blog CONTRAPUNTOS: La invención de Wert
Quizás sea por algunas tonterías que ha dicho, quizás por puro prejuicio, lo cierto es que hay que gente que afirma que Mariano Rajoy no parece ser un tipo muy listo. El tema no debería interesar a alguien como yo, un simple súbdito de la colonia. Sin embargo, y a riesgo de perder algunos amigos, debo reconocer que el presidente del gobierno español, aunque tenga demasiados defectos, la falta de astucia no parece ser uno de ellos. Creo que una de las mejores evidencias de sus habilidades en el arte de la política es la ingeniosa invención de un excéntrico y fanfarrón ministro de educación que opera como una especie de imán mediático, un galán de telenovela mexicana capaz de atraer todas las atenciones y seducirnos en un repetitivo entrenamiento pugilístico ante el cual no presenta ningún tipo de defensa o reacción. El ministro José Ignacio Wert ejerce en el gobierno de Mariano Rajoy, el papel que las bolsas colgantes ejercen en el entrenamiento de los boxeadores: están allí para recibir golpes.
Más allá de las diferencias telúricas, el hecho me recuerda un ingenioso procedimiento que utilizan algunas comunidades del Amazonas cuando quieren cruzar los ríos infectados de pirañas. Para hacerlo, primero tiran al agua una vaca, sobre la que se precipitan voraces los peces carnívoros. Entretenidas en su inesperado banquete, las pirañas ignoran a los indios, quienes cruzan el río a salvo.
No pretendo de ninguna forma restarle méritos al señor Wert ni, mucho menos, volverlo víctima de la manipulación pérfida de su jefe. Trato solamente de entender por qué razón, un gobierno como el Rajoy, además de extremadamente conservador, parece ser tan torpe en la gestión de su reforma educativa. Que la derecha española nunca se ha caracterizado por el refinamiento en las formas ni por la sutileza al actuar, es algo bastante conocido. Lo cierto es que las aspiraciones reformistas que el Partido Popular y sus aliados llevan adelante en el campo educativo, parecen ideadas por el Chavo del Ocho. La torpeza y la prepotencia se superponen, en una sucesión de medidas inspiradas en lo mejor de la dramaturgia grotesca. Entre tanto, deberíamos preguntarnos si esto es producto de la improvisación de un gobierno adepto a la impunidad o, de manera diferente, si se trata de una estrategia algo más compleja y, quizás por eso, bastante más peligrosa en su potencial efectividad.
Vayamos a las evidencias:
El Gobierno Rajoy, como todos los gobiernos españoles, decide dejar su marca en el sistema escolar sancionando una nueva ley de educación.
El Gobierno Rajoy, como todo gobierno de derechas, no piensa que la consulta pública, el diálogo y la participación son mecanismos genuinos para la toma de decisiones en una sociedad democrática.
El Gobierno Rajoy, como toda administración neoliberal, sostiene que la educación debe ser entendida como un negocio, que las escuelas son empresas, los individuos simplemente consumidores y los derechos humanos, particularmente el que se refiere a la producción colectiva y al reparto igualitario de los bienes educativos, pura charlatanería.
El Gobierno Rajoy, fiel heredero de la España franquista, abomina la diversidad lingüística, cultural, política y social de las comunidades que conforman el Estado español y trata de pasteurizarla con un decimonónico nacionalismo vernáculo.
El Gobierno Rajoy, como todo gobierno reaccionario, es machista, sexista y odia a los inmigrantes, a quienes suele culpar por el bajo desempeño del sistema escolar nacional en las pruebas internacionales.
Desconozco si Mariano Rajoy tiene cierta afición a la sociología. Si la tuviera, quizás también disponga de algunos datos que aportan las investigaciones sobre políticas y reformas educativas en Iberoamérica. Estas muestran que:
El sector educativo es el que más se ha movilizado y moviliza en todos los procesos de reforma del Estado, privatización y ajuste del gasto público social. Todas las investigaciones al respecto muestran que son los docentes y los jóvenes, los sindicatos magisteriales y el movimiento estudiantil, los que suelen protagonizar los procesos de movilización y lucha más activos contra las aspiraciones reformistas de los gobiernos neoliberales.
Así mismo, las investigaciones al respecto demuestran que las reformas conservadoras más efectivas, siempre han partido de grandes aspiraciones que luego son amortiguadas y, en parte, desmembradas, dando la sensación de que las cosas no han sido tan trágicas como se vislumbraban, aunque el resultado logrado siga siendo pésimo en términos democráticos. Esta estrategia siempre ha tenido un resultado muy efectivo en la desarticulación de los movimientos de protesta y resistencia contra las políticas neoliberales. (Es el viejo truco de la vaca en la cocina. Si Ud. tiene muchos problemas, se ha quedado sin empleo, sus dos cuñados se han ido a vivir a su casa, sus hijos adolescentes no le obedecen, su esposa no deja de criticarlo por perezoso e incapaz y sus deudas lo agobian, ponga una vaca en la cocina y déjela allí un par de semanas. Al sacarla, sentirá que todo ha mejorado).
Ante estas evidencias, el gobierno de Mariano Rajoy decide nombrar al frente del ministerio de educación, un funcionario de cabeza brillante e ideas oscuras. Verborrágico, opinador compulsivo, un provocador capaz de meterse con todos los símbolos y conquistas que marcaron la lucha por la igualdad educativa en la España democrática. Probablemente, como alguna afirmamos en este mismo espacio, el peor ministro de educación que haya habido desde la transición. Un presuntuoso funcionario dispuesto a amotinarse ante la idea misma de que el sistema educativo español siga siendo una referencia internacional de avances democráticos y pretenda asemejarlo al que alguna vez soñaron los aspirantes a estadistas que promovieron los procesos de privatización educativa en Latinoamérica durante los años 80 y 90.
La incontinencia verbal del ministro Wert permite exponer un pensamiento pedagógico que, como su apellido, se balancea entre el “güert” castizo, anglosajón, productivista, empresarial, y el “vert” prusiano, con reminiscencias falangistas y admirador de la formación profesional alemana. Wert combina con casi todo lo malo que ha habido en la historia de la educación española y se lo apropia como si fuera su más dilecto heredero. Además, en los ordenadores, las teclas w-e-r-t están juntas. (No sé muy bien qué quiere decir esto, pero, como soy supersticioso, me da mala espina).
Sea como fuera, el proyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) se ha popularizado como la Ley Wert y no como la Ley Rajoy, lo cual constituye un importante logro del actual gobierno. De hecho, una revisión de algunos de los principales textos y documentos que se han escrito contra la nueva propuesta legislativa, permite observar que la palabra “Rajoy” casi ni aparece y, en algunos casos, que el ministro Wert se presenta como su único responsable e idealizador. Una especie de cruzado reaccionario de la posmodernidad, capaz de hacer de la lucha contra la escuela pública su propia guerra santa. No es una novedad para nadie que Wert piensa la reforma educativa en términos privatizadores y patrimonialistas. Sin embargo, no menos problemático parece ser que, quienes nos oponemos a la política educativa promovida por el gobierno Rajoy, parecemos adherir a la idea de que Wert es su progenitor, su dueño y su único arquitecto. Semejante simbiosis entre el ministro y “su” reforma lejos de ser negativa para el gobierno, puede favorecerlo a la hora que, por el motivo que sea, decida sacar la vaca de la cocina.
Esta España conservadora e indolente ante el sufrimiento de sus ciudadanos y ciudadanas, no es un caso aislado ni, mucho menos, original en la geopolítica neoliberal que domina buena parte del mundo. La experiencia latinoamericana reciente nos muestra los efectos socialmente desintegradores que producen reformas educativas que aspiran a privatizar la escuela pública, a promover una reestructuración curricular conservadora y reaccionaria que profundiza el autoritarismo y el sexismo; reformas que contaminan de religión el espacio secular de los derechos, que reducen los fines del proceso educativo a la formación de trabajadores ignorantes e infelices. En este sentido, es importante considerar que la actual reforma educativa española es parte de un proyecto mucho más amplio y ambicioso que el que surge de las truculentas ideas de un funcionario parlanchín. Transformar al ministro Wert en amo y señor de la reforma educativa puede ser oportuno y necesario si lo que se pretende es desestabilizarlo, pero puede también tener el efecto colateral de desdibujar, de diluir lo que verdaderamente está en juego: la construcción de una plataforma de valores y sentidos, de políticas y acciones sobre la cual edificar los cimientos de una sociedad más desigual, injusta y antidemocrática. Un proyecto que lleva adelante el gobierno del señor Mariano Rajoy, la derecha española y europea y los sectores del poder económico y político que quizás algún día también decidan sacarse de encima un ministro que dice lo que piensa y parece no pensar en lo que dice. Cuando esto ocurra (y quizás algún día ocurra), habrá motivos para festejar, aunque no para suponer que la reforma cambiará de rumbo.
Las torpezas del gobierno en la gestión de su política educativa pueden no ser exactamente “torpezas”. Lo que parece ser un inventario de ineptitudes puede ser eso y algo más. La agenda reformista de la administración nacional es decimonónica y, fundamentalmente, enorme. Que el ministro Wert sea el polo que atraiga hacia sí todos los odios y críticas de la plebe, mal no le viene al actual gobierno. En estas circunstancias, no deja de ser útil recordar lo que Batman siempre enseña con resignación y melancolía: la derrota de un villano no hará desaparecer los peligros que azotan a Ciudad Gótica.
Numerosas organizaciones, sindicatos, asociaciones, universidades y movimientos de diversos orígenes, llevan adelante una activa lucha contra la política educativa del gobierno español. Su movilización brinda las esperanzas y las energías necesarias para saber que es posible frenar la Ley Wert. También, para reafirmar que lo que está en juego es algo mucho más serio que esto. Hoy, lo que está en juego, es el futuro de España.
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