del sistema educativo público.
¿A cuánta gente le importa la poca atención existente en nuestras
democracias hacia el malestar existente del que TRUMP se ha aprovechado, pero
que aquí tenemos de largo y, sobre todo, desde 2008? El CIS vuelve hablar de
desafección de los ciudadanos , similar a la de cuando el 15.M. Vamos hacia atrás también en esto, pero todo
tiene un límite que no se satisface con insultar al contrario. Ir ampliando las
abundantes grietas y enfrentamientos internos, sólo aumentará el descrédito y
la desafección. La cuestión urgente, por tanto, debiera ser si queremos cambiar
cuanto ha hecho que los más o menos hartos hayan votado a quien -por encima de
otras consideraciones de un mundo más vivible-,
les ha mimado con el señuelo del orgullo nacional. Conscientes de que no será fácil, pues “El
mal -nos dejó advertidos Lars Gustafsson- no nos dice de inmediato que lo es si
no lo averiguamos”.
Nos lo han contado hace mucho y podemos leerlo. Mejor que el
colosalismo del Paraíso perdido
(Milton, 1667), lo sucedido en este 2016 hace muy vívida una vieja narración de
Daniel Defoe en 1722. El contexto de ambas obras es similar, pero el Diario del año de la peste, novela minuciosamente
y sin tono épico alguno, cómo había sido sacudida Londres 107 años antes por una
plaga. Claramente recuerda lo pintado por Brueghel o El Bosco. En el desastre
que relata, la ambición y el egoísmo volvieron a brillar por encima de
cualquier otra consideración. Hasta el punto de que, para no aparecer “severo” por
“atacar la ingratitud y la reaparición de toda clase de perversidades”, Defoe
concluye metiéndose a sí mismo en la vorágine: “Terrible peste Londres asoló/
En mil seiscientos sesenta y cinco/ Cien mil almas se llevó/ ¡Pero yo
sobrevivo!”
Manuel Menor Currás
Madrid, 12.11.2016
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