El coronavirus está poniendo en su sitio muchos aspectos de nuestra vida individual y colectiva. Delimita lo superfluo y evidencia cómo somos.
Este COVID-19 define los comportamientos y pone en su sitio las actitudes
que desarrollamos. Es un gran evaluador de casi todo, porque pone frente al
espejo los límites, torpezas e
ignorancias, individuales y colectivas. Él mismo es un depredador que vive a
costa de infestar y despojar, con una voracidad exponencial que crece día a
día. Más de medio mundo está ya en estado de alerta para tratar de aislar sus
posibilidades de propagación; una sola persona puede expandir, en el contacto
con otras, a varias decenas en un solo día.
El año de la peste
Sin que hayamos llegado a la mitad de lo que puede dar de sí la
expansión de este parásito, cada vez más nos está dando más lecciones y es
improbable que aprendamos lo suficiente pata abandonar los aprendizajes
gregarios con que solemos vivir. Pese a
las incoherencias que puedan advertirse en las decisiones que se están
adoptando, merece la pena no perder de vista el descontrol absoluto que se
generaría con la avidez individualista
que, para salir del paso a costa de quien sea, se generaría. Habría sido mucho más dañina que lo que contó
Defoe (1722) en El año de la peste, en el Londres de
la segunda mitad del siglo XVII. Los recuentos diarios actuales de afectados se
le parecen; son más perfectos, pero no dejan de tener ángulos oscuros. Pero, las
respuestas que vemos en la calle es dudoso que no sean ta plagadas del egoísmo
que Don Daniel deja caer al final: “Una
terrible peste hubo en Londres/ En el año sesenta y cinco// Que arrasó con cien
mil almas/ ¡Y sin embargo estoy vivo!”. /
También merece la pena destacar el inmenso papel corrector y
protector que tiene lo público en situaciones de emergencia como ésta; qué
sería de la sociedad sin la existencia de una sanidad pública y de unos servicios
de seguridad públicos, capaces de encauzar la solución coherente del problema.
Sin esas instituciones y sus servidores -sobre
los que está cayendo el peso y el riesgo mayor-, la expansión del problema
sería muchísimo. Cabe preguntarse, incluso, de dónde vendrá la solución médica
del problema si no es de los investigadores que, en este momento, trabajan en
programas que tienen como horizonte el enriquecimiento de los medios, vacunas o
fármacos que tenemos para hacerle frente. ¿Prefiere alguien que volvamos a las
taumatúrgicas imprecaciones a los santos protectores como San Roque o San
Lázaro entre otros?
Cuando decimos público nos referimos a las prestaciones que
pagamos con los Presupuestos de todos, no las que tienen como horizonte
inmediato la rentabilidad económica directa de una inversión e iniciativa
privada; lo comercial va siempre a remolque o no va cuando de emergencias se
trata. Se está viendo en la tardía y remolona actitud de las secciones privadas
de seguros y sanidad privadas que o no arriesgan o no están porque no le ven
rentabilidad. Y se palpa, adicionalmente, en las decisiones que, con mentalidad
neoliberal, se tratan de seguir poniendo en funcionamiento como lo más natural
y con gesto de liberalidad benéfica.
Liberalidad benéfica
En Madrid, por ejemplo, se está viendo en la posible apertura de
hoteles medicalizados para atender los picos de afectados “más leves” que
puedan producirse. De los otros ni hablan, ni de cómo esta generosidad de
“servicio” la publicitan ahora que la
crisis de turismo es manifiesta. Parece que, como en situaciones de nacionalizaciones
históricas, husmearan en no perder la caída de beneficios que les va a generar
la desocupación turística durante un tiempo. Es una generosidad extraña que
hace buena la actitud usmia de aquel limosnero al que todo le valía: “todo es
bueno para el convento”. Poner al zorro a cuidar gallinas es lo que habrá
pensado Isabel Díaz Ayuso, la que dice que no sabe cómo cerrar Madrid, y que ha
puesto al frente de la gestión del Coronavirus
a un señor que reniega de lo público, encantado de que las consultas de
atención primaria las pagara la gente que tuviera dudas, y animador de los
emprendedores para que vean en la sanidad –a costa de la pública, claro- un
entorno estupendo de inversión. Fantástico.
No dan puntada sin hilo. En su estrategia no entra el corregir un
contexto educativo que ya vienen deteriorando sistemáticamente desde aquel
“Tamayazo” del 20 de junio de 2003. La desacreditación y empobrecimiento de lo
público ha sido creciente y en la Consejería de
Educación, el hecho de que la
escolarización en Madrid en la etapa de Educación Infantil sea del 42%,
mientras que la media de la OCDE alcanza el 76%, es todo un síntoma. Y más
cuando, como denuncian desde CCOO-Madrid, las partidas presupuestarias para la
red pública de escuelas infantiles y la de gestión indirecta, mediante
convenios con ayuntamientos y entidades, son "desproporcionadamente bajas”
si se comparan con las que se dedican a la financiación de la "enseñanza
privada". Solo
un 10% del gasto total para esta etapa es dedicado a la gratuidad de Escuelas Infantiles, mientras que
casi el 80% (190 millones de euros) se dedica a financiar conciertos
educativos: 252 centros de la región. Maravillosa la “calidad” educativa tan
selecta que practica este equipo conservador que rige en la Comunidad de
Madrid.
La guinda la ponen, en este momento de
suspensión de actividad educativa y
aislamiento correspondiente, con el despido encubierto que pretenden llevar a
cabo de cuidadoras y profesionales en empresas que gestionan la Educación Infantil
en Madrid. Unas 8000
que se enfrentan a un posible ERTE son todo un ejemplo de
ahorro a cuenta de los empleos de unas personas que en general ya tenían
sueldos precarios. Más cosas veremos en los días que se
avecinan, difíciles de compaginar con las supuestas bondades que, según no
paran de decirnos, tiene “la mejor sanidad del mundo” y, con el mismo canon,
“la educación mejor del mundo”. Tal vez debieran explicar bien qué signifiquen
estos tópicos que vemos con agujeros imposibles de tapar cuando más falta hace.
Seguramente nos están indicando que no nos quejemos, porque podría ser infinitamente
peor.
Acaparadores
Casi al final de su dietario, Defoe dice: “Se me trataría de
censor y acaso se me acusaría de injusto si me entregara al enojoso trabajo que
consiste en reflexionar, sean cuales fueren las razones, acerca de la
ingratitud humana y del regreso a las perversidades de toda especie, cuyo
testigo ocular fui”. Pero hay una gran avidez por acaparar, que va más allá de
lo que se ve en las colas de alimentación o de farmacia. ¡Atentos al virus y a
cuanto le están colgando!
TEMAS. Coronavirus. Público/ Privado. Egoísmo usmia. Recortes encubiertos. Servicios públicos.
Manuel Menor
Madrid, 14.03.2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario