¿Alguien se imagina que en septiembre un grupo de madres y padres se dedicaran a llevar a sus hijos a sus centros educativos sin ningún libro de texto en la mochila? ¿Alguien se imagina que, la mayoría de docentes que han pedido un determinado libro de una determinada editorial, se encuentraran con alumnos que vienen con lo puesto? ¿Alguien se imagina lo que sucedería?
La situación anterior es de completa utopía por demasiados motivos. Entre ellos, el más habitual es el miedo de muchos padres a que los docentes ejerzan represalias contra sus hijos. Algo que, por mucho que algunos nos empeñemos en decir que no sucede casi nunca (salvo en ocasiones del docente que tiene menos sesos que una albondiga), se sigue vendiendo a los padres como una verdad absoluta. Qué no, que un docente no tiene manía a sus hijos. Que los docentes no cogemos manía a nadie. Bueno, a algún padre que toca demasiado la moral de forma totalmente improductiva no voy a decir que no.
Si no hay realidad tras el miedo infundado, ¿por qué esos padres que tan aficionados criticando determinadas cuestiones no se plantan con el dichoso tema del manualillo Álvarez editado en tapas cada vez más blandas e, incluso en algunos casos, vía digitalización del contenido? ¿Por qué se ponen a criticar como cenutrios el precio de los libros de texto y lo que supone en sus, cada vez más exiguas, economías y no se dedican a hacer un boicot en condiciones? ¿Por qué en lugar de exigir becas o bono libro no se dedican a hacer presión para que se destierre su uso de los centros educativos? Que sí, que el culpable de usar libros de texto es el docente que los pide (o los que los piden por él) pero quien finalmente lo compran son los padres. Así que cada uno que aguante su parte de culpa.
Los padres tienen mucha fuerza y no lo ven. Los padres son los que podrían cambiar determinadas prácticas educativas y, por determinados motivos, no lo hacen. Los padres tienen la sartén por el mango aunque no se lo crean. Los padres son quienes tienen que ayudar a desterrar los impuestos revolucionarios llamados libros de texto. Éste sería sólo un primer paso. Al final se puede ir mucho más allá.
Yo quiero un AMPA combativa. Quiero padres que sepan dar “por el culo” (perdonadme la expresión) a los responsables de los centros educativos y a sus docentes. Quiero que, más allá de la queja en pequeño comité, sean capaces de articular medidas de presión. Si no se considera que se deba pagar por los libros de texto no se pagan. Ya veremos como lo soluciona la administración, pero si los padres se mantienen en sus trece al final la administración va a tener que llamar al orden a los docentes (para que creen y usen sus materiales) o va a regalarles esos libros de texto que económicamente son tan poco rentables. Que sí, que las medidas de fuerza de los padres pueden hacer cambiar el sistema educativo. Si los padres van a una la administración se baja los pantalones. Que está demostrado.
Yo puedo hacer pedagogía para que no se usen libros de texto. Mis compañeros van, o no, a hacerme caso pero, lo que sí que está claro, es que si los padres se niegan en bloque a comprar los libros de texto otro gallo nos cantaría. Otro gallo al que, por cierto, me gustaría mucho oír.
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