Las expectativas de
Gobierno reafirman los proyectos organizativos prefigurados en la LOMCE. La
ansiedad por controlar la dirección de los centros educativos, sin contar con
el profesorado, lo ejemplifica.
Menos mal que la selección española desapareció de la competición
europea el día 27. De haber sido el 25, la depresión colectiva hubiera sido
mayor y a buen seguro que habría habido una variación del voto todavía más
fuerte respecto a lo presagiado por las encuestas. El apocalipsis de la
demoscopia negligente habría tenido lugar de manera más expeditiva, pero no
tendríamos esta risueña expectación de si Rajoy se da prisa o no en formar
nuevo Gobierno o si hace los deberes como
le exigen Merkel y Bruselas. Sánchez, Iglesias y Rivera habrían
desaparecido del mapa el 26-J sin tener que buscar razones incómodas para el
voto perdido con sus candidaturas. Sin pena ni gloria, Del Bosque y Casillas
habrían desaparecido antes y habríamos
asegurado con mayor contundencia la tan anhelada tranquilidad que muchos
españoles habían tenido miedo a perder.
Nada impide, de todos modos, que esta parsimonia sobrevenida en
buena hora para 7,8 millones de votantes –el 33% del electorado-, esté
reclamando “el derecho de gobernar y
ser útiles a los españoles”. Antes de que el asesoramiento de TMG
y sus expertos en redes sociales hubieran
guiado decisivamente el sentido del voto, una paralela estrategia de
laboreo intensivo había preparado, desde hace tiempo, al alumbramiento de un
nuevo “diálogo con todos” en que pareciera que otras tendencias iban a ser oídas para que continuaran
fuera de juego por bastante tiempo. Como un adelanto de “recuperación”, la
única prisa era meter mano en el Fondo
de Reserva de la Seguridad Social. Continuidad, ante todo. Y ahí cuenta
decisivamente la incesante preocupación de muchas Comunidades –detentadoras de
la responsabilidad principal en Educación y Sanidad- por proseguir tanta mejora impune como han
estado haciendo. La relativa mayoría que tendrán en el Congreso las posiciones
de centro derecha producirá la tranquilidad –sorpresiva para ellos mismos- de
que nada haya pasado.
La prolongación del ojo
panóptico
Lo que viene sucediendo con la dirección de los centros educativos
es un un buen símbolo de una metódica
colonización de largo alcance a la que el viento a favor de estas elecciones animará
mucho: dirigir, controlar, vigilar, redimir, castigar, guardan estrechas
relaciones a poco que se desee con educar, como bien nos enseñó la sociología
crítica. La buena nueva mejoradora de la educación española por la que abogan
las altas instancias de FAES, Jerarquía católica e IBEX-35, bajo el ojo
panóptico de la OCDE, requería como cobertura normativa la LOMCE. La unicidad
de criterio de los más selectos impondría sus fueros aunque dejara a un lado
las pretensiones de igualdad de todos. Logrado este objetivo, tras denodados
esfuerzos anteriores, se imponía ahora el desarrollo de una estrategia, con
varios ámbitos de acción coordinada. Como si el final de este impasse de seis
meses estuviese previsto y las dubitaciones que suscitaban las encuestas no
hubieran pasado de ligero sarpullido, ahí continuó el ubicuo J.A. Marina,
animado desde la Universidad Antonio Nebrija a lograr adeptos a su plan
redentor del profesorado. Y mérito tiene la constancia mostrada por la
Comunidad de Madrid, ocupada en dar ejemplo desde hace muchos años.
Esa tradición, que Aguirre
trabajó con desparpajo desde el “tamayazo”, ha convertido a Madrid en faro adelantado
del resto de Comunidades. La LOMCE se ha experimentado en esta desde antes de
2013, pero hacía falta bastante más para granar el fruto. A estas alturas
–después de 115 años-, no es arriesgado decir que han dado con la manera de hacer realidad lo que
Romanones había lamentado en un Decreto de 18/06/1901: “Serán infructuosas
todas cuantas reformas se intenten en la enseñanza si al mismo tiempo no se
efectúa la renovación del personal que ha de realizar la modificación
proyectada”. Al fin, contando con gente
entrenada en el Opus, cielinos y similares,
más algunos arrepentidos de “progresías”
de los años setenta y ochenta, han dado con las claves para lograrlo. Los
conversos a los hábitos de “los buenos” –que decía Rajoy en la campaña
pasada-, han trazado las tácticas para desarbolar cualquier iniciativa
obstruccionista, centradas primordialmente en la Inspección y las direcciones
de los centros educativos públicos. Las grabaciones
del Ministerio del Interior son un símil perfecto de cómo se pudo tramar el
golpe definitivo a los profesores descontentadizos con que la obediencia debida
a las pautas emanadas de la Consejería pudiera ser impuesta por inútil que
fuera.
La metodología utilizada
todavía recuerda, en demasiados aspectos, el sistemático afán que recorrió
España en los tiempos en que se pugnaba por que el Estudio General de Navarra,
elevado en 1960 al rango de Universidad, diera cuantiosos frutos de todo tipo y
Antonio Fontán trataba de refutar aquella “leyenda de las cátedras” (Los católicos en la Universidad española actual,
Rialp, 1961). Desde entonces, se ha modificado levemente la terminología, importada
de la gestión empresarial americana globalizada. Pero los “indicadores de
logro”, en que ahora se centra para dirimir aleatoriamente los proyectos
educativos -y su consiguiente interiorización-
siguen prácticamente idénticos.
La elección de director
Tiene particular interés en esta utopía –ahora “neocon”- lo que
han venido haciendo con la cúpula de los centros escolares públicos. La
tradición electoral, a cargo del claustro de profesores, no es muy antigua; la
tradición democrática general de España tampoco lo es. Fue en los primeros años
ochenta del PSOE, cuando los compañeros profesores empezaron a tener presencia
en este asunto principal para la buena marcha de estos centros escolares. En
los privados-concertados es otra película, particular, claro, muy controlada de
siempre. No viene al caso directamente, pero dibuja, con muchas otras cosas, el
pintoresco contraste de las redes de nuestro sistema educativo, financiadas o subvencionadas con dinero
público directo o indirectamente.
Venía sucediendo desde 2006 sobre todo, pero últimamente se ha
acelerado el proceso por el que la Administración autonómica ha entrado a ser
parte resolutiva en la elección de los directores. Teóricamente, los profesores
siguen participando, pero ahora más bien a título consultivo. La aritmética que
la Consejería impone en el protocolo de selección correspondiente, les hurta la
decisión. Minorizados en cuanto a lo relevante -y condicionadas las obediencias
de los elegidos-, las comunidades educativas de muchos centros han visto de
todo en los diez años últimos: destituciones injustificadas; directores nuevos
que llegaban con su pareja a un centro para que les ayudara o asistiera en la
labor; directores/as, en fin, cuyo “liderazgo” tenía que ser rentable para la
Consejería correspondiente al margen de cómo resultara al profesorado y al
alumnado en la parte que a cada cual corresponde en los procesos educativos.
La repercusión en el microcosmos de unos centros de trabajo con
amplia diversidad profesional e intensa relación humana, no se ha hecho esperar. No es la menor la del cómputo de
profesores/as que han decidido adelantar la fecha de su jubilación a causa del
celo manifiesto de estos directores/as de la nueva hornada comprometidos en la
fidelidad a un burocratismo excelso que les están imponiendo inspectores
–también de nuevo cuño- que se prestan a ese papel de capataces sin autonomía
para ejercitar su papel. Las tradiciones de colaboración mutua se quiebran y
abundan ya los casos de centros en que
lo que prima en situaciones complicadas
con adolescentes, es que la dirección no se pille los dedos y quede bien ante
la Consejería. Las estadísticas sirven para focalizar los problemas, pero chicos
y chicas circulan por esta fría escolarización obligatoria acompañados de
múltiples informes burocráticos, que, a menudo, nada tienen que ver con el
posible arreglo de los problemas que puedan arrastrar.
Hace casi treinta años se puso de moda el psicologismo para pasar
de las historias de estos chavales. Con supuesta ciencia se podía determinar
qué razón o sinsentido pudieran tener sus vidas, sin preocuparse de más. Ahora,
los nuevos tecnócratas siguen determinando cómo el protocolo establecido, con
un cúmulo más amplio de papeles y sus códigos de barras, conduce
inevitablemente a la papelera. Mejor es, por tanto -dicen los profesores más conscientes
y sin hipotecas-, salirse de este trabajo de selección a ninguna parte, que,
además, crea mala conciencia. Y muchos
que han dejado la piel en este duro trabajo de educar, al ver que su esfuerzo
es baldío con estos nuevos directores que les coartan –y les hartan- de
continuo, si tienen los años precisos, anticipan la jubilación aunque les vayan
a penalizar. No era de estos de quienes
hablaba Romanones en el decreto citado, pero a los emprendedores asesores de
Consejerías educativas como la de Madrid, les da igual. El arquitecto Chueca Goitia sostenía que los
conservadores no saben conservar y ponía como ejemplo la historia del urbanismo
madrileño, que conocía muy bien. La ciudad, los edificios nobles, la educación
o lo que sea, les da igual. Todo lo miran como negocio contable y, ante todo,
particular.
Estos avatares que semejan
pequeños golpes de Estado ya no son pura anécdota. Desde hace ocho o nueve
años ya son categoría. El campo de prueba experimental que ha sido Madrid se
irá extendiendo a todas las Autonomías contando con los casi ocho millones de
votantes de estas elecciones. Las pautas que están en la LOMCE como norma a
seguir, están en fase de aplicación y desarrollo. Sabemos a dónde van desde bastante
antes de que Marina y sus compinches vinieran a simular diálogo inexistente. La prueba última de que esa línea de actuación
–pese al rechazo de muchos- ya ha entrado en vigor sin pausa ni control de las
comunidades educativas concernidas, es que las últimas noticias insisten en la “imposición
de directores a dedo” o “#Dedocracia”. Los twiters que están circulando en la
Red son abundantes en ese sentido.
Cantidad de directores son destituidos para que ocupen su lugar
quienes sepan transmitir mejor los designios salvadores de unos pocos -los que
ahora tienen casi todas las bazas de Gobierno- para la escuela de todos. Prolongan
un despotismo ilustrador de tranquilidad frente al miedo, la inconsciencia, o
ambas cosas a la vez. A muchos ciudadanos que se abstuvieron abstenerse o les
votaron, no les ha importado que, en 4 años, hayan manejado los presupuestos a
su antojo, o que hayan elevado a modelo de gestión el estilo Rato, Gürtel,
Bárcenas y muchos otros de los que, según vayan saliendo las vistas judiciales,
nos avergonzaremos tanto que las subvenciones de Aguirre al
benévolo entramado de Ausbanc serán pecata
minuta. Es probable que les haya gustado cómo han reorientado la “mejora” de la escolarización. Puede, incluso,
que muchos ambicionaran que sus hijos hubieran nacido hacia 1970, antes de la
aceleración posterior de los cambios en este país. De ser cierta esta
hipótesis, es que habrán considerado un estímulo para nuestra buena educación
colectiva obligar a los discrepantes a que aprendieran a comulgar con ruedas de
molino. Ni habrán advertido el desafecto correlativo que todo ello pueda
acarrear. En la España aparente hay
tradiciones antropológicas persistentes.
Esperando la ancianidad
¡Ha llovido desde que, en
1972, Nino Bravo cantaba aquello de “Tiene
veinte años y ya está cansado de soñar…”! Y parece no haber sido suficiente: sólo
entre 2008 y 2013, han emigrado de España 300.000
jóvenes bien formados, una sangría que no ha cesado en una España
que se despuebla rápidamente. La ancestral obsesión que siempre ha tenido
nuestra derecha con la educación y sus formas –tan diversas como desiguales
para una supuesta “unidad nacional”- se ha centrado en los últimos años en la
disciplina del emprendimiento competitivo. A este idealismo aparente dedican
sus eslóganes más pegajosos. Todo lo demás es desvarío. De ahí sus invectivas
incesantes frente a la pedagogía, especialmente la que propicie la
comprensividad e igualdad. Toda mención a tales términos entra para ellos en el
campo de lo fantasioso. Empeñados están
en demostrarnos, por demás, que el tiempo no existe y que la memoria es un
peligro retardatario: el hoy es indefinido, el futuro no está y el pasado no
cuenta: para qué si es irrecuperable. Y en cuanto al espacio, tampoco hay que preocuparse mucho. Stephen
Hawking se muestra radicalmente descreído de que la humanidad pueda sobrevivir en
este planeta más de mil años. Su particular Filosofía “perenne” y su
traducción en derecho “natural” nada cambia y la vida sigue igual. No paró de
decirlo, desde 1969, Julio Iglesias. Como signo de razón, ahí están las 137
actas logradas en las últimas elecciones -14 más que en las del 20-D. Si ha
superado ampliamente al PSOE y a las otras instancias políticas , “El PP
se merece un respeto”.
Lo que está sucediendo en Educación hace previsible en un 90% lo
que ocurrirá en la Legislatura. Lo denunciado en los últimos años como
retorcido, rácano, segregador, o incluso ilegal para las normas seguidas en
muchas actuaciones, seguirá aconteciendo en gran medida. Las maneras de solaparlo
bajo apariencias de “modernidad”, “calidad”,
“progreso” y similares, también, sobre todo si hay quien se lo crea, que es de
lo que se trata. Nuestro sistema
educativo está diseñado para que sólo unos pocos –los menos posible- sepan
distinguir bien de qué va realmente la cuestión. Bertolt Brecht lo describió en
1932,
en su Balada del consentimiento a este mundo. Muchos sólo se enterarán
de la acidez de ese aprendizaje en la ancianidad, cuando la cohorte demográfica
a que se pertenece pueda ser
cautiva de que le lleven a votar.
Entreténganse
Preocupados están muchos profesores: les va en ello la
profesionalidad de su labor. En el Estatuto que ahora se avecina –que quedó
previsto por Wert en una proposición de ley en abril de 2013, antes de que la
propia LOMCE remarcara bien qué se esperaba de ellos- podremos apostar hasta
dónde deba llegar que se subordinen a cuanto quieran imponerles. La libertad en
la educación vuelve a ser poco compatible con la libertad de pensamiento y de
opinión, por no decir “libertad de cátedra”, por la que se pugnó duramente en
el último tercio del siglo XIX. Más allá
de la llamada “libertad de elección de centro” que se confiere a algunos padres,
“libertad” seguirá siendo la gran palabra denostada en el tiempo que se
avecina, por las connotaciones igualitarias que, desde la caída del Antiguo
Régimen, siempre encierra.
Todo esto entretendrá mucho a profesores y maestros. Pero tengan
presente que caerán en distracción grave si no advierten que, entretanto, una
parte importante de la población escolar con la que deben trabajar con medios
limitados no estará suficientemente atendida; sobre todo, la que más necesidad
tiene de buena educación. Presagios hay, además, de que crecerá el espacio para
los voluntaristas entregados a la causa: escasean las vocaciones a la antigua usanza y,
en señalados momentos, facilitará que se
alaben sus “esfuerzos”. Esta literatura lisonjera no curará los males endémicos
del sistema, pero ayudará a transigir con un abaratamiento tantas
veces denunciado.
El reto
¿Se imaginan que en vez del
sistema de seguridad social volviéramos a las políticas de caridad y
beneficencia del siglo XIX y anteriores? Pues ahí proseguimos en virtud del 33%
de los votantes del 26-J. Las entidades complementarias –y no tan
complementarias- de una supuesta solidaridad
ya han empezado a florecer en este terreno, en que la obra visible de los
detentadores de la próxima mayoría relativa en el Congreso es fácilmente
enumerable. En la inminente legislatura volverán,
desde el BOE, a su ideología favorita:
la educación es asunto individual, voluntario de las familias y voluntarista en
aspectos claves de su ejecución. Lo deplorable sería que el otro 66% de
votantes se limitara a callarse ante el entusiasmo vulgar de quienes tienden a
dejar de lado un derecho instituido para que toda la ciudadanía tenga plena
conciencia de serlo. Para los enseñantes, ese es el reto neurálgico de su
oficio. Como el juramento de Hipócrates para los médicos, lo suyo es que no
olviden a quién sirven con su trabajo, a imagen y semejanza de qué tiene
sentido.
Manuel Menor Currás
Madrid, 04/07/2016
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