Los alumnos del Instituto Escuela Teresa Altet, en Rubí
(Barcelona), reciben a diario propuestas didácticas de sus profesores.
Lo hacen a través de una ‘app’ en los móviles de sus padres y madres,
porque en este centro, de un entorno social desfavorecido, no todos los
escolares tienen ordenador en su casa. "Si la actividad tiene vídeo,
este debe ser de un minuto como máximo para no consumir datos, y el
resto tiene que poder hacerse con papel y lápiz", comenta la directora,
Dolors Oliver. "Sabemos que muchos están haciendo los ejercicios, pero
es muy difícil obtener feedback de ellos", lamenta.
Y advierte que el seguimiento individual, que ahora se ve mermado por
la ausencia de clases presenciales, suele ser más valioso para aquellos
alumnos que presentan no solo dificultades de aprendizaje, sino también
necesidades de carácter emocional.
Con el cierre de
los colegios debido a la epidemia de coronavirus, numerosos claustros de
profesores se han volcado para ofrecer a sus alumnos contenidos
pedagógicos en formato virtual. También las administraciones educativas
han lanzado webs y hasta programaciones televisivas especiales con
propuestas de aprendizaje para distintas edades (el caso más ambicioso
es Aprendemos en casa, del Ministerio de Educación con RTVE). Sin
embargo, y pese a que docentes y académicos valoran estas iniciativas
como positivas y necesarias, todos ellos admiten que serán insuficientes
para evitar que este aislamiento, que puede durar más de un mes, acabe
perjudicando más a los alumnos de entornos más empobrecidos.
La brecha digital (y otras)
Uno de las
desigualdades más evidentes entre alumnos estos días, a la hora de poder
mantener una comunicación con el colegio, es la conectividad en los
hogares. En España el 91% de la población tiene acceso a internet y, si
se cuentan las familias con niños, el porcentaje asciende al 97%, según
datos del INE de 2019. Esta brecha digital, que afecta al 3% de la
población, es ahora una brecha educativa.
Pero luego
están las diferencias entre viviendas o del tiempo que pueden dedicar
los progenitores a sus hijos, factores ambos pueden favorecer o
dificultan el estudio. "¿Con cuánta gente comparten habitación los niños
y niñas? ¿Tienen luz? ¿Tienen patio para airearse? ¿Qué acceso tienen a
libros? ¿Tienen los padres y madres capacidad de generar actividades
artísticas? ¿Pueden gestionar el día a día emocional de sus hijos o
están superados? Las respuestas a estas preguntas tienen que ver
clarísimamente con la clase social", valora Aina Tarabini, profesora de
Sociología de la UAB.
Tener un adulto al lado
Tener un adulto al lado
En
este sentido, la directora del Teresa Altet remarca que los programas
de televisión pueden ser útiles para muchos escolares, pero están "a
años luz" de serlo para los suyos. Y no por el nivel, sino por la falta
de acompañamiento. "Con nuestros alumnos, cualquier propuesta genérica
que no parta de su motivación o interés, que no conecte con sus
habilidades, va a pasar por delante de ellos como el viento", resume.
Este aspecto es también fundamental para las académicos.
No
basta con que les llegue, por el canal que sea, la actividad educativa,
sino que tiene que haber alguien a su lado que les ayude, y esto no
siempre es posible. "Se trata de ideas positivas y encomiables, y
seguramente ayuden a que la brecha no sea tan grande, pero los chicos
necesitan un adulto a su lado que garantice que el contenido que
consumen lo pueden aprovechar, entender, reforzar y recordar", expresa
Miquel Ángel Alegre, sociólogo e investigador de la Fundació Jaume
Bofill.
Esta dedicación, de nuevo, se ve afectada por
la situación de cada familia. "Las monoparentales o monomarentales
tendrán muchas más dificultades, o las que tienen alguno de los padres
que tiene que seguir yendo a trabajar", pone como ejemplo el economista
Lucas Gortázar. Y añade que precisamente los empleos que se
mantienen presenciales pese al confinamiento son de baja cualificación,
desde el transporte a los teleoperadores o supermercados, mientras que
los que pueden teletrabajar –y, por lo tanto, atender algo mejor a los
niños– son los de mayor cualificación.
¿Cómo de ancha será la brecha?
¿Cómo de ancha será la brecha?
No
hay precedentes en España de un cierre de colegios masivo acompañado de
medidas de aislamiento, con lo que calibrar el impacto que esto tendrá
en los escolares, tanto a nivel académico como social o emocional, se
antoja imposible. Lo más parecido a esta ausencia de clases, salvando
todas las distancias, son las vacaciones de verano. Más de dos meses sin
ir al colegio que, según la evidencia académica, suele pasar mayor
factura a los alumnos sin recursos.
De acuerdo con el
estudio 'School Calendars and Academic Achievement', elaborado en
Estados Unidos, existe un atraso acumulado verano tras verano entre los
alumnos de entornos más desfavorecidos que hace que, al final de una
etapa como Primaria, hayan podido perder el equivalente a dos cursos y
medio respecto a los de entornos más acomodados. "La evidencia es que se
pierde nivel en competencias como matemáticas y lengua", sostiene
Alegre.
Y esto solo con el cierre de escuelas, porque
el confinamiento trae otra consecuencia negativa para los alumnos más
pobres: la ausencia de programas que se suelen activar desde los
ayuntamientos cuando no hay clases, desde campamentos urbanos a apertura
de equipamientos como bibliotecas o centros cívicos. "Las experiencias
que conocemos para reducir la grieta durante el verano ni siquiera las
tenemos hoy; normalmente las políticas públicas permiten compensar la
ausencia de actividad lectiva, pero ahora mucho menos", resume este
sociólogo.
La opción del verano
La opción del verano
Con toda la
incertidumbre que rodea una pandemia cuyo final nadie puede atisbar
todavía, Algre plantea que una opción para compensar a estos alumnos
sería alargar el curso en verano, pero con matices. Una opción, apunta,
consistiría en prolongar el calendario escolar hasta julio con
incentivos para los equipos docentes. Pero entiende que es prácticamente
inasumible, por lo que se declina por un programa que esté abierto a
todos los menores y que consista en abrir los colegios –quizás con parte
del personal voluntario– para ofrecer una mezcla de actividades
vinculadas con el currículum y otras de carácter más lúdico y cultural.
Con
todo, Tarabini advierte que ante una situación tan excepcional la
principal obsesión de la Administración no debería ser garantizar los
aprendizajes de los escolares, sino su bienestar emocional. Lo resume
así: "Está bien darles recursos educativos, tanto en la tele como desde
la escuela, pero es mucho más determinante que los maestros y maestras
puedan mandar un mail o un WhatsApp a las familias para saber cómo están
y qué necesitan".
Paréntesis lingüístico para los inmigrantes
Paréntesis lingüístico para los inmigrantes
El
parón en la educación también puede repercutir sobre la adquisición de
las competencias en lengua española por parte de los inmigrantes recién
llegados. Para estos alumnos, los colegios suelen contar con las
llamadas aulas 'enlace' o de acogida, espacios donde pueden permanecer
hasta 9 meses en un período de toma de contacto con el idioma y con los
compañeros, y tras el cual son reubicados en otros grupos o centros. "En
estas aulas hay un componente oral y presencial muy fuerte: son las
únicas donde no se trabaja con ordenadores", afirma Mar Romero,
profesora del centro de secundaria Vedruna Carabanchel, uno de los que
cuenta con este programa. "La evolución de estos alumnos va a quedar
totalmente frenada. Es un retroceso en su integración social, y eso
tendrá su repercusión", concluye.
En este aspecto, el
principal problema que apuntan los docentes tiene que ver con la
comunicación con las familias y su papel de intermediarios entre
maestros y alumnos durante estas semanas.
"Muchos de los padres y madres de estos niños no saben leer y escribir castellano, y otros ni siquiera lo entienden", reconoce Julia, maestra de un centro de primaria de la Comunidad de Madrid.
"Nosotros mandamos la tarea a su email y ellos son los que la transmiten a los niños y hacen un poco de 'representantes' de los profes. En estos casos, muchos no la reciben, no entienden lo que mandamos o no tienen capacidad para ayudar a los niños. Todo esto no hace más que abrir más la brecha que ya existía".
"Muchos de los padres y madres de estos niños no saben leer y escribir castellano, y otros ni siquiera lo entienden", reconoce Julia, maestra de un centro de primaria de la Comunidad de Madrid.
"Nosotros mandamos la tarea a su email y ellos son los que la transmiten a los niños y hacen un poco de 'representantes' de los profes. En estos casos, muchos no la reciben, no entienden lo que mandamos o no tienen capacidad para ayudar a los niños. Todo esto no hace más que abrir más la brecha que ya existía".
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