Francia y España han tenido en las últimas décadas y tienen ahora Gobiernos de signo contrario. Por eso, no resulta extraño que apliquen políticas diferentes y hasta antagónicas. Ambos países han emprendido ahora una reforma educativa destinada, en ambos casos, según dicen sus Gobiernos, a mejorar la calidad de la enseñanza. Pero el camino elegido no puede ser más diferente. Mientras el Ejecutivo de Mariano Rajoy aplica al sistema educativo el criterio de la austeridad, con un recorte presupuestario que suma 6.300 millones de euros —acumulado desde 2010— y una reducción de plantillas que se estima en decenas de miles de profesores, el Gobierno francés que preside François Hollande acaba de confirmar un aumento de los presupuestos y la incorporación de 60.000 nuevos enseñantes y funcionarios.
Es cierto que Francia parte de una situación económica mucho más saneada que la española, con una deuda pública muy inferior y un índice de paro que apenas llega al 10%. Pero su apuesta por la educación es estratégica: el Gobierno de Hollande tiene claro que la formación de los ciudadanos es un elemento clave para el futuro del país y por eso ha decidido preservar el sistema educativo de la política de austeridad y frenar así el deterioro provocado por los recortes aplicados por su antecesor, Nicolas Sarkozy.
Pero las diferencias no se limitan a la cuantía de los recursos. También al modelo educativo. Mientras en España se suprime Educación para la Ciudadanía, se favorece la enseñanza de la religión y se apuesta por las materias troncales y por los ciclos superiores, en Francia se refuerza la educación infantil, la educación cívica laica y las materias culturales que permiten una formación más humanista. El objetivo es que los alumnos tengan más conocimientos, más competencia, pero también más cultura. El sistema de reválidas que se quiere implantar aquí tal vez pueda lograr que los escolares tengan más conocimientos, pero la educación es algo más.
La ley Wert está aún en fase de proyecto. Todavía a tiempo de rectificar. España debería seguir la estela de modelos considerados exitosos, como el finlandés, que se caracteriza por una defensa decidida de la educación infantil y una excelente formación de sus docentes, que, además de estar bien retribuidos, gozan de una gran consideración social.
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