La equidistancia también
está de moda. En Educación, como en lo demás.
El
supuesto “diálogo” para un “pacto” es magnífica ocasión para saber quienes aspiran
a puestos más rentables. Molestar al institucionalismo dominante no es
productivo.
También esta actitud es muy frecuente en los humanos. Casi nunca
es lo contrario de la distancia, sino un modo de aparentar que no se está con
unos ni con otros; como si mostrarse descomprometido no fuera una forma de
aparentar neutralidad sin perder pie en posiciones adquiridas. Excusas y
pretextos para la equidistancia no faltan en el transcurso de la vida:
–“Hijo, no te
pierdas” -decían las madres cuando en los sesenta se empezaba a protestar por el inmovilismo gris-.
–“Estoy desengañado de lo que había soñado cuando joven”,
-imaginamos dicen ahora-; “a mi edad no
debo desentonar…”
La desfachatez
equidistante
Les sonará aquello de que en la guerra los dos bandos fueron iguales; o que
todos los políticos también, ya se sabe. Lo han recordado recientemente investigadores
avezados en los saltos intelectuales que ayudan a estar donde supuestamente están novelistas y
escritores pillados en renuncios porque lo “inapropiado” podría perjudicar subvenciones
o apoyos mediáticos que, a su vez, pudieran redundar desventajosamente en el
ranking de la estima simbólica. Cuantos escriben saben que optar por una perspectiva
silencia otras, pero también si es decente una interpretación de los asuntos a
conciencia de que se ocultan las maneras de ver o conmemorar rigurosas, capaces
de explicar documentadamente lo acontecido. Elegir lo oportunista suele abundar
cuando se tienen expectativas personales; no aporta luz al mejor entendimiento
de las cuestiones, pero promociona al maniobrero que rentabiliza la tranquila trayectoria
inmutable de convicciones establecidas.
Esa equidistancia suele ser,
también, la excusa de quienes han sido pillados en alguna inconveniencia que,
sin responder exactamente a los cánones jurídicos de lo corrupto, enturbia lo decente.
Generan las disculpas que brotan para intentar tapar el agujero de sospechas
que se agranda y algunas, como la de Celia Villalobos respecto a que hubiera una ansiedad por que
los dirigentes fuesen pobres de solemnidad, añaden prepotencia señoritil,
ofenden por estúpidas y hartan por su hipocresía, lo que siempre huele mal. Suelen
desarrollar mucho esta actitud igualmente muchos comentaristas en edad y
situación de merecer, y más ahora en que mantenerse en tales trabajos es más
azaroso que en época feudal. Que a uno
le arrojen por la ventana en vez de que le hagan salir por la puerta no adorna
el buen currículum, y ante el riesgo de exponerse con la verdad que debieran
decir honestamente, mejor se subrogan a conveniencia de quien paga. La prudente
equidistancia hace ascender en la escala meritocrática del oportunismo y
confirma que nadar y guardar la ropa, mantener el término medio -aunque sea el
más contrario a verdad- trae prestigio. Los equilibristas siempre han dado
buena fama a los circos.
Innovadores
en proceso
Con motivo del supuesto “diálogo”
para un posible “Pacto político y social en Educación”, entre los 82 comparecientes
llamados a opinar destacan los expertos en estos equilibrios de un “arte de la
guerra” digno de Sun Tzu. Pocos conocen los problemas reales que tiene el
sistema educativo y, en particular, los que coartan al sector estrictamente
público: les cae lejos de su experiencia vital. Pero es igual: el formato de
esta Subcomisión está diseñado para que
todo valga y que la propuesta final sea un corta y pega aleatorio, sin que
consten los criterios a que vaya obedecer. Destacan por ello los comparecientes
que hablan por boca de ganso, lo que hace, además, que sean bastantes los que,
sabiendo de estos asuntos, los cuentan desde esa posición equidistante que tanto vale para un roto como para un
descosido propiciando que continúen incólumes.
La de éstos es una virtuosa
contribución a que lo existente prosiga. Si de paso encumbran su hipotético
prestigio personal, pueden labrarse un futuro, mejorar su economía y conseguir
alguna medalla. Además de la establecida divisoria del sistema educativo, hay
editoriales consolidadas y otras perspectivas de negocio –de alcance internacional-
que anhelan aumente la desregulación del sistema, propicio para pretextos
innovadores en formato de compras de
software cada vez más sofisticado, cursos de formación online, soportes
digitales e instrumentos TIC de diversa envergadura para una enseñanza –dicen-
más acorde con los tiempos actuales. Universidades hay e instituciones de
diversa tradición que ya no dudan en jugar con este modo de “innovar”, una
actitud de mucha rentabilidad en perspectiva.
En este tránsito hacen falta
manos y cerebros que, en debates, presentaciones, ferias y propuestas de
“pacto”, propicien tales fórmulas de “emprendimiento” en que un sistema público
de calidad probada no prospere. Es una ocasión de oro para que las mentes más
listas y sin demasiadas rémoras utópicas en torno a las posibilidades de la
educación puedan lucirse y ser cooptadas.
Los más perspicaces avizoran bien estas ocasiones. En la madurez, después de
largos años en trabajos que tal vez les
dieron nombre pero flaca rentabilidad a otras ambiciones, las azarosas ondas de
opinión y poder les posibilitan salir de sus calladas rutinas. Y hacia allí se reorientan
para no perder comba, con leves giros
conceptuales y alguna apostilla anecdótica en sus intervenciones que, cuando menos, siembre el ruido en el posible debate. Maestros en la
equidistancia, tratan de sentar cátedra, pero en el sentido más opuesto al que en
sana producción intelectual cabría, autocomplacientes en su deriva de
apariencia transgresora.
Escuela
pública de quién
El casting de políticas
educativas de la Carrera de San Jerónimo posibilita al lector estar al tanto de
estas equidistancias exquisitas. Podrá observarlas si presta atención al uso
significativo que se hace de conceptos como “Educación”, “Enseñanza”,
“Instrucción”, “Pedagogía”, “Sistema educativo”, “Educación pública”, Educación
privada”, “Educación concertada”, “Religión”, “Educación ilustrada”….,
“Maestro”, “Profesor”, “Profesional docente”, “Trabajador docente”, “Estatuto
docente”, “Formación docente”, “Gestión de centros educativos”, “Gobernanza de
centros educativos”, “Comunidad educativa”, “Proyectos educativos”, “Inversión
educativa”, “Coste inversor”, “Igualdad de oportunidades”, “Eficiencia”, “Gestión”,
“Gremialismo”, “Rentabilidad educativa”... Parecen muchos pero sólo son una
leve muestra de un diccionario que casi siempre suele ser un gran enredo
nominalista que funciona más como “ficcionario” para distraer a posibles
adversarios: todo muy escolástico. Luego, todavía hay que ver cómo se traba y
relaciona todo –sin contradicciones-, para que, entre tanta complejidad de
asuntos que se entrecruzan en el día a día de la educación real y sus
resultados, acertar en la combinación. No es fácil construir la más adecuada
para lograr un sistema que sea justo, libre y equitativo, acorde con la
convivencia democrática que deseamos para nuestra sociedad. Teóricamente es de
los ciudadanos, pero imagínense que pueden y quieren que sea un sistema educativo
en que las potencialidades de todos nuestros
niños y jóvenes puedan desarrollarse lo mejor posible y en unas circunstancias
de convivencia óptimas. Tendrán muchas claves prácticas para entender que lo
que les cuenten o añoren quienes se expresan con tanta locuacidad repetitiva y
cansina sobre estos términos, puede ser una tomadura de pelo, en que la
equidistancia esté muy colgada de intereses particulares y casi nada del bien
común de una democracia educativa.
No olviden que llevamos intentándolo
desde 1857 y que falta mucho. Un poco de seriedad. Que no les hagan tragar, por
ejemplo, que todo el sistema educativo es público cuando las posibilidades de
ir a unos u otros centros escolares y universitarios están, en general,
condicionados por situaciones anteriores al nacimiento de los individuos. O
cuando, bajo la apariencia formal de que un centro se diga público, las formas
de segregación internas pueden ser tan perversas como las de algunos centros de
gestión más privada. Para aclarar cuestiones principales como estas podemos
preguntarles a los 580.000 “niños de la llave” que, según EDUCO, tendrán un
verano problemático porque sus padres tienen empleos precarios. Esa miseria, que
tanto limita lo que podría aportarles la escolarización, ya afecta en España -según
un estudio de los pedagogos sociales- al
30% de la población infantil,
una tasa que ha venido creciendo desde el inicio de la crisis y que nos sitúa en el puesto 31 de 35 países europeos en pobreza infantil relativa.
¿De parte de qué expertos nos hemos de poner para que esa lacra desaparezca?
¿La solventará la mano invisible del mercado o un pacto caritativo que no
apunte a fortalecer una buena escuela pública que sea expresión viva de la
solidaridad colectiva? ¿Cómo se imagina usted un futuro en que los niños se
clasifican desde pequeñitos en varias categorías según donde nazcan, además de
otras que la LOMCE también les asigna?
Manuel
Menor Currás
Madrid,
31/05/2017
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