Un año más, la Universidad de Shanghai hace su clasificación de las mejores instituciones académicas del mundo. Se trata de un ránking que busca ordenar las universidades del mundo según criterios académicos objetivos. En los últimos años, la Clasificación de Shanghai se ha convertido en uno de los criterios más usados en su campo.
Como profe universitario, por supuesto, me interesa lo que digan de mi universidad (la de Granada), pero también de las demás universidades españolas. También sé que, en esta época de habas contadas, a veces interesa más el dato superficial que los criterios subyacentes, así que también los mencionaré un poco.
Vamos a ver cómo ha quedado la cosa. Para ello usaré el ránking global (hay otros más específicos para ciencias, humanidades, medicina, etc, pero no las consideraré aquí).
No les sorprenderé si les digo que, un año más, Estados Unidos parte la pana, con 16 universidades en el Top 20. El medallero lo copan las conocidas por todos: Harvard, Stanford, el MIT, Berkeley. El Reino Unido cuela las suyas en las posiciones 5º (Cambridge), 10ª (Oxford) y 20ª (University College de London), y Suiza logra colocar su Instituto Federal de Tecnología (ETH) en el puesto 19.
En el apartado nacional, que es lo que nos interesa, no hemos quedado muy bien. La clasificación, más allá de los cien primeros, se hace por bloques. En el bloque de los doscientos primeros, solamente tenemos un representante, la Universidad de Barcelona. En el bloque de los 201-300 clasificados están las universidades autónomas de Madrid y Barcelona, junto a la de Valencia. En los puestos 301-400 aparecen la Complutense de Madrid, la Politécnica de Valencia, la de Granada (¡olé mi tierra!) y la Pompeu Fabra. Finalmente, entre los puestos 401 y 500 se encuentran la universidad Politécnica de Cataluña, la de Santiago, la del País Vasco y la de Zaragoza.
¿Tan rematadamente malos somos? Juzgue el lector. Para ello, vamos a ver qué criterios se utilizan en la clasificación de Shanghai. Lo primero que hay que tener en cuenta es que los criterios son, casi todos, estrictamente académicos, lo que quiere decir que prima la investigación y no la docencia. La innovación docente, el número de alumnos, la diversidad de estudios, nada de eso cuenta. Sólo hay una excepción. Se contabiliza con hasta un 10% el hecho de tener antiguos alumnos que hayan ganado un premio Nobel o una Medalla Fields.
Este criterio es de lo más extraño. La “validez” de un premio Nobel parece disminuir con el tiempo, de forma que un ganador Nobel con anterioridad al 2012 “vale” un 100%, en tanto que un ganador en 1989 vale un 70%. De algún modo, se considera que un premio Nobel se devalúa con el tiempo, lo que yo, sinceramente, no entiendo. Al contrario, creo que un Nobel, al pasar el tiempo, atraerá un número creciente de doctorandos o investigadores, publicaciones, subvenciones, patentes, etc. ¿Por qué un Nobel que lleva 30 años haciendo crecer su campo de trabajo vale menos que uno que acaba de ser galardonado?
La predilección por los premios Nobel no se centra sólo en sus antiguos alumnos, sino también en sus trabajadores actuales. Los investigadores Nobel que trabajen en una universidad puntúan hasta un 20% para Shanghai. Pueden repartírselo, de forma que un Nobel que esté afiliado a dos universidades contribuye mitad y mitad a ambas; y si ha sido un galardón compartido, también se reparte: un premio Nobel entre tres “toca” a 1/3 de Nobel por institución. Y también aquí rige la regla de la caducidad: cuanto más nueva sea tu medalla, tanto más vale.
En el listado oficial para España indica un total de siete galardonados españoles, dos de medicina y cinco de literatura. De estar vivos los siete, la cosa sería de traca, ya que, para empezar, hay una fuerte diferencia entre ambos campos. De entrada, los Nobel de literatura suelen ser únicos y los de medicina compartidos, así que los Nobel de Cajal y de Ochoa, compartidos, “valen” la mitad que el de Cela o Benavente según el estándar de Shanghai.
Luego queda el detalle de que un Nobel de Medicina conlleva becarios, líneas de investigación, laboratorios, trabajos en grupo, lo que evidentemente enriquece una Universidad. Pero desde el punto de vista académico, ¿qué supone un Nobel de Literatura? Libros, entrevistas, fama, de acuerdo; pero dudo que influya en la “calidad” de una universidad de igual forma, a menos que el laureado consiga crear escuela en su propio departamento.
Y por favor, que nadie piense que, por ser físico, estoy sesgando contra “los de letras.” No es mi intención. Lo único que quiero decir es que la repercusión de un premio Nobel en una Universidad depende mucho del tipo de galardón que es, y no tanto de cuándo se lo han dado o con cuántos lo ha compartido. En la escala de Shanghai, parece ser justamente al revés.
Antes de que mis amigos matemáticos me chillen, tranquilos, que no me olvido de vosotros. Peor lo tienen, ya que la medalla Fields (una especie de Nobel para los matemáticos) solamente se concede una cada cuatro años. Si ya es difícil conseguir un Nobel en alguna categoría, siendo un galardón anual, no digo nada de uno que se da cada Mundial de Fútbol.
Sea Nobel o Fields, la institución que lo alberga o lo vio crecer tiene cierto mérito, y por tanto debería contabilizarse en criterios como Shanghai, pero un 30% me parece demasiado, sobre todo por la vertiente mercantilista. En fútbol, es conocido que puedes hacer un equipazo comprando figuras o mimando la cantera. En el segundo caso, el equipo puede considerarse orgulloso copartícipe del éxito de sus jugadores, ya que en cierto caso los ha creado y ayudado a convertirse en lo que son; pero seamos sinceros, amigos, si Cristiano está en el Real Madrid es porque el equipo blanco tiene un gran talonario de cheques, y eso no tiene por qué estar en relación directa con el número de trofeos ganados.
De modo similar, Harvard o Stanford puede que tengan el atractivo de sus instalaciones, laboratorios e investigadores para atraer a un Nobel, pero también influye el tamaño de sus presupuestos. Así las cosas, parte de su posición en el ránking se debe no a su calidad sino al fichaje de figuras de fuera. Si nos ponemos así, Google o Apple pueden echar mano de sus casi infinitas reservas de efectivo, pero eso no los convertiría en universidades de alta calidad o en equipos de fútbol punteros.
Una clasificación académica debería fijarse en la producción científica, y eso es lo que también hace Shanghai, asignando hasta un 60% de la nota a partes iguales según las siguiente categorías:
- Artículos publicados en revistas indexadas (incluidas en el Science Citation Index o en el Social Sciences Citation Index) en el año anterior al estudio; por alguna razón, los artículos del Social Sciences CI valen el doble.
- Investigadores con artículos que tengan gran número de citas
- Número de artículos publicados en Science o Nature
El primer criterio es un intento de medir la cantidad y calidad de la producción científica. El sistema actual puede tener sus problemas de habas contadas, pero al menos hay criterios objetivos. En el apartado negativo, solamente valen las publicaciones del año anterior al estudio. Si tú, investigador que publicas como churos, te tomas un año sabático, al año siguiente la calidad de tu universidad va a verse resentida y el rector te chillará.
Tampoco entiendo por qué los artículos de “los de letras” valen doble. Sí, soy de Ciencias, pero también me quejaría si fuesen al revés. ¿Qué criterio objetivo establece que la producción de un tipo de investigadores vale más que la de otra? No tengo problema en hacerle la ola a quien haya, digamos, descubierto una tumba de un faraón, pero leches, digan por qué o será un elemento calificador muy caprichoso, que sesga a favor de unos y en contra de otros.
El segundo criterio es sencillo de entender: intenta contabilizar los artículos de mayor relevancia dentro de la comunidad científica, que supuestamente son los más citados. Eso es discutible, pero me vale, aunque imagino que “gran número de citas” tendrá un significado distinto según el campo del saber que consideremos.
El tercer criterio se justifica teniendo en cuenta que Science y Nature son dos de las publicaciones científicas más prestigiosas y conocidas del mundo de la ciencia. Se considera que, cuantos menos firmantes tenga el artículo, menor valor tiene. Eso ya es injusto, ya que en algunos campos (física de partículas) la lista de autores puede ser mayor que el propio artículo. Se da mayor valor, por tanto, a los investigadores aislados, los lobos solitarios, para calibrar la calidad de toda una institución académica, algo paradójico en mi opinión.
Eso, repito, para las revistas Science o Nature. Las demás publicaciones científicas, sencillamente, no valen una higa en ese apartado, que recordemos valen un 20% de la nota global para tu Universidad. Por supuesto, a los que no entren en el ámbito de esas revistas, ajo y agua.
Hay una excepción, para evitar que a los de humanidades, economía, filosofía, ciencias del deporte y similares les den la del pulpo. Si la institución está especializada en humanidades y ciencias sociales, ese apartado no se considera, y el peso de los demás elementos de calificación aumenta para compensar. Es decir, si usted trabaja en laLondon School of Economics, este apartado no le influye, y le calificarán en función del 80% restante. Eso sí, si usted tiene la mala suerte de trabajar en humanidades y su universidad no está “especializada,” es decir, si su Facultad es una de tantas, ajo y agua.
Finalmente, el criterio de Shanghai otorga hasta un 10% en función de lo que llaman Per Capita Performance, para darle mayor valor a las instituciones pequeñas con poco personal. Si usted trabaja en una de esas universidades con cuatro gatos, esto le beneficia; si por el contrario, usted investiga en una gran universidad, le perjudica, con independencia de la cantidad de premios Nobel o papers de alta cita que tenga usted.
Recapitulando todo lo anterior, resulta que los criterios de Shanghai son especialmente favorables para las universidades que tengan muchos premios Nobel/Fields en su elenco de alumnos, o en su personal actual, muchos investigadores populares en su campo, sean pequeñas y/o no tengan estudios sociales o humanidades.
El hecho de que se utilicen criterios tan peculiares hace el listado de Shanghai propenso a malas interpretaciones, ya que buenas universidades que no tengan premios Nobel o no publiquen en Science/Nature podrán no aparecer en el ránking a pesar de tener buenas cualidades.
También puede darse el caso opuesto: universidades que “compran” puntos en Shangai. Es fácil si se tiene dinero. Puedes fichar a un Nobel que no tenga ya éxito en su trabajo, o que se haya jubilado, o bien buscar afiliaciones entre profesores eméritos que ya no investigan. En 2011, la revista Science publicó un artículo que acusaba de fraude a dos universidades saudíes (Rey Abdulaziz y Rey Saud). El truco consistía en ofrecer a un investigador consagrado un “contrato de profesor adjunto” que solamente requería una presencia de dos semanas al año. El fichaje seguía trabajando como antes, y tan sólo debía declarar su segunda afiliación a la universidad saudí. En 2011 la Rey Abdulaziz ni siquiera aparecía en el ránking de Shanghai; en la actualidad, ambas universidades están ahora en el rango de las mejores 150-200.
Estrictamente hablando, tal vez ni siquiera pueda considerárselo fraude, pero ilustra muy bien los peligros de los criterios de Shanghai: una universidad con resolución y bolsillos profundos puede trepar gracias a una combinación de fichajes extranjeros, cheques, y en su caso pocos escrúpulos. Lo que se puede justificar como una política de excelencia puede esconder una sencilla búsqueda de visibilidad. ¿Google SEO académico?
Sea o no, sugiero prudencia y tranquilidad cuando salgan los ránkings de Shanghai. Que tenemos margen y necesidad de mejoras, eso nadie lo duda; pero no perdamos los nervios.
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