Los cambios impulsados a través de la educación son imprescindibles a la hora de formar una ciudadanía critica, empoderada y activamente comprometida con la construcción de una realidad más justa, equitativa y sostenible.
En relación con los tres ámbitos que el Pilar prioriza —la igualdad de oportunidades y de acceso al mercado de trabajo, unas condiciones de trabajo justas y la protección e inclusión social— se han registrado algunos avances tanto a nivel local como a nivel global, aunque queda por hacer un largo recorrido hasta conseguir la igualdad de derechos para todas las personas.
En la última década, la crisis sistémica que estamos viviendo ha puesto aún más de relieve la desigualdad que genera el desequilibrio de poder y la concentración de la riqueza en las manos de unas pocas personas, pero también ha dejado patente que el actual modelo económico que genera desigualdades se sustenta en una amplia y estructural discriminación de las mujeres y en la vulneración de sus derechos económicos y sociales.
En este sentido, los datos recogidos en el informe Voces contra la precariedad: mujeres y pobreza laboral en Europa, publicado por Oxfam Intermón a final de septiembre, indican el grado de desventaja y discriminación que sufren las mujeres y ponen en evidencia que las desigualdades de género forman parte de las causas estructurales que dificultan el cumplimiento de los objetivos planteados por el Pilar europeo, favorecen la vulneración de sus derechos e impide conformar una realidad justa y sostenible.
Las mujeres siguen ocupando los últimos puestos de la escala salarial y el género, junto con la etnia, la edad y el país de origen, sigue siendo uno de los elementos que caracterizan a las personas que más sufren la pobreza y la precariedad laboral en Europa: cobran un 16% menos que los hombres. Sin embargo, es complicado reflejar en cifras concretas la pobreza laboral de las mujeres debido a que parte de su trabajo pasa desapercibido, es invisible. El 86% de la brecha salarial conocida tiene su explicación en factores concretos, como la edad, la experiencia y el tamaño de la empresa, y un 14% se puede atribuir a discriminación por género.
Las mujeres constituyen el 55,8% de la fuerza de trabajo en la industria de la hostelería, la restauración y el turismo, y el 87,9% de las personas trabajadoras del hogar o cuidadoras de otras personas, uno de los sectores laborales más precarios; su presencia predomina en el ámbito del trabajo a tiempo parcial no deseado. Aunque, como se indica en el informe, las formas atípicas de trabajo libremente escogidas y bien reguladas no necesariamente generan consecuencias negativas, su mal uso afecta ampliamente la desregulación de los derechos laborales, las condiciones de trabajo decente y la protección social.
A esta situación hay que añadir el alto porcentaje de mujeres que cubren voluntariamente puestos a tiempo parcial para dedicarse a trabajos de cuidados no remunerados. Esta situación afecta casi a una de casa dos mujeres en Europa, frente al 13% de los hombres que, traducido en términos monetarios, se concretizan en unos 10 billones de dólares al año, el 13% del PIB mundial.
Tal y como se explica desde la corriente de la economía ecofeminista, estos datos son el resultado de la relevancia que tienen las relaciones de género en el sistema económico, del consecuente impacto de los roles de género en la asunción de los cuidados y de la invisibilización de las actividades que, si por un lado sustentan la vida, por otro no se reconocen como parte de la economía.
Para romper con esta estructura es fundamental contar con la implementación de políticas públicas dirigidas a fomentar una economía más equitativita y resiliente, es decir, es imprescindible contar con la voluntad política de generar las condiciones necesarias para que todas las personas puedan disfrutar de las mismas oportunidades de desarrollar su vida de forma digna, tanto en el presente como en el futuro.
Sin embargo, este cambio no será posible si no se incide en el modelo cultural que ha avalado la consolidación de un sistema económico que se sigue desarrollando a través de la explotación de los elementos que sustentan la vida, prescindiendo de los principios vitales, como el de interdependencia y ecodependencia.
Romper con esta forma de concebir el sistema económico requiere una fuerte voluntad política y un cambio en los valores, ideas, creencias y normas sociales que han avalado la existencia de las desigualdades y del sistema patriarcal que ha participado en su ampliación y radicalización.
Resulta cada vez más necesario impulsar un cambio de paradigma que ponga la vida en el centro, modificando la visión cultural que ha llevado a difundir la idea de que la subsistencia de la vida de cada individuo depende solo de sí mismo y de que los elementos que permiten la vida, como pueden ser los cuidados o la misma naturaleza, pueden considerarse como algo ajeno a la sostenibilidad del mundo en el que vivimos.
Es fundamental promover procesos educativos que aborden las causas y consecuencias de los desafíos económicos, políticos, culturales y ambientales que caracterizan el mundo en el que vivimos, a nivel global y local. Esto debe estar respaldado por el uso de metodologías que puedan facilitar el desarrollo de un aprendizaje crítico, difundir valores como la solidaridad, y formar una ciudadanía activamente comprometida con la construcción de una realidad más justa y equitativa, poniendo la sostenibilidad de la vida en el centro.
Este enfoque representa uno de los elementos que caracterizan las actividades llevadas a cabo en el marco de la Educación para una Ciudadanía Global que, haciendo referencia a diferentes teorías, incorpora en sus prácticas las propuestas pedagógicas de Paulo Freire y prioriza el aprendizaje crítico, la perspectiva de derechos y las interrelaciones que existen entre la realidad local y global, a la vez que fomenta el papel de la educación como herramienta de transformación social.
La intervención de Marta Pascual, en la XXXVIII Escuela de Verano: la escuela del cuidado mutuo ha servido de inspiración de lo dicho anteriormente cuando, evidenciando la tensión que existe entre la esfera individual, colectiva y ambiental, remarcó la necesidad e importancia del tema de los cuidados en los centros escolares: “Se trata de facilitar que las escuelas sean espacios en los que se cuidan los seres humanos que las habitan trabajando el concepto de los cuidados desde la reciprocidad. Es de fundamental importancia trabajar los cuidados reconociendo la complejidad de la realidad en la que vivimos, cuestionando y superando el paradigma cultural que analiza la realidad a través del pensamiento individualista y dicotómico, que contrapone conceptos tales como hombre-mujer, público-privado, trabajo productivo-trabajo reproductivo, etcétera”.
Citando las palabras de Freire, los métodos pedagógicos, entendidos en su forma más amplia, representan el “proceso en el que las personas construyen y conquistan históricamente su propia forma”. Aunque los cambios impulsados a través de la educación se consideran a menudo como transformaciones “a largo plazo”, son imprescindibles a la hora de formar una ciudadanía critica, empoderada y activamente comprometida con la construcción de una realidad más justa, equitativa y sostenible. Una realidad que sepa romper el círculo de la pobreza y acabar con las desigualdades. Una realidad más humana que ponga a las personas en el centro para una vida que merezca la pena ser vivida.
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