Manuel Menor nos envía su último artículo:
Acaba
de fallecer en Nigrán esta periodista de ascendiente orensano que, entre sus
libros, nos dejó una buena aproximación al quehacer de los maestros de la
República.
La muerte suele suscitar consensos
inesperados y silencios elocuentes. Mucho más si se muere relativamente
temprano y tras una sobresaliente presencia en los informativos
de TVE y en medios muy destacados o haber tenido broncas sonadas por tales
razones. Glosas suficientes generará esta periodista, nacida en 1945 en Madrid,
que seguramente confirmarán este principio. Tan sólo quisiera recordar –como
docente- uno de los libros que, durante un tiempo, la llevó por diversos puntos
de España, incluidas algunas Facultades de Pedagogía, para difundir el
conocimiento de algo insuficientemente valorado en los medios y, también, en
bastantes círculos de poder. Era 2006 y, bajo el título Maestros de la República: los otros santos, los otros mártires, Mª
Antonia hacía públicas 10 historias “heroicas” de maestros de diversos pueblos
de España. Con el formato de entrevista, cada una de estas vidas perdedoras
emergía a través del testimonio de quienes las habían tratado de cerca: amigos,
descendientes y, sobre todo, alumnos.
Las reconstrucciones a partir de las vivencias de los allegados dejaban
una sensación mixta, de pérdida y gratitud, que, después de tantos años transcurridos
desde la guerra, sonaban a homenaje y
reivindicación. Y a diferencia con los otros muertos españoles de aquel trágico
acontecimiento, tan homenajeados: «¿Quién canonizaría algún día a estos otros
santos, a estos otros mártires, que fueron los maestros republicanos y que
nunca entrarán en el santoral ni en la memoria de la Iglesia? ¿Quién hablaría
de ellos? ¿Quién les reconocería la labor generosa y ejemplar que llevaron a
cabo con tanto esfuerzo y sacrificio?” –se preguntaba la autora.
El
libro introducía cada
capítulo con prólogos de personas relevantes a modo de aval, aunque el libro no
lo necesitara, pues se sostenía por sí mismo. José María Maravall, Xosé Manuel Beiras,
Luis Mateo Díez, Manuel Vicent, Javier Cercas y Luis García Montero, entre
otros, le daban a la autora más autoridad para calificar como «justa y hermosa» la trayectoria de estos
“santos y mártires” que habían soportado la calumnia, la persecución e incluso
la muerte, por haber empeñado sus vidas en aportar luz y libertad a quienes
habían nacido para la sumisa ignorancia. Merece la pena transcribir una pequeña
parte de lo que, en el suyo, decía el que había sido ministro de Educación
entre 1982 y 1988, J. Mª. Maravall: “El objetivo de acabar con el progreso educativo y
cultural fue fundamental en la insurrección del 18 de julio de 1936 […] En el
caso de las matanzas sistemáticas de maestros al desencadenarse la Guerra Civil
española, razones políticas guiaron las crueldades personales. Por detrás
de los asesinatos, de la crueldad, el dolor y el miedo, existía la política del
franquismo: una campaña sistemática de erradicación de la política educativa y
cultural de la República. En 1937, José Pemartín, jefe del Servicio de
Enseñanza Superior y Media, declaraba lo siguiente: «Tal vez un 75 por ciento
del personal oficial enseñante ha traicionado -unos abiertamente, otros
solapadamente, que son los más peligrosos- la causa nacional (...). Una
depuración inevitable va a disminuir considerablemente, sin duda, la cantidad
de personas de la enseñanza oficial». En nueve provincias de las que existen
datos sistemáticos, fueron ejecutados en torno a 250 maestros. Y 54 institutos
públicos de enseñanza secundaria creados por la República fueron cerrados. Por
añadidura, en torno a un 25 por ciento de los maestros sufrieron algún tipo de
represión y un 10 por ciento fueron inhabilitados de por vida. En Euskadi y
Cataluña, todos los maestros de la enseñanza pública fueron dados de baja y
tuvieron que solicitar su readmisión a través de un costoso proceso. La
abrumadora mayoría de las ejecuciones de maestros tiene lugar al inicio de la
Guerra Civil, entre julio y octubre de 1936. Todos los episodios son
despiadados”. No sólo el citado por Maravall –autor de Qué es lo nuevo (1938)-,
sino otros muchos entre los que cabe
destacar a Romualdo de Toledo, Pedro Sáinz, Enrique Suñer, Alfonso Iniesta o
Enrique Herrera Oria instigaron la traumática persecución con sus escritos, su
influencia y sus cargos.
Mª Antonia no inventaba
nada: cuando ella escribió su libro, el sistema educativo republicano ya había
sido sacado del desdén desmemoriado. En 1999, por ejemplo, la película de Luis
Cuerda, La lengua de las mariposas, con guión de Azcona y Manolo Rivas -autor
de los cuentos que sirvieron de base- lo había divulgado ampliamente. De manera
muy rigurosa, se habían publicado, igualmente, abundantes testimonios documentales
sobre la educación pública que la Constitución de la IIª República había
querido construir. Merece la pena acordarse de algunos de ellos, especialmente
del estudio de Mariano Pérez Galán, pionero, en 1975, en recuperar –después de
40 años de olvido institucional- el legado pedagógico de aquellos breves años: La
enseñanza de la Segunda República. También, algo más tarde, ya en 1984, el
de Alicia Alted Vigil, Política del nuevo Estado sobre el Patrimonio
cultural y la Educación durante la Guerra civil española, donde podía verse
muy explícito el trabajo que se tomarían los golpistas, desde el inicio de su
“cruzada”, para modificar radicalmente el panorama educativo español. La
conciencia crítica en torno a lo que nos habían enseñado en ese tiempo del
franquismo, venía teniendo, de tiempo atrás, canales levemente entornados a
través de “Cuadernos para el Diálogo”, tanto en su formato de revista como a
través de algunos libros que fueron publicando bajo la protección aperturista
de Joaquín Ruíz-Jiménez, mientras los sindicatos empezaron a movilizarse junto
a los MRPs, líderes en la recuperación de la memoria con sus cursos de verano.
La tesis de Tamar Groves en 2009, El Movimiento de Enseñantes durante el Tardofranquismo y la Transición a la
Democracia 1970-1983, es muy valiosa al respecto, igual que
la documentación de los Colegios de Doctores y Licenciados, con su “Alternativa
por una reforma democrática de la enseñanza”.
En el circuito universitario,
anterior al libro de María Antonia, Viñao Frago ya venía estudiando, desde 1988,
la “modernización” a través de la escuela (para todos). Alejandro Tiana había
investigado buena parte de los antecedentes en que se había inspirado la
política educativa de la República: su tesis doctoral (publicada en 1992)
giraría en torno a estas cuestiones. Manuel Puelles, por su parte, gran especialista
en políticas educativas y autor de Educación e ideología en la España
Contemporánea (1991), volvería a presentarnos en 2009 los valores
diferenciales de ambas etapas –la repúblicana y la franquista- en: Modernidad,
Republicanismo y Democracia. Una historia de la educación en España
(1898-2008), prestando particular atención a la secuencia legislativa hasta
ahora mismo. De la explícita represión ejercida sobre los maestros y profesores,
no solo teníamos referencias literarias a través de Josefina Aldecoa o Julio
Llamazares, sino también desde el descubrimiento, en un Instituto de Burgos, de
documentación que detallaba la represalia llevada a cabo en aquella provincia: Jesús
Crespo y otros compañeros habían logrado dar a la imprenta, en 1987, Purga
de maestros en la Guerra civil: La depuración del magisterio nacional de la
provincia de Burgos. Luego, en 2001, apareció el detalle de lo
sucedido en Málaga, en un libro de Mª
del Campo Pozo, La depuración del magisterio nacional en la ciudad de Málaga
(1936-1942). En 2004, Carlos de Dueñas y Lola Grimau publicarían La
represión franquista de la enseñanza en Segovia. Por su parte, Francisco de Luis Martín, al estudiar la Historia
de la FETE-UGT -sobre todo en el período 36-39-, había dejado constancia
(2002) de cómo algunos de sus líderes sindicales fundadores habían sido
perseguidos o muertos tan sólo por serlo. Y, por estos mismos años, anteriores
al libro de la periodista fallecida, ya habían aparecido dos grandes trabajos,
de conclusiones prácticamente definitivas. En el de Francisco Morente Valero,
de 1997, La escuela y el Estado Nuevo: La depuración del magisterio nacional
(1936-1943), se hacía visible el
metódico aparato normativo y estratégico creado para desprestigiar, castigar o
eliminar de raíz cuanto sonase a escuela republicana, junto al exhaustivo
recuento de lo acontecido al total del magisterio público de esos años, con las
penas y castigos infligidos a los pillados fuera del juego de los golpistas
(desde antes de la guerra). De igual cariz, pero referido a la Universidad, era
lo que, en 2005, mostraba la tesis doctoral de Jaume Claret, La represión
franquista en la universidad española, en que se basaría su libro: El
gran desmoche, en Crítica. Baste señalar, como ejemplo del desastre que
este estudio certificaba, que, de 600 catedráticos que había en 1936, en 1940
quedaban tan sólo 380.
El libro de Antonia Iglesias,
sin embargo, además de poner en lenguaje periodístico divulgativo este atropello
sistemático y de gravísimas consecuencias para nuestro pueblo, tenía otras
virtudes. Puso de relieve que no todas las políticas educativas eran iguales,
permitiendo ver cómo un sistema de buena educación democrática requiere
esfuerzo e inversión continuadas. Que no vale cualquier cosa, por mucha
verbalidad que se emplee para aparentar lo que no hay: al poner el acento en
las personalidades de sus entrevistados puso en primer plano -de manera muy
viva- las cualidades indispensables que han de tener quienes han decidido
dedicarse a este duro y exigente trabajo, y también dejó patente que con
levitaciones políticas institucionalizadas, pero descomprometidas con la
ciudadanía, no se llegaba muy lejos. Ahora que nos encontramos en una etapa de juegos
mediáticos en torno a la “calidad” educativa –y con una nueva ley que se atreve
a autojustificarse con esta pretensión- no estará de más tenerlo en cuenta en
la circunstancia de este óbito. En este terreno de la educación todo está
cargado de sentido. Incluso una cosa tan aparentemente inocente como los libros
de texto escolares –estudiados por algunos de los autores mencionados- son más que lo que el Florido
pensil, de Andrés Sopeña, mostró con humor en 1994. Esa forma inteligente
de mirar procedía de una ardua tesis donde quedaba explícito el uso perverso de
la escuela. Años más tarde –y por ceñirnos tan sólo a uno de los campos más
significativos de los libros escolares-, Emilio Castillejo nos mostraría
explícitamente la mitificación, legitimación y violencia simbólica que
rezumaban los manuales de historia en la etapa franquista. La huella carencial
que el franquismo generó al privarnos de los maestros y profesores que
pretendía generalizar la República,
abarca varias generaciones de alumnos y profesores, en diversos frentes.
Otro libro reciente (SÁNCHEZ, Elena y otras, 2012) –potenciado por un
documental homónimo de Pilar Solano en 2013-, con título más delimitado en
torno a Las maestras de la República, ha
tratado de fijar nuestra atención en la transformación social que, desde la
educación, trataron de llevar a cabo nuestras mujeres; la igualdad por la que
se arriesgaron sus vidas en el trabajo docente. El compromiso comunitario, a
que también este trabajo último remite, no debiera seguir siendo excepcional en
la España democrática. Cuando entonce lo normal se transmuta en especial, es
que nuestros derechos y libertades democráticas están en riesgo. Por otro lado, el recuerdo del libro de Mª Antonia, no
puede obviar que, en los años 77 a 79, los maestros perseguidos durante el franquismo
tuvieron alguna presencia en nuestro parlamento cuando iniciábamos la democracia,
(como puede verse en: http://www.forodeeducacion.com/numero9/011.pdf.), ni tampoco que, desde entonces,
han quedado todavía pendientes demasiados asuntos a reconciliar en el recuerdo
colectivo, en educación y en otros ámbitos de lo público. En tal contexto, si el valor de la investigación histórica
–y lo que haya podido aportar el libro de esta periodista ahora añorada-
sirvieran para algo, el recuerdo de los esfuerzos que tantos han hecho para que
este país fuera mejor, debiera guiarnos para dejar a un lado manías prepotentes
que sólo nos distraen. Centrarnos en qué hacer para lograr una buena educación
para todos, dentro de un contexto cultural democrático exigente, podría ser la
mejor traducción de nuestro reconocimiento.
Gracias, en todo caso.
Manuel Menor Currás
Madrid, 30/07/2014
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