El divertimento
cultural crece, más en verano.
A la propaganda le es
indiferente la calidad de la conversación cívica. Le basta la ansiedad por
paliar el aburrimiento y el afán de darse lustre.
La extemporánea aportación de Monseñor Renzo
Fratini hace unos días respecto a Franco y el Valle de los Caídos, rara en un
diplomático, sería “bonita” si no fuera ahistórica y partidista. No es, con
todo, algo excepcional.
El presente del pasado
Hace poco, un grupo español de amigos del
arte, de turismo en Weimar con motivo del Centenario de la Bauhaus, entró a comer en el Hotel
Elephante. Alguien recordó humoradamente, con documentación abundante en su
móvil, que allí solía acudir Hitler, y el rictus de enfado que suscitó fue
solemne: ¿Acaso no habían andado por allí también otras gentes excelsas, como
Thomas Mann o Walter Gropius? Buenas ganas de enturbiar con algo desagradable
un día culturalmente tan “bonito”.
Algún
tiempo atrás, en un centro educativo madrileño se quiso celebrar el 75º
aniversario de su fundación. El proyecto conmemorativo no contemplaba que, a
comienzos de abril de 1939, cuando las tropas golpistas entraron en la ciudad,
entre otras medidas hubieran depurado su nombre original, anterior a la II
República. Algunos profesores, conscientes del lapsus, indicaron que deberían
explicarse al alumnado aquellos cambios, y la irritación de la dirección fue
más grande todavía. Empeñada en un evento ciego a la reorientación franquista
que había marcado cuanto allí se había enseñado durante tantos años, acusó de
“ideología” (¿?) a los discordantes con el “bonito” relato que quería contar. El
profesor Ángel Chica, que vivió aquel atropello de la historia, pudo evitar que
se
repitiera más tarde algo similar con el Instituto Español de Lisboa.
Las
visitas guiadas pueden, también, ser muy
fértiles en relatos sesgados, lo que no impide comentarios posteriores de
turistas agradecidos por lo “precioso” del espacio visitado. No hace mucho, en
un monasterio, la salvable explicación de las variaciones estilísticas de cinco siglos
fue adobada convenientemente con cuanto había subsanado “el desastre”
desamortizador. Como coda -antes de que el grupo fuera conducido a comprar souvenirs-,
el turno de visitantes tuvo que pasar ante una exposición fotográfica en que se
mostraba la “providencial recuperación”, exclusiva de la constancia monacal. En
el recorrido no se pudieron hacer preguntas: las razones, procedimientos y
recursos con que se había hecho y rehecho el impresionante edificio podían haber
estropeado el catequético relato.
Más
allá de lo anecdótico, este breve muestrario parece reflejar que la
turistificación del pasado, acompasada de una débil educación histórica,
inclina a mostrarlo sin aristas incómodas, proclive a generalizaciones milagreras
y ajeno a que pueda ser relacionado con los problemas del presente. La memoria
es corta y, como amable indicación de lo bien que puede ir todo si nadie se entromete
en lo que no le importa, puede ser recreativa.
Entretenimientos
En
los asuntos públicos, como en un parque temático, sobra propaganda dirigista y
falta buena conversación. Rogelio
López Cuenca lo ha mostrado muchas veces alterando el significado habitual
de la señalética y publicidad entre la que nos movemos. En Educación, las
corporaciones y lobbys poderosos interfieren mucho con sus particulares intereses
de negocio. Por eso necesita conversadores interesados
no tanto en los eslóganes, cuanto en el
buen funcionamiento de la estructura organizativa que soporta el acceso de
todos a ese derecho universal. Que se ocupen del imprescindible debate sobre la
mejor organización
interna de los procesos educativos de enseñanza y aprendizaje que todo
centro educador ha de promover. Y que no olviden lo que atañe a la buena preparación
de los profesionales que hayan de hacerse cargo de que la educación sea
accesible a todos con las mejores garantías de igualdad y libertad. Es evidente
que educar
así no es lo mismo que escolarizar sin más: entre otras cosas, es más caro
si se quiere que llegue a todos y no solo a unos pocos. Lo cómodo –y más barato
todavía- es coger el rábano por las hojas y quedarse con una o dos palabras en
la boca, como propaganda vaciada de objetivación real.
En
Cultura, la conversación democrática también es primordial si logra centrar qué
sea cultura y cuál su interés ciudadano. Despista no poco que los más expertos
–antropólogos con credos dispersos- se
queden en orientadores de la “industria turística”, ávida de patrimonializar
nostalgias de la España vaciada y atemporal. Y desorienta mucho más la
pluralidad de usos del término “cultura”. En las barras de bar, en las tertulias
de televisión y radio, y en mil fiestas
o festivales de todo tipo, florece la actual “cultura popular”. Está también la
otra cultura, la “alta” y no tan
popular, y asimismo el cajón de sastre de
“la industria cultural”, al que se adhieren como lapas la “gestión” y la “política cultural”. Y un Ministerio que, a
veces se prende del de Educación, y desde hace tiempo va de cojitranco pariente
del Deporte, junto a otros artificios autonómicos y municipales.
Es
un mundo, el cultural, al que el pesimismo y optimismo se le alternan al ritmo
de su bajada
o subida en el PIB, en que también da dividendos la indiferencia o que el
día a día ciudadano se limite a darse algo de lustre con él de cuando en vez. A
ese territorio ambiguo de elitismos que conviven con lo rudimentario, le cuadra bien la desatención al pasado
histórico y a la memoria. Tan similar es a la que sufre la Educación o la
Sanidad, que no se altera porque le vayan de maravilla los arbitrismos zafios y
las opiniones infundadas, inmunes a cuanto pueda alterarlas.
Votos y vetos
Como a
la España vaciada, que conduce a abandonar los montes -y que ardan en
verano con facilidad-, así se construye el hábitat cultural, lleno de tópicos y
falsedades crecientes a medida que son más cortas las lecturas y se hacen más seductoras
las visualizaciones de las Redes y los medios. Nadie podrá hacer, sin embargo,
que la riqueza del intercambio conversacional cotidiano –el de la vida
fructífera en la polis- no dependa de la información contrastable que cada ciudadano
haga circular, un proceso en que el
tiempo, la oportunidad y la constancia en la búsqueda son determinantes para no
restar valor a un bien que es complejo, transversal y de inevitables raíces
históricas.
Institucionalizadas
la Cultura y la Educación para que sea accesible a todos el potencial de ese
plural entramado, concierne a su democratización pública que el desarrollo de
un derecho cívico crucial haga más coherente, valiosa y atractiva la vida
individual y grupal. Pero si se frivoliza su dimensión y quienes ostentan la
representación política juegan a simplificarlo y esclerotizarlo, o a crear falsos
debates dando la matraca con bizantinismos ajenos a las carencias existentes,
el riesgo para la salud y la convivencia es serio. Se está viendo con la
gestión de los resultados electorales –que ha situado a la politiquería
inane como segundo problema en este momento, después del paro-. Y ha
sucedido en lo concerniente a Madrid
Centro, expresión
certera de la torpeza e ineptitud de muchos elegidos para gestionar democráticamente
lo colectivo.
Las
agresiones del odio suelen seguir a la
ignorancia y a la intolerancia gratuitas. La manipulación que términos como
“calidad” y “libertad” muestran
en las 155 medidas acordadas por el PP y Cs puede aparentar que todo queda
muy moderado, pero será muy peligroso que no corrija las serias deficiencias
que arrastran los servicios sociales o
el ejercicio de los derechos y libertades de todas y todos. Aburrido es
recordar que John Locke (1632-1704), cuando en 1690
escribió la Carta sobre la tolerancia, dijo que “no es la diversidad de
opiniones –inevitable-, sino la negativa a tolerar a aquellos que son de
opinión diferente, la que ha producido todas las guerras y conflictos”.
Manuel Menor Currás
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