El
sociólogo Rafael Feito acaba de publicar ¿Qué
hace una escuela como tú en un siglo como este? en un momento muy oportuno.
Podría haber sido en cualquier otro momento, pues preguntarse por el sentido, recursos y estilo de la educación que tenemos en este país siempre está bien. ¡Ojalá hubiera más ciudadanos –y más especialistas de reconocida valía- preocupados por el sistema educador que hemos construido en los 45 años últimos! Pero este momento es particular. Una vez más estamos en una encrucijada en que la limpieza crítica de esas voces es más necesaria. Pronto saldrá la que puede ser octava ley orgánica que reforme lo que Wert tocó y retocó en 2013, que había sido tocado y retocado en 2006. Una historia repetitiva de otras muchas anteriores, especialmente en lo concerniente a las etapas escolares, desde el principio. García Álix, el primer titular del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, solo duró en el cargo desde el 18 de abril de 1900 al 6 de marzo de 1901, pero emitió 308 normas reguladoras de lo que había legislado Claudio Moyano en 1857.
Reformar y contrarreformar En esta tradición de reformar y contrarreformar tan frondosa, es alentador que un buen conocedor del sistema educativo se pregunte –casi mimetizando la canción de Burning- qué tenga todavía merecedor de ser sostenido, y en qué contradice a la época en que estamos. El primer motivo de interés de este libro es la propia pregunta, pues sitúa al lector en la duda que siempre debe acompañar a toda reflexión coherente. De entrada, da a entender que puede haber muchos elementos que no se corresponden con lo que debiera aportar a la sociedad. Y a repasarlo va con calma, datos y referencias de autoridad, para sugerir por dónde encaminar los cambios que se necesitan y desechar los prejuicios establecidos que, con cada nueva ley alternante, se suelen tratar de afianzar y reforzar.
La segunda aportación reside en que no se trata de opinionitis gregaria ni de jeremíaco lamento, literatura muy al uso en asuntos educativos. Razona, por ejemplo, contra corriente cómo no es posible un “pacto educativo”. Después de 163 años de dejaciones, compadreos y guerras escolares –y de las otras-, es casi imposible ir mucho más allá de lo que dice el art. 27 CE78: la necesidad de combinar universalidad y libertad. Hacerlo con gran equilibrio y respetando el sentido auténtico de los dos términos debiera ser –en lealtad- la función del Congreso de Diputados y del Ejecutivo, y no el pugnar por desequilibrar la democracia del sistema cada vez un poco más. Este criterio puede ayudar a entender cómo tratar de revertir los grandes desequilibrios que estableció la LOMCE será un paso importante en la buena dirección, aunque no sea suficiente para equilibrar un funcionamiento justo y armónico de la pluralidad de redes del sistema. En todo caso, es estéril perseguir un pacto propiamente tal. Para Feito es más útil en todos los aspectos hacer acuerdos concretos. No satisfarán todas las ilusiones, pero posibilitan un campo de juego en igualdad para poder crecer y enriquecer conjuntamente la universalidad y la libertad. Si se eliminaran las contradicciones existentes, sería un gran avance.
En tercer lugar, el autor apuesta por la valentía en las decisiones y no por que lo que hay se mantenga porque sí, como si fuera inamovible y para siempre, de tan naturalizado que está. En este sentido, sus dudas van hacia el Bachillerato tal como está, como pretexto burocrático de lo que venga después si viene. ¿No está sobrando ese mamotreto cuya función principal es ser mera academia preparatoria de la prueba de selectividad? ¿No sería más eficiente que esos dos años sirvieran para fortalecer las destrezas, competencias y actitudes que la ciudadanía necesita para enfrentar este mundo tan acelerado?
Esta es la pregunta clave del libro: ¿No merece la pena aprovechar mejor el tiempo escolar y que sea interesante, atractivo y actual, además de promover de verdad las buenas prácticas que debe tener el sistema?
Hacia una escuela democrática atractivaLOMCE
Y, en cuarto lugar, por este libro discurren cuestiones y preguntas que ayudan a pensar -más allá de lo que hay- si no merecería la pena tratarlas en serio, y no como remiendo u oportunismo. Son asuntos muy pertinentes para la recalificación y renovación eficiente del sistema sus consideraciones sobre la relación de los centros educativos con la Universidad y viceversa, la de las redes Pública y Concertada, la formación de un profesorado acorde con este tiempo, la reorganización interna de los centros, la colaboración de las familias –superando el ser sujeto pasivo o mero objeto de manipulación-, el sentido de comunidad que debe desarrollar, qué se enseña y qué se debiera enseñar, cómo se enseña y cómo se debiera hacer, la nota de Religión, qué pasa con los tiempos escolares…. En fin, un abanico de materias y problemas que necesitan ser bien resueltas porque interesan a todos. De algún modo, Rafael Feito nos está diciendo que, de cómo cuidemos la educación, depende la calidad de nuestra convivencia colectiva. Es un punto de los más sensibles para observarnos a nosotros mismos: cómo nos queremos o cómo nos odiamos dando rienda suelta al primitivismo hobbesiano. Merece, por tanto, la pena que sea repensada con criterio y no al servicio de prejuicios mal aprendidos.
Este libro de Rafael Feito es, por otro lado, una buena síntesis de un largo y fructífero trabajo, no solo en la Universidad Complutense, sino en las continuas reflexiones y análisis sobre los problemas del día a día. Desde los noventa, ha estado pendiente de cuanto aqueja a la educación española. Su obsesión por “una escuela democrática” le ha llevado a pisar todos los charcos en otros libros, artículos, conferencias, debates y en rfeito.blogspot.com Ha experimentado, incluso, a implicarse en uno de los instrumentos que la Constitución dispuso para generar responsabilidad: las AMPAS. Sabe bien de qué habla y no es la primera vez que trata los asuntos.
Se esté o no de acuerdo con lo que dice, merece la pena atender a sus documentados argumentos, muy propios de quien está más por la resistencia que por la pasividad y que prefiere la innovación a la rutina burocrática. Porque no le gusta contar la historia tal como no fue, el autor se pregunta -y nos pregunta- por el sentido que debiera tener esta educación que tantos parecidos tiene, todavía, a la que hace muchos lustros nos dieron y que ampara, todavía, demasiada obsolescencia decimonónica.
Manuel Menor Currás
Podría haber sido en cualquier otro momento, pues preguntarse por el sentido, recursos y estilo de la educación que tenemos en este país siempre está bien. ¡Ojalá hubiera más ciudadanos –y más especialistas de reconocida valía- preocupados por el sistema educador que hemos construido en los 45 años últimos! Pero este momento es particular. Una vez más estamos en una encrucijada en que la limpieza crítica de esas voces es más necesaria. Pronto saldrá la que puede ser octava ley orgánica que reforme lo que Wert tocó y retocó en 2013, que había sido tocado y retocado en 2006. Una historia repetitiva de otras muchas anteriores, especialmente en lo concerniente a las etapas escolares, desde el principio. García Álix, el primer titular del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, solo duró en el cargo desde el 18 de abril de 1900 al 6 de marzo de 1901, pero emitió 308 normas reguladoras de lo que había legislado Claudio Moyano en 1857.
Reformar y contrarreformar En esta tradición de reformar y contrarreformar tan frondosa, es alentador que un buen conocedor del sistema educativo se pregunte –casi mimetizando la canción de Burning- qué tenga todavía merecedor de ser sostenido, y en qué contradice a la época en que estamos. El primer motivo de interés de este libro es la propia pregunta, pues sitúa al lector en la duda que siempre debe acompañar a toda reflexión coherente. De entrada, da a entender que puede haber muchos elementos que no se corresponden con lo que debiera aportar a la sociedad. Y a repasarlo va con calma, datos y referencias de autoridad, para sugerir por dónde encaminar los cambios que se necesitan y desechar los prejuicios establecidos que, con cada nueva ley alternante, se suelen tratar de afianzar y reforzar.
La segunda aportación reside en que no se trata de opinionitis gregaria ni de jeremíaco lamento, literatura muy al uso en asuntos educativos. Razona, por ejemplo, contra corriente cómo no es posible un “pacto educativo”. Después de 163 años de dejaciones, compadreos y guerras escolares –y de las otras-, es casi imposible ir mucho más allá de lo que dice el art. 27 CE78: la necesidad de combinar universalidad y libertad. Hacerlo con gran equilibrio y respetando el sentido auténtico de los dos términos debiera ser –en lealtad- la función del Congreso de Diputados y del Ejecutivo, y no el pugnar por desequilibrar la democracia del sistema cada vez un poco más. Este criterio puede ayudar a entender cómo tratar de revertir los grandes desequilibrios que estableció la LOMCE será un paso importante en la buena dirección, aunque no sea suficiente para equilibrar un funcionamiento justo y armónico de la pluralidad de redes del sistema. En todo caso, es estéril perseguir un pacto propiamente tal. Para Feito es más útil en todos los aspectos hacer acuerdos concretos. No satisfarán todas las ilusiones, pero posibilitan un campo de juego en igualdad para poder crecer y enriquecer conjuntamente la universalidad y la libertad. Si se eliminaran las contradicciones existentes, sería un gran avance.
En tercer lugar, el autor apuesta por la valentía en las decisiones y no por que lo que hay se mantenga porque sí, como si fuera inamovible y para siempre, de tan naturalizado que está. En este sentido, sus dudas van hacia el Bachillerato tal como está, como pretexto burocrático de lo que venga después si viene. ¿No está sobrando ese mamotreto cuya función principal es ser mera academia preparatoria de la prueba de selectividad? ¿No sería más eficiente que esos dos años sirvieran para fortalecer las destrezas, competencias y actitudes que la ciudadanía necesita para enfrentar este mundo tan acelerado?
Esta es la pregunta clave del libro: ¿No merece la pena aprovechar mejor el tiempo escolar y que sea interesante, atractivo y actual, además de promover de verdad las buenas prácticas que debe tener el sistema?
Hacia una escuela democrática atractivaLOMCE
Y, en cuarto lugar, por este libro discurren cuestiones y preguntas que ayudan a pensar -más allá de lo que hay- si no merecería la pena tratarlas en serio, y no como remiendo u oportunismo. Son asuntos muy pertinentes para la recalificación y renovación eficiente del sistema sus consideraciones sobre la relación de los centros educativos con la Universidad y viceversa, la de las redes Pública y Concertada, la formación de un profesorado acorde con este tiempo, la reorganización interna de los centros, la colaboración de las familias –superando el ser sujeto pasivo o mero objeto de manipulación-, el sentido de comunidad que debe desarrollar, qué se enseña y qué se debiera enseñar, cómo se enseña y cómo se debiera hacer, la nota de Religión, qué pasa con los tiempos escolares…. En fin, un abanico de materias y problemas que necesitan ser bien resueltas porque interesan a todos. De algún modo, Rafael Feito nos está diciendo que, de cómo cuidemos la educación, depende la calidad de nuestra convivencia colectiva. Es un punto de los más sensibles para observarnos a nosotros mismos: cómo nos queremos o cómo nos odiamos dando rienda suelta al primitivismo hobbesiano. Merece, por tanto, la pena que sea repensada con criterio y no al servicio de prejuicios mal aprendidos.
Este libro de Rafael Feito es, por otro lado, una buena síntesis de un largo y fructífero trabajo, no solo en la Universidad Complutense, sino en las continuas reflexiones y análisis sobre los problemas del día a día. Desde los noventa, ha estado pendiente de cuanto aqueja a la educación española. Su obsesión por “una escuela democrática” le ha llevado a pisar todos los charcos en otros libros, artículos, conferencias, debates y en rfeito.blogspot.com Ha experimentado, incluso, a implicarse en uno de los instrumentos que la Constitución dispuso para generar responsabilidad: las AMPAS. Sabe bien de qué habla y no es la primera vez que trata los asuntos.
Se esté o no de acuerdo con lo que dice, merece la pena atender a sus documentados argumentos, muy propios de quien está más por la resistencia que por la pasividad y que prefiere la innovación a la rutina burocrática. Porque no le gusta contar la historia tal como no fue, el autor se pregunta -y nos pregunta- por el sentido que debiera tener esta educación que tantos parecidos tiene, todavía, a la que hace muchos lustros nos dieron y que ampara, todavía, demasiada obsolescencia decimonónica.
Manuel Menor Currás
Madrid, 14.02.2020
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