Remar juntos en
Educación no es fácil y la voluntariedad no basta.
Se requiere constancia e
inteligencia, si no se quiere desmoralizar a cuantos hayan decidido reorientar
el sentido de su trabajo educativo hacia proyectos que implican algún tipo de compromiso.
Uno de los mejores procesos que trajo la crisis y, luego, la
indignación del 15-M, ha sido el de la cantidad de personas que, en distintos
colectivos, mareas y fórmulas asociativas decidieron organizarse para
protestar, reivindicar y canalizar hacia las instancias políticas su
descontento. De entonces acá hemos asistido a una amplia secuencia de
manifestaciones demostrativas de diverso signo, entre las que cabe añadir
incluso las que nos está proporcionando estos días Podemos
y Vistalegre 2. No es de poca entidad lo que ahí se está jugando este fin
de semana de febrero, ni debiera tomarse como ajeno a las reacciones que, sobre
todo a propósito de la LOMCE, se han venido sucediendo, con personalismos y
entusiasmos divergentes.
Movilizados
En el sector de la Educación, han sido muchas las veces en que en
estos ocho años últimos ha habido convocatorias y movilizaciones. La
demostración de que en las comunidades de padres, estudiantes y profesorado
sintieron motivos para hacerlas es la amplitud de iniciativas para mantenerlas
vivas: la agenda de los más preocupados no da abasto, a día de hoy, para estar
en todo. Un balance de lo ocurrido y de la variada intensidad de acontecimientos
producidos permitiría conocer hasta qué punto los mensajes reivindicativos
hayan podido alcanzar a quienes deciden las políticas educativas, y valorar la
incidencia de tales actividades en los leves cambios habidos desde el 26-J.
Seguramente permitiría estimar, al mismo tiempo, los apoyos de los sindicatos
vinculados a los intereses de la enseñanza pública y, también, los que hayan brindado
ciudadanos y profesores con acreditado compromiso en estos asuntos desde antes
de la Constitución del 78. Muchas de las reivindicaciones actuales no son una
estricta novedad, sino más bien continuidad de otras anteriores
Disponer de un mapa preciso de esta morfología específica del
descontento ayudaría mucho a entender la entidad de los movimientos que, en el
plano estrictamente político, se han venido produciendo sin que hayan cesado
todavía, no sólo en los partidos de derecha, sino también en los que
supuestamente son sus adversarios en la conquista del centro o de
la izquierda parlamentaria. No es esta la pretensión de este comentario,
sino tan sólo observar carencias a subsanar en el logro de una sensibilidad más
atractiva en las políticas educativas. Partamos de que cuantos se ocupan y
preocupan de ellas en España -sea cual sea su filiación o devoción política-,
más que un derecho a desarrollar en su potencial democrático, lo que más les
importa es “la educación” como idea. Todos coinciden por ello en el lamento,
bien es verdad que por motivos contrapuestos. Lo confirma la cantidad de libros
y artículos que, en plan jeremíaco compulsivo, han visto la luz desde los años
70, y con especial ardor después de los 90. Este género literario, frecuentado a menudo por profesores y
maestros, refleja una guerra más que simbólica en que lo mítico acompaña a
todas las controvertidas decisiones que en este campo han sido. El acrónimo de la LOMCE testifica la última
de las alternancias gubernamentales desde la Transición –lo de antes había sido
monólogo cerrado-, salvadoras las unas de las otras a cuenta de “mejorar” la
educación contra sus adversarios.
Salvados
Tamaño lamento salvador no ha sido igual para la economía
subyacente, verdadera clave de las políticas educativas y sociales, un ámbito
en que las discrepancias han sido sonoramente uniformes en casi todo lo
importante. No obstante, la preocupación salvífica, redentora de todo mal, es observable
también en cuantos se sienten unidos en la
reivindicaciones últimas de una educación más digna para todos. No es algo
nuevo, por tanto, lo que está sucediendo
en la nueva generación de protestas, sino continuación de una tradición
que tiene entre sus antecedentes más próximos lo acontecido desde los primeros
años setenta con los movimientos de
renovación pedagógica y los movimientos sindicales, para recuperar desde la
clandestinidad el valor que la escuela pública había tenido en la IIª
República.
El vigor de la reanimación
última de las tradiciones emancipatorias de y desde la escuela procede de la desconsideración y recortes sistemáticos de
estos últimos años; la primera infraestructura la pusieron, sin embargo,
instituciones y avisos de quienes habían peleado desde mucho antes por razones
similares. Y también ha sucedido que la dejación que reflejan los Presupuestos
del Estado –y la distribución desigual de los mismos entre el sector público y
privado- ha reavivado la memoria
colectiva del desprecio secular hacia la democratización del conocimiento. Esa
memoria de pugna por unos derechos básicos ha reavivado los pasajes históricos
de manifiesto aprecio a la escuela de todos por parte del Estado, y ha puesto
como referente para hoy situaciones,
personalidades e instituciones que trataron de plasmar proyectos democráticos en
los años duros del pasado. Cabe entender, pues, que es el mismo afán de transformación
social desde la Educación el que dio sentido a aquel tiempo y el que mueve a
cuantos entienden que, desde ella, se
puede y debe “remar” hoy hacia un mundo más justo.
La ruta
No todo es, de todos modos, mitificación. En los renovados
proyectos ha de reconocerse que la mezcla de trayectorias personales con historias
vividas por otros en un pasado más o menos lejano, genera no pocos riesgos para
las decisiones a tomar en el presente, incluidas las de carácter reivindicativo.
Hay, de hecho, múltiples
“culturas escolares”, a menudo irreconciliables dentro de un mismo centro
educativo. Hay, incluso, muchas maneras de hablar de educación para negar sus
problemas a base de mostrar sus mejoras. Por haber, hay incluso vigilancia
panóptica constante, cada vez más refinada, sobre el quehacer escolar. Para
construir a contrapelo de lo que hay una escuela más democrática, un
conocimiento más riguroso de la Historia contemporánea que el descrito por
Fernando Hernández
respecto a los estudiantes de su Facultad de Pedagogía, no confundiría lo vivido
en un corto espacio de tiempo y lugar con la Historia explicativa de cuanto
sucede. Ni induciría a utilizar de continuo tópicos imprecisos y acríticos que favorecen
una falsa nostalgia, pero no el conocimiento. Cualquier “diálogo” que a partir
de ello surgiese, ganaría mucho si acreditase conocimiento del papel real que
cumple la propia estructura del sistema educativo en la pervivencia de las
desigualdades. Si estos condicionantes variasen pronto, podrían homologarse
fiablemente las diversas expectativas de
los demandantes de políticas educativas más democráticas, además de que ganaría la lógica expositiva de sus
razones. Parece que vaya para largo. Aunque pueda resultar extraño, todavía
existen ciudadanos/as –profesores/as incluidos- para quienes lo educativo es una cosa y lo
político otra muy distinta, sin nada que ver.
Ser apolítico no
necesariamente es reaccionario, pero empieza a serlo cuando se pregona que
cuanto pueda hacer un profesor en su aula tiene consistencia propia e
independiente. Desde ahí está garantizada la firme creencia en el mero voluntarismo
vocacional como solución a todo problema posible. Esta veta del conservadurismo neoliberal –paradójicamente
no exclusiva- es ajena a una estructura sólida de conocimiento y desarrollo de la
convivencia que deba apoyar decididamente el Estado. Tan convencidos están de
que tienen razón, que las limitaciones crecientes que pueda tener para enseñar
quienes no tengan la formación apropiada no les importan, como tampoco suelen
entusiasmarse con la parte del sistema educativo estrictamente pública. Esta
pereza burocrática les hace olvidar –sin sonrojo- que hace mucho que el Mediterráneo ha sido
descubierto. Verdad es que de ilusión también se vive, pero también perviven
los viejos dichos, alusivos a que el entusiasmo de la voluntad –aunque sea
bienintencionada-, si no está bien maridado con el conocimiento, la empatía y
la habilidad estratégica, suele ser fuente
de decepción y desengaño, fácilmente conducente a posicionamientos contrarios a
los que en principio se pretendían
Remando juntos
En este momento, es muy recomendable calibrar el alcance que están
teniendo los cambios estructurales de la vida económica y política, mientras la
escuela y la educación han tendido a adaptarse a la baja a las nuevas
circunstancias. Un maestro o un profesor –de cualquiera de los niveles que
tiene el sistema educativo- que se interese por una enseñanza democrática y
democratizadora debe estar al tanto de lo uno y de lo otro. Y con más razón si
quiere corresponder a las exigentes posibilidades de “remar” –como sostiene el
documental de Rudy Gnutti, In the Same boat (2016)- junto a cuantos anhelan que los avances que
esté trayendo la supuesta Revolución 4.0 sean beneficiosos para la humanidad, y
que la liberen de los miedos y tabúes que suscita.
Sin duda es muy recomendable ver
documentales de este tipo, y que lleguen a proyectarse en las aulas y colectivos
sociales en aras de que más ciudadanos se suban al barco de lo que conviene
hacer, y que la masa crítica que se genere sitúe al timón a capitanes que no nos lleven a
la catástrofe. Muy bien, por ese lado. Pero muy mal si no se acompañan esas
laudables iniciativas de otras previas o paralelas, que tengan en cuenta que
también esta información tiene largo recorrido. Sin tal humilde honestidad ante la Historia,
no se avanza en el camino: otros filmaciones, libros y artículos sobre estas cuestiones,
además de que existen desde hace muchos años en diversos soportes, no es la
primera vez que llegan a las aulas escolares o universitarias. Si otros
profesores y maestros centraron su trabajo en el aula en las noticias de prensa,
fotografías, pasquines, humor gráfico y documentos efímeros de lo que iba mal, se puede mejorar su
metodología; se pueden construir nuevas alternativas, y, de paso, construir la
idea de que ya ha habido otra gente remando en el mismo barco.
La facilidad de tener hoy a mano la información
última que circula por las redes sociales no puede inducir a errores de mirada.
Debiera servir de acicate para enterarse mejor de qué mundo se está pisando. Caer
en la tentación fetichista de decir que por fin tenemos ahora con las TIC algo
que nunca ha estado al alcance de los escolares es puro adanismo vacío. Puede
incluso ser fatal porque, tratándose de urgencias
políticas y económicas, estos testimonios han de manejarse con especial perspectiva
crítica. Desde luego, no con la ingenuidad de quien cree que no puede haber
manipulación en ellos. Todo documento filmado tiene un contexto y un discurso
que ni siquiera es siempre veraz. Verdad es que problemas como este tienen
remedio frecuentando la lectura. Bibliotecas y librerías sólo requieren disposición
para ejercitar esa gimnasia indispensable para desarrollar la capacidad
comprensiva y crítica. Pero conste que, aunque leer así es un itinerario
complejo y tal vez de canon impreciso, han de hacerlo con rigor cuantos aspiren
a que desde la escuela se pueda “remar” debidamente por un mundo mejor. Los datos a propósito de la lectura, aunque dulcificados, son graves y sería
gran contrasentido que quien probablemente no ha cultivado esta preocupación como estudiante ni docente, dogmatice a
propósito de la enseñanza. Esa pose, muy apta para epatar entre retóricos
competidores de poses, indigesta a cuantos tratan de cooperar en la decisión de
“remar” juntos.
“Remar juntos” es un ecosistema complejo
de sociabilidad y coherencia a desarrollar, que exige voluntad y constancia a
todo docente que pretenda dar un sesgo humanista a su trabajo. No se construye
por azar y, entre otras obligaciones, impone la reactualización constante del
conocimiento respecto a los cambios significativos en que está inmersa la
humanidad. La escuela, el colegio y el
instituto son micromundos, pero no “el mundo” y no es infrecuente que estén
viciadas o constreñidas sus maneras de mirar lo que acontece. El último twit puede
aportar un detalle interesante, pero difícilmente dará la clave de cualquier
asunto complejo que deba llegar al aula.
Si quiere evidenciarse la fragilidad social y moral existente, sin lectura y
reflexión previa apenas se rozará lo anecdótico. La pena sería que cuestiones
como la globalización, el mal trato de los humanos a la Tierra, la desigualdad,
pobreza y riqueza -que han sido tratadas por muchos docentes en sus aulas, pese
a currículums oficiales más penosos que los más desechables de ahora- dejaran
alucinados a docentes inquietos, decididos a reunirse para tratar de mejorar su
trabajo a partir de un material fílmico, un libro, un cómic o cualquier otro
soporte valioso de última generación, e ignorantes de tanto esfuerzo anterior.
Profesionalidad docente
Donde corresponde “remar” a los docentes
es desde su trabajo en el aula como espacio abierto a la comunidad y su
entorno. Preparar y elaborar materiales para ese trabajo, no es fácil,
especialmente si se quiere disponer de los que facilitan una rápida y eficaz
aproximación a cuestiones complicadas y paradójicas. Sólo buscando con
paciencia aparecen, cuando los hay. Valga de ejemplo la muy buena gráfica
estadística sobre desigualdades del documental de Ruder Gnuty, proyectado en
los cines Verdi en noviembre de 2016. Existe desde 1971 y en una versión más
incitadora de atención. Ideada por el economista holandés Jan Pen, como puede
verse en el libro de César Rendueles, Sociofobia (2013: 127), es desconocida por muchos docentes pese a haber transcurrido 46
años. Lo que nos lleva a otra
cuestión más ardua para un trabajo cooperativo: los mejor intencionados no
tienen fácil enseñar con seriedad y sin rendirse ante el comodín de los libros
de texto. Michel Foucault ya nos avisó en 1969 de que los saberes tienen su
genealogía, que suele decir la verdad de
todos ellos, también de los que debieran estar y no están en esos textos
oficiales.
No es sencillo llevar a las aulas lo que
se debe. Pero sólo un buen conocimiento ayuda a mejorar ese sentido de la
profesionalidad, especialmente si innovar es entendido como deber de implicarse
cívicamente. Lo referente al propio oficio de enseñar y las circunstancias
concretas en que se ha desarrollado ayuda a percibir a qué quieren, quienes pagan
a los profesores, que se juegue. Caer en la cuenta del porqué de las trayectorias
divergentes que tiene el sistema educativo español, prácticamente desde
siempre, vendrá bien a cuantos se apunten a
demandar la erradicación de los desequilibrios de la igualdad del
derecho de todo ciudadano a una buena educación en igualdad con los demás: sabrán
mejor en qué merece la pena implicarse y, si no se logra un objetivo, no se
frustrarán alegremente.
Este sistema educativo es estructuralmente
desigual. De poco vale, aunque esté bien, tocar en una clase de geografía o de
historia la desigualdad, la pobreza o el fascismo, en el mundo, en España o en
el barrio donde viven los chavales, para creer que se ha resuelto el problema.
Tales peleas, bastante más complicadas, requieren largo aliento y conjunción de
esfuerzos. Si de desigualdad, por ejemplo, se quiere hablar en el aula –y
“remar” para erradicarla-, tal vez no estuviera mal empezar por hacer ver que el sistema educativo es un espejo fiel de
la vida social, política y económica dominantes. Hace entender mejor cómo
funciona todo, y ayuda cuando menos a ser más conscientes de las contradicciones.
Lo transgresor en la docencia es reconocerlas y tratar de poner los medios para remediarlas,
sin prisas pero sin pausa: lo otro es apoliticismo conveniente a la
“normalidad” oficial.
Los
diplodocus
José Antonio Marina es de los que dicen
que tiene la piedra filosofal para mover el Diplodocus. Aparte de que la arbitraria metáfora
nos deje en la penumbra de toda mala dicotomía sin decirnos qué se calla, las
prisas por vender una determinada idea de cambio, seguramente son muy rentables
para algunos emprendedores de negocios educativos. ¡Ojo con el entusiasmo por
“mejorar” cosas! Mejoras hay del sistema educativo parecidas a las de quienes
han aprovechado la necesidad para construir urbanizaciones detestables,
monumentos a la nada y robar. Y más atrás, hemos sufrido a regeneracionistas tan
expeditivos en su afán, que tiñeron de negro la España del primer tercio del
siglo XX. Esas prisas tan rentables –tan del estilo TRUMP y sus cipayos- sólo debieran hacer vigilantes a quienes
quieran participar en el programa exigente y sin pausa que implica “remar” en
común.
………..
Manuel Menor Currás (Madrid, 11.02.2017)
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