¿Tiene ventajas el “medio
hacer”?
Lo acontecido en
Finlandia no es indiferente para lo que pueda pasar en las elecciones
españolas: pronto puede parecer muy moderno ser retrógrado.
Juvenal (60 d. C.-128), fustigador de la sociedad romana a
finales del siglo primero de la era cristiana, escribió, en la primera de las
sátiras que le han sobrevivido, si siempre sería “un mero oyente”. Considerando
un “ultraje” algunas de las comedias y elegías de carácter gloriosamente épico
que le obligaban a leer, se lamentaba de que le hicieran perder el tiempo
con propuestas que, a la primera,
resultaban huecas y encubrían mil maneras de hipocresía y corrupción. A continuación, desgranaba mil historias por
las que cabía desesperar de tanta superchería y de quienes se prestaban a
escribir plagiando alusiones a las hazañas de los dioses para encubrir los
desmanes de quienes les sobornaban.
Juvenilidad apresurada
Después de casi dos mil años, la inventiva
sigue empeñada en la apariencia de comedia. Instituciones preciadas encargan a
sus comunicadores similares artificios a los que denunciaba Juvenal, para
promover un prestigio no siempre consistente. En un momento como este, previo a
una secuencia electoral importante, los malos modos, cortos análisis y broncas
propuestas que se están presentando a los electores, no están exentos de interés
demostrativo en reiterar ocultación de despropósitos, desvío de atención y
generación de simpatías votantes a cuenta de la ignorancia y calculada
interferencia de poses chulescas. La dura imagen de Notre Dame en llamas, con alguno de los arreglos de Viollet-le-Duc por los suelos, provoca ahora, de nuevo, un debate nunca
resuelto acerca del qué, cómo y hasta dónde restaurar, cuando en los últimos
175 años han variado tanto los conceptos a preservar en estos trabajos.
Dubitativa también entre lo viejo y lo nuevo, la imagen de esta campaña
electoral es mixta; no del todo nueva por lo problemática, maleducada y
regresiva, es probable que desate entusiasmos en sus diseñadores, pero deja en desolación a
cuantos quisieran un debate de ideas coherente y menos emocional. Puede que a
la juventud de los y las contendientes en esta pelea les falte rodaje o puede
que les hayan insuflado, con un mal aprendido arte de tener siempre razón –que
espantaría a más de un sofista-, ante todo el afán demostrativo que movía a los
conversos. Lo que predomina es un exceso de apasionamiento conservador por
encima de cualquier renovación modernizadora.
Llama
la atención las actitudes e ideas con que juegan ante las cámaras estos candidatos
y candidatas. Miradas en el medio o largo plazo, más allá de la estricta actualidad que coloree una última hora, muestran continuidades del pasado, cuando no
regresiones fuertes respecto a las urgencias de este presente. Algo cabe aprender
de este descubrimiento, en línea con la muy lenta progresión histórica de
algunas ideas y posicionamientos en la aceptación social hasta la normalización
legal. Tanto inquietaba a Mariano José de Larra que, en 1834, opinando sobre las
ventajas “del medio hacer”, concluía que “lo que vamos a hacer el año 34 –porque yo creo que vamos hacer algo- lo
hubiéramos hecho de primeras el año nueve, o el 14 o el 20” [tres fechas relevantes
del XIX para el liberalismo democrático], ¿qué haríamos el 34? ¿Ser felices? ¡Brava
ocupación! […] ¡Espantosa perspectiva! Más sabios, por el contrario, nosotros
dejamos siempre algo por hacer para mañana. Nosotros dejamos las cosas algo
oscuras para poderlas aclarar mañana. ¡Ay de aquel día en que no haya nada que
hacer, en que no haya nada que aclarar”. En enero de 1835, mientras se hundía
el año anterior, diría: “Me preparé a ver en el próximo y naciente 1835 una segunda edición
de los errores de 1834. Ojalá que la experiencia desmienta mi funesto
pronóstico”.
Movilidad inmóvil
La cuestión es que son tantas y
tan importantes las demandas que plantea el ahora; tan creciente es el
narcisismo que impone el consumismo en que nos movemos, con sus cánones de
individualismo descortés con cuantos puedan ser nuestros semejantes; tan a
desmano quedan las exigencias de los Derechos Humanos y Sociales y tan repetitivamente
simplón es la panacea que tras lo
tecnológico se nos cuela, que se nos
pasan cuestiones esenciales para nuestra convivencia, mientras continúan vivos,
tan inquietantemente continuistas como en otras épocas, fondos de armario de
difícil modernización.
Tómese como referente una
institución como la Iglesia católica que, independientemente de los acentuados procesos de secularización, sigue teniendo en España gran peso específico
en decisiones de la alta política. Su vaivén argumental en dos aspectos
vinculados a las cuestiones sexuales como la pederastia y la homosexualidad, además
de su valor penal, tiene enorme interés para entender el doble o triple juego en que puede estar enredado su
discurso supuestamente renovador, al que
unos se pliegan según sople de Roma, y otros procuran que no se altere el lado más cerrado e, incluso, ultraconservador.
En medio de ese tobogán –en que oficialmente nunca están-, para desarrollar como “sociedad perfecta” la Divini
illius Magistri como si nada hubiera acontecido desde 1929 –ni hubieran
transcurrido 80 años de relaciones de un poco amortiguado nacionalcatolicismo
con el Estado español-, ahí sigue comandando la mayor parte del 32,7% del sector privado-concertado de la educación escolar en España. Ni se moverán los Acuerdos con la Santa Sede –como se había rumoreado hace algún
tiempo- ni, según dicen los programas políticos de última hornada, tampoco parece que vaya a moverse lo
que en este ámbito de la igualdad educativa reclaman muchos. En este aspecto –y no el único- la Legislatura que se
inicie después del 28A seguirá siendo, como hasta ahora, prolongación retardada
del Antiguo Régimen, de las frustraciones en que se debatió la España de Larra
–entre carlismo y modernización razonable-, de las imposiciones franquistas y de
una Transición que todavía tiene muchos asuntos pendientes, retardataria,como otrora, de aspectos relevantes de la vida ciudadana, aunque para algunas
personas pueda ser de interés.
Lluvia
de piedras
Han
pasado casi dos mil años, y la mayoría de nuestros políticos parecen estar
siguiendo a un tiempo este ejemplo y el consejo de Larra en cuanto a “cosas a
medio hacer” para educarnos. Con sus memes y ocurrencias
imitan a los creadores de monólogos y adoptan poses de torero, tractorista,
motero, cofrade, o reconquistador de lo que contaba la Enciclopedia Álvarez. Les
quedan unos días de pasarela para ponerse en vena de superhéroes/ínas o vendedores/as de algo, mientras intentan sintonizar con alguna lejanía
cultural venerable. Pero el aura levemente utópica que pudo tener 1978 empieza
a estar cada vez más alejada de la realidad. Gritan en exceso –como si los
ciudadanos fuésemos culpables- y, cuanto más mentan las esencias patrias o se
ponen en plan ofendido, más sabemos que nos hablan de los trucos del dinero
para sostener el statu quo. Entretanto, a muchos posibles votantes, ofuscados
como Juvenal por no ser capaces de “apartar la niebla del error y distinguir
entre los bienes verdaderos y sus opuestos”, se les impone lo que dejó dicho en la sátira nº 13: “Si diviso un hombre extraordinario y justo,
comparo tal portento con un niño de dos cuerpos, con el hallazgo asombroso de
peces bajo el arado…, y me angustio como si cayera una lluvia de piedras o un
enjambre de abejas colgara en largo racimo bajo el alero…”.
Manuel Menor Currás
Madrid,
17.04.2019
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