El MIR de Méndez de Vigo
puede ser la clave del pacto, pero ¿de qué pacto?
Es otra variación más en
la retórica sobre el prestigio del profesorado. Sin explicación mejor, ni a
historia minúscula llega en un territorio mucho más grande, que mantiene a distancia.
Del significado de la palabra “cambio” saben mucho los de la
inmediata postguerra. Sobrepasan los 70 años y se han liberado de la inútil
incertidumbre de si algo puede cambiar o no; el tiempo del embobado optimismo
se les ha ido. Cuando oyen esa palabra y similares –sobre todo, en algunas bocas-
entienden que lo que tenía que suceder ya ha sucedido o no
verán que vaya a suceder.
El “eje” del sistema
Muchos ya eran maestros o profesores antes de 1978, y lo siguieron
siendo –de uno u otro modo- después de
la Constitución. Toda la vida en las aulas, como estudiantes o profesores, les
da competencia sobrada para distinguir, en lo tocante a su trabajo, entre el
grano y la paja. En las Administraciones, a esos aparatos con parásitos trepas
de gestores, consejeros y correveidiles empeñados en contradecir la buena
sintaxis de la palabra educación. Y en lo sustancial, cómo casi todo se ha
hecho con escasos medios y abundante ilusión de los empeñados en que hubiera ciudadanos
mejor preparados para entender el mundo y convivir. Esta diferencia entre forma
y fondo les pone en alerta ante quienes más presumen, poco conocedores del trabajo con la tiza.
Para estos viejos profesores y maestros no ha sido sorpresa que haya
vuelto a escena esta parodia. Esta vez Méndez de Vigo pregonando su propuesta
del MIR educativo, que serviría –dijo- para “prestigiar la profesión”. Si en ello
cree –se han preguntado- no se entiende cómo ha aceptado ser ministro de este
Gobierno en junio de 2015. Menos se explican qué sea ese “prestigio” cuando,
desde 2011 hasta hoy, el presupuesto de su Ministerio para formación ha pasado de 52 millones en 2011, a tan sólo 2,6 en las cuentas de 2017. Responsable de dejación en su procura, en la parte
alícuota de los dos años y medio que lleva en el cargo, este ministro se
muestra fiel heredero de una vanidosa tradición en esa cartera ministerial:
decir del profesorado una cosa y hacer otra muy distinta.
Esta jactancia viene de antes de la ley Moyano en 1857. Hasta que
el 31.12.1901 un crédito extraordinario posibilitó que el Ministerio de Instrucción
Pública lo pagara, el sueldo del magisterio –su “prestigio” real- fue absolutamente aleatorio. Y hasta muy
entrados los años ochenta, por muchas salvedades que se hagan no ha sido muy
distinto. La proporción de estima que representan los salarios de los docentes
apenas se distingue de la de cualquier
oficial de la construcción no bien pagado. Lo notable, pese a todo, es que ha
habido buenos profesionales –“vocacionados”, como ha solido decirse-, pero a
cuenta de un alto grado de voluntarismo para ejercer mejor sus responsabilidades.
Puede decirse, por tanto, que, en general, lo mejor del sistema lo han puesto
sus docentes, pese a que no tuvieran muchos incentivos. Pero también ha de
añadirse que un sistema educativo con 695.598 profesores –un 70,68% en la
pública y un 29,28% en la privada-, no puede funcionar bien a cuenta de un
grupo voluntarista más o menos extenso. En consecuencia, si a Méndez de Vigo le
preocupa el “prestigio” profesoral, es lástima que no haya explicado qué
entienda por tal, en qué consista por dentro su propuesta de MIR y, sobre todo,
en qué funda que de adoptarse vaya incrementarse ese “prestigio”.
¿Hacia qué “prestigio”?
Empiece por las nociones y, a continuación, dé argumentos, porque
la memoria de los malos tragos duele. Algunos profesores todavía recuerdan el
sello de correos de 1939 en que aparecía un dibujo de Castelao: La última lección del maestro. Ochenta
años después, “doler” sigue siendo un
verbo tan irregular como la calculada novedad de esta preocupación por “el
prestigio” de los profesores futuros, todavía no en ejercicio. La estima de los
ya muertos o jubilados no entra en este proyecto, ni tampoco –lo que es más
grave- la que debieran merecer los que están en activo. Son muchas las reformas
que han vivido las cohortes de maestros y profesores que han estado recibiendo o
impartiendo clase desde antes de Ruiz Jiménez en 1953. Los textos legales de
cada una mencionaban siempre el papel primordial de los profesores para que lo
que se quería reformar saliera adelante. Hace mucho, pues, que advirtieron que
tales alusiones eran retóricas, sin consecuente respeto a la dignificación de
su trabajo. Como si entre el Ministerio y las aulas hubiera una distancia
sideral, la vivencia de acompañamiento en su trabajo con frecuencia ha sido
nula. ¿Por cuántas huelgas y manifestaciones han pasado los trabajadores de la
enseñanza para que el esfuerzo de los más responsables no fuera en vano?
¿Tantas diferencias hay entre las que tuvieron que vivir antes de 1978 o
después, en fechas como 1988, 2011 o 2017?, como para valorar muy alto las
aplicaciones del art. 27?
Siempre cabe la desmemoria y el fingimiento, pero, después de
tantos años de trabajo escolar, algunos logros y el valor de enseñar en
constante litigio, la incrédula
inmovilidad no puede ser un objetivo. La apariencia de cambio en este nuevo
ensayo retórico con el profesorado exige que los fautores de este MIR expliquen
hasta qué punto el anhelado “prestigio” va a depender estrictamente de el: ¿La
formación a que haya decidido prestar atención Méndez de Vigo se ciñe únicamente
a ese tiempo estricto de formación tutorada? Solo se ha dicho que se parecería
al de Medicina en cuanto a duración y poco más. No hay garantía, sin embargo, de que vaya a
perdurar en el prestigio que, supuestamente, tiene todavía este MIR, cuando la privatización de los estudios universitarios
y de la propia Sanidad pública es creciente. Por otro lado, Educación y Medicina
tienen trayectorias muy distintas: la definición profesional de los médicos ha
venido muy estructurada por los estudios universitarios previos. No sucede así
con las profesiones escolares ni con las las Facultades de Educación, que, en la comparativa interna del “prestigio” de las carreras universitarias, tienen
débil valor. Nada ha trascendido, por otra parte, acerca de la formación previa
a los másteres reglados que precede a las fases de selección, ni sobre la
mejorable calidad de estos. Y tampoco se ha aclarado lo relativo a la formación
permanente de quienes traspasen el filtro del MIR. ¿Quedará a expensas de la
voluntariedad –incentivada- de los futuros profesores ligándola con el salario
y la evaluación estandarizada en el aula?
Es evidente –y nadie
contradirá a Méndez de Vigo por decirlo- que si se quiere una buena educación es
precisa una “sólida formación” del profesorado, siempre que se refiera a cuantos enseñan en
todos los niveles educativos y en las diversas redes del sistema. Las
gradaciones de necesidad son tan obvias
como decir que profesores y maestros son el “eje” del sistema. El problema es
que sin aclarar lo implícito que conlleve este MIR docente, las razones para la
incredulidad son fuertes. De inmediato cabe preguntarse si el MIR va a ser solo
obligatorio para el acceso a la función docente en la enseñanza pública, o si
va a serlo también para la privada y concertada. Está por ver: las
equiparaciones de ambos grupos de profesores resultarán enojosas, en un terreno
embarrado por una historia poco respetuosa con la democracia educativa. Pero, independientemente
de cómo quede esa cuestión en el ansiado pacto, el gran problema será cómo se
desarrolla el nuevo proyecto de selección mientras el grueso de los casi setecientos mil profesores existentes en el curso actual seguirán sin tener
esa formación supuestamente motivadora de prestigio:
¿Cómo se canalizará este necesidad? La arraigada tradición del CAP
(Curso de aptitud pedagógica), que implantó la LGE de Villar Palasí en
1970, vigente hasta 2009 en que se
prescribió como máster, con más duración y limitado prestigio, es mal
precedente. Y también las obligaciones
de formación posteriores al acceso a un puesto docente –tan disminuidas- parece que vayan a incrementar la socorrida
voluntariedad que cada profesor o maestro sea capaz de añadir, pero ahora en
directa competitividad con sus pares. Internet y el volumen de datos (Big
Data), estructurados o no, que cada profesor del sistema sea capaz de acumular
dejando constancia de su trabajo y sus cursos de formación, presenciales y on line, puede que sea más decisiva en
adelante. Hay muchas empresas privadas interesadas en vender sus innovaciones
en este apetecible territorio triangular.
¿Qué MIR?
El MIR no lo arregla todo. Bien desarrollado, solo solucionaría un
breve tramo de la profesionalidad docente que, en las etapas escolares, ha de
ser además capaz de educar. Duraría dos años de una preparación que, como
mínimo, habrá debido iniciarse cinco antes y que, después, se ejercerá
probablemente durante otros 30 ó 35. La hipotética garantía que pueda ofrecer un
acceso a la función docente más complicado, solo potencialmente más acorde con
una actualizada justificación meritocrática, coincide con escasez de trabajo y
más candidatos posibles. Poco más puede ofrecer. Es urgente, en todo caso,
saber antes de nada qué signifique “trabajar”, quiénes “trabajen” y quiénes no,
y a qué parámetros o evaluaciones se encomiende la determinación del buen
trabajo y, por tanto, con qué tipo de eficiencia se mida esa calidad laboral.
La documentación contextual
muestra que, desde antes de que este ministro entrara a sustituir al Wert. La
agenda del PP en este asunto es anterior a la LOMCE, donde se fijó el tipo de
profesores de su predilección. Antes de que esta fuera votada, en el Boletin Oficial de las Cortes Generales se había presentado
el 26 de abril de 2013, en formato de proposición no de ley, el proyecto de
estatuto docente y seguimiento de la labor del profesorado. Esa propuesta –orientadora
de la acción política de este Gobierno- ha permanecido latente hasta este MIR.
Premiado el Sr. Wert con la embajada ante la OCDE, vino luego la secuencia del Sr.
Marina, al que Méndez de Vigo encargó aquel Libro Blanco sobre la profesión docente, muy ilustrador de esta
propuesta. Y pronto planteó de lleno su Pacto Social y Político. En aparente
contradicción con gestos anteriores de su partido, le ha valido para animar la
Subcomisión parlamentaria creada al efecto. En el centro de ese hipotético
consenso debía estar la atención a la selección del profesorado, mientras
dejaba fuera cuestiones principales, pero más cuestionables, que al sistema
educativo español le vendría bien considerar. En ese contexto, muestra ahora su
propuesta del MIR, plenamente concordante con la secuencia documental anterior.
De salirle adelante este ejercicio malabar, habrá hecho mérito suficiente para
que, a imitación de su antecesor, se le otorgue alguna embajada de relumbrón.
Como cumplimiento del programa del PP, el vericueto seguido por
este MIR es revelador, pero como aportación a la mejora sustancial del
tratamiento del profesorado, este proyecto sitúa a Méndez de Vigo como acreedor
del padre de la LOMCE, cuyos principios estructurales protege. Tampoco en cuanto
a formación ha modificado el panorama
dejado por Wert. Su particular dignificación de ese “eje del sistema” ha
consistido en rebajarle los recursos y, con la reposición del profesorado a la
baja –sin apenas haber rectificado lo que establecieron las instrucciones del 04.07.2011-, la ha encomendado casi exclusivamente al
aumento de su carga de trabajo.
Al final, esta propuesta de
MIR puede que sea una ocurrencia más. Está en la genética de mucha legislación
española. De ser así, la pretensión del supuesto “prestigio” a través suyo es
de corto recorrido. Con todo, ya está sirviendo para justificar las razones del
engorroso pacto, razón por la cual habría
puesto casi todo el énfasis en el continente sin mentar su contenido; sería un
engorro definirlo y peor le sería si tuviera que acompañarlo de un Estatuto de
la función docente. Puede, no obstante, que este MIR vaya a convertirse en su
piedra filosofal. Con poco gasto, ha encontrado la solución mágica de los
problemas que tiene entre manos y, de paso, la justificación de su paso por
Educación. Tan risueño está que el
estilo de educación que pretende desarrollar ni lo menciona, mientras impone
gran parte del proyecto y sus derivaciones al bolsillo de los profesores.
Clave del pacto
Tal como va este momento de aparente inactividad de este Gobierno
equívoco, para los profesores –mayores o en activo- es preocupante que se rifen
la primacía de este MIR entre el PP, PSOE y Ciudadanos. Es un problema menos
para el posible pacto. Los matices diferenciales vendrán de la importancia que
concedan a los silencios señalados.
Responsables serán de que este MIR pueda muy bien ser otro caballo de Troya bajo el que se cuelen
más riesgos en el sistema –sobre todo en su red pública-, sin que se alteren
las directrices de la LOMCE. Las
cuestiones de dineros –condicionantes siempre de las políticas educativas- pueden
ser otro matiz diferenciador entre partidos: los recortes son dinero, el aprecio
del trabajo del profesorado es dinero y el afán de control creciente y más
sofisticado -con evaluaciones externas-, dinero es igualmente, de dirección
reversible hacia los negocios de la privatización. Desafortunadamente, aunque
los otros partidos no concuerden estrictamente en estos aspectos, todos coinciden
en que el MIR sea determinante para la “calidad” docente. Puede que a este
diplomático ministro no se le haya escapado esta concordancia. Para
aprovecharla mejor ya ha deslizado Maroto lo irresponsables que serían quienes no estuvieran por
este proyecto limitándose a “decir no a todo”.
Si Méndez de Vigo hubiera descubierto realmente que su profesorado
es el “centro” del sistema educativo, habría encontrado ya el modo de convencer
a los escépticos. No cabe duda de que ha
hecho un gran descubrimiento al fijarse en la formación, pero si cree que basta
con enunciar su MIR –sin más- se ha equivocado. Sin explicitar el antes y el
después, y sin aclarar a qué modelo de “prestigio profesoral” aspira, se expone
a que entiendan que quiere dar gato por liebre.
En las partituras previas a este
MIR que casi acaba de sacar de la chistera, hay músicas que ya han provocado
muy fuertes críticas antes de ser importadas de EEUU. Entre otras cosas, porque
anhelan que los profesores no pasen de peones.
¿Pacto social?
Muchos medios le hacen la ola a este modo de “mejorar” el actual
sistema educativo. Detrás, también lo jalean instancias muy bien financiadas
por grandes intereses, multinacionales, eclesiásticos o ambas cosas. El Banco Mundial, la OCDE o la “Nueva educación” de Trilema o Ashoka tienen puestos sus afanes sobre
nuestro sistema educativo: significativa es la nueva orientación de Cuadernos de Pedagogía, una de las revistas más importantes en
este campo desde 1975. Pero democráticamente hablando, el ministro quedaría
mejor si, de entrada, empezara por hablar de este MIR y sus implicaciones con
los sindicatos de los profesores. ¿No iba este pacto de “social”, además de “político”?
Entre los que se han hartado de oír que los profesores son el
“eje” del sistema hay muchos que ya daban clase antes de 1978. A ninguno le
gustará –puede que tampoco a algunos de
los que acaben firmando el pacto que sea- que, por medio del MIR y sus
ingredientes implícitos, se acabe dando la vuelta al sentido de la educación pública
para el puro negocio, empresarial o sectario.
Manuel Menor Currás
Madrid, 04.02.2018
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