La
movilización ha sido tan intensa que ha habido días en los que era necesario
elegir a qué manifestación acudir. Se exige un buen estado de forma para andar
todo el día en la calle. En Madrid, por ejemplo, el trayecto
Neptuno-Cibeles-Sol tiene metafóricas marcas de las manifestaciones continuas
de los diferentes sectores y de todos ellos juntos. Muchísimas de ellas acaban
en Sol, hasta el punto de que representantes del Gobierno han llegado a
plantearse prohibirlas y sembrar la plaza de terrazas, para impedir que la
protesta arribe en el corazón del país.
Las causas de esta gran
agitación social son claras: la enorme crisis económica, social y política que
estamos viviendo; y un gobierno despótico interesado en aplicar una durísima
política neoliberal de recortes sociales, de desmantelamiento y privatización
de lo público. Los ingredientes que nutren las movilizaciones son: una agresión
social, un alto nivel de indignación, núcleos organizativos que preparan la
lucha (sindicatos, pero solo en parte) y una amplia participación de las bases.
Aparecen como constantes la defensa de lo público, del empleo y de los derechos
adquiridos y fundamentales.
Pero los ataques no cesan. Y el
gobierno no negocia. Se utiliza una táctica de guerra total: no se ha empezado
a contestar a un ataque cuando surgen nuevas columna de humo alrededor.
Pretenden desconcertar a los agredidos, sabiendo que cuando los golpes son de
uno en uno, se intentan devolver, pero que cuando son múltiples, la reacción
puede ser encogerse o salir corriendo. Pero también puede ser elevando el
nivel de la contestación.
Y esa es la clave. Porque hay
muchos ministros quemados, a los que se pide la dimisión con poderosos
argumentos: Wert, Gallardón, Báñez…
y hasta es probable que Rajoy los sacrifique, a corto plazo, para
perder un lastre que lleva al cuello y le arrastra aún más hacia las simas del
deterioro. Pero hay una reflexión a hacer: no podemos estar pidiendo cada día
la dimisión de un ministro, cuando el máximo responsable de lo que está pasando
es Rajoy. Por ello, está llegando el momento de pedir la dimisión de todo el
Gobierno. Por su incompetencia, por su agresividad hacia las capas populares,
porque está empobreciendo a este país, y expropiando a sus ciudadanos de
derechos y servicios públicos básicos. Porque si nos dejamos, acabaremos
haciendo como en Grecia: enajenar el país, su patrimonio, sacándolo a la venta.
Es muy llamativa su brutalidad
en el ajuste, la total ausencia de negociación, el uso de maniobras y
personajes de distracción (tipo Wert) sobre los problemas reales. Como si
estuvieran practicando una política de tierra quemada, para luego quitarse de
en medio entregando el poder a la troika a través de un gobierno técnico tras
el rescate, si no fuera posible uno de “concentración nacional”.
Este gobierno está
deslegitimado por varias razones: gobierna en contra de la mayoría de la
población, hace lo contrario de sus compromisos electorales, se niega a someter
a consulta ciudadana los recortes y renuncia a mejorar en el futuro. El año
2013 apunta todavía peor, con un presupuesto más restrictivo, con más ajustes,
superando una nueva y terrible barrera de 6 millones de parados. Con
situaciones tan absurdas y dramáticas como que pagamos sólo de intereses de la
deuda 38.590 millones de €, más de lo que dedicamos a prestaciones al
desempleo.
Y el régimen bipartidista de la
restauración borbónica de 1975 está agotado. Padecemos lo que hace el PP,
conocemos lo que ha hecho el PSOE. Éste, en vez de cambiar y renovarse, anda
tocando la lira mientras el país arde, atrapado en las rutinas burocráticas de
su aparato y fiándolo todo a una oposición mellada.
Seguramente estamos en vísperas
de un estallido social. Pero nos pasa como a los sismólogos cuando ven que hay
dos placas que están entrando en colisión, que saben que se va a producir un
choque, un terremoto o tsunami, pero no cuándo va a ser exactamente. Puede ser
en años, meses o días. Puede ser por cualquier motivo o desgracia, un desahucio
con resultado de muerte, una manifestación reprimida brutalmente, nadie
lo sabe. Pero es evidente que las cosas se están calentando, que personas
superpacíficas verbalizan su inmensa indignación, que el gobierno sigue con su
voluntad de seguir acabando con todos los derechos y no le gusta que le
protesten, quedándole únicamente la vía represiva. El encarcelamiento del joven
vallecano Alfon Fernández es muy significativo de cómo
toma el poder rehenes para intimidar a los que protestan. Es muy inquietante
la nota de prensa del Sindicato Unificado de Policía que preguntaba “Señor
ministro, ¿está usted y su Gobierno buscando un muerto en España, sea ciudadano
o policía, que distraiga la atención y justifique actuaciones futuras de más
contundencia hacia quienes se manifiestan contra su Gobierno?”
Sólo el pueblo puede cambiar
las cosas, movilizado en la calle, exigiendo la caída de un gobierno incapaz,
pidiendo elecciones generales, planteando un proyecto de regeneración
democrática, constituyente. Recuperando la ciudadanía el valor de la política.
Nos falta ser capaces de organizar una alternativa política plural que asuma el
papel histórico de salvar a este país del inmenso saqueo que está padeciendo
y le devuelva la esperanza en sí mismo y en el futuro. Nos falta que las mareas
pasen a ser revoluciones de colores. Las personas ya estamos en la calle todos
los días, sólo nos falta un tranvía en la Puerta del Sol, para subirnos a él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario