Relatar
el pasado desde la obsesión por controlar el presente ha sido la gran ambición
de los poderosos, ansiosos de su memoria.
Lo decía Sergio del Molino
comentando el primer capítulo de la serie sobre Jesús Gil:
“lo más triste son las caras que celebraban la honestidad brutal de su mesías
de andar por casa”, y recordaba certero cómo Walter Benjamin había observado
que el pasado solo importa en la medida en que moldea el presente. Según Rafael
Feito, también sucede algo de
esto en la reciente película sobre los Beatles: Yesterday. Y según Josemi Lorenzo, los
intereses y conveniencias de los reyes de Asturias -en el
siglo X- determinaron la manipulación del pasado que por entonces podía
arrastrar Zamora. Es decir, que viene de largo este hábito maniobrero.
Encantados olvidos
En la última entrega a Mundiario,
tres breves anécdotas plasmaban lo habitual que sigue siendo que los
relatos sobre el pasado hablen más del hoy que del ayer. Más sistemático, Jean
Vermeil reunió textos de conmemoraciones mozartianas en 1891, 1941 y 1956. En La Flûte désenchantée (Toulouse: Éditions Ombres, 1991), documentó cómo el compositor vienés había
sido utilizado como pretexto para elogiar las políticas -diversas e incluso
opuestas- del poder en tales aniversarios, con el resultado de una maleable imagen,
ajena a su vida y obra.
En ese panorama general hay, de todos modos, situaciones especialmente
duras. Si se tocan los conflictos españoles de los años treinta, el tiempo no
ha logrado deshacer el trastorno sufrido en su recuerdo personal o grupal a los
destinatarios de posibles celebraciones o investigaciones. La fractura sigue
viva y el vaivén del reconocimiento mutuo sigue
aleatorio en muchas instituciones. El paso de los años ha asentado, más
bien, a quienes salieron con ventaja de aquel drama y sus criterios son
perceptibles todavía en sitios significativos como colegios o escuelas,
bibliotecas, ayuntamientos, etc., poco abiertos, contradictoriamente, a la
pluralidad. Los cambios formales de los últimos 40 años no han diluido esa
“ideología” marcada por experiencias subjetivas propensas a vivir a la
defensiva considerando “ideólogos”
–falsarios de “la verdad”- a quienes tengan otra perspectiva del pasado.
Se ha avanzado, pero falta mucho para compartir y mitificar lo
mismo. La memoria y la desmemoria se aprenden y desaprenden. Muchos españoles
apenas pudieron ir siquiera a la escuela unitaria, y todos fueron adoctrinados
masivamente durante cuarenta años por el omnipresente nacionalcatolicismo
en la escuela, en los púlpitos, en la prensa o en el cine y en la iconografía
que logró venia de los censores. Después -como ha estudiado Fernando Hernández‑,
muchos maestros y profesores que han tratado de explicar la “Historia
actual” de España, han tenido dificultades para hacerlo. Y como
complemento, todavía hoy, el acceso a fondos de archivo
de aquellos años tropieza con problemas de todo tipo. Miradas hacia el
pasado, consistentes y humoradas, como la que Andrés Sopeña hizo ver en
El Florido pensil (Barcelona: Crítica, 1994), no son
frecuentes.
Historiografías
Es obvio que el presente no le es indiferente a un historiador. Siempre
tensiona su mirada hacia el pasado, aunque solo sea para seleccionar lo que
pretende explicar. Sin embargo, no todos son iguales. Los que leen el pasado
juzgando el presente suelen ser tendenciosos, repetitivos de consignas
aprendidas. En el trato de otros
estudiosos con la documentación, el rigor analítico fundamenta sus razonamientos
tentativos de veracidad y les confiere autoridad explicativa.
La calidad de la historiografía española, también sobre España
Actual, cuenta en la construcción internacional de conocimiento. Es lástima,
sin embargo, que, hacia dentro, tengan
tanta audiencia voces ocupadas en revisionismos frentistas; editores que
manipulan a quienes, por comer o epatar, alimentan el nicho de negocio
existente con quienes, por diversas razones, se sienten incómodos con
explicaciones ajustadas a la realidad. Que reverdezcan en Twiter, Instagram y
similares los custodios épicos de “la pura verdad” hace que en esta España con
plurales memorias abunden quienes pasan el rato a cuenta de nuestro trágico
pasado: profesorado intercambiando sus “hallazgos” en chats supuestamente
cultos, o plácidos eclesiásticos olvidadizos de que -como recuerda Mariano Gamo-
la Iglesia siga siendo la “principal ganadora de aquella Guerra Civil, más
que el Ejército y que la Falange”. Quienes acreditan pedigrí entre
beneficiados directos de los “40 años de paz” siempre tuvieron extensiones
propias, hasta altas instancias.
¿Biodiversidad?
En democracia, conmemorar algo juntos -a favor de alguien o contra algo- es una
manera de reafirmar la pertenencia voluntaria a un pasado compartido. No fue
así cuando impusieron el eslogan “Por el Imperio hacia Dios”, cuestión que John
Elliot dejó clara en su Historia del Imperio español. Pero los
sucesores de quienes como Demetrio Ramos crearon aquellos obligatorios libros
escolares insisten en su relato exclusivo. Después de Don Pelayo, la toma de Granada
y similares, ABC
avisó ya de que “arrancan los homenajes a la expedición de Magallanes y
Elcano”. El oportunismo envuelve las
ideas con que quieren gestionar este presente.
A cuantos hacen patria con esta afición a la desmemoria colectiva
les está agradecido VOX. Su éxito electoral –y la pugna por que sea visible- se
asientan sobre la distorsionada Historia que se ha enseñado. Cuentan con la
ignorancia programada de tan atrás, con la anuencia explícita de amantes de lo
anacrónico y con la alianza del PP y Cs. En instituciones de relevancia como la
Comunidad de Madrid, a Isabel Díaz-Ayuso le
da igual con tal de alcanzar a presidirla. Tampoco se puede decir que el
PSOE -el partido que tiene posibilidades de Gobierno en Moncloa- vaya a
enmendar su proyecto de viajar cada vez más
hacia un centro edulcorado, desmemoriado hasta que vuelva a ser oposición.
Tal vez para entonces ya sean accesibles todos los archivos –también los de RNE y de TVE-
donde ha habido tantos vetos a cuanto pudiera ir más allá del “PARTE” y del
NODO.
España -contaba Manuel Vicent no hace mucho-,
pinta bien en muchas estadísticas. El problema es que parecen mejores si no
se contrastan para saber, por ejemplo, en qué ranking situar a los que el
periodista llama “políticos nefastos, lideres de opinión bocazas que gritan,
crispan e insultan”; o en qué franja estadística de la ONU figura la desmemoria,
incluida la de “los ciudadanos que cumplen con su deber, trabajan y callan”… La
propia supervivencia democrática estará en riesgo si olvidan que, en el soterrado escenario de lo puramente
biológico, la biodiversidad de los ecosistemas se compadece mal con las tendencias
de algunas especies a la exclusividad.
Manuel Menor Currás
Madrid, 11.07.2019
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