A través de un comentario recibido hemos conocido este artículo publicado en el blog DIARIO DE UN ATEO:
En qué consiste la verdadera libertad religiosa
En democracia la libertad religiosa consiste en el derecho a creer en la absurda idiotez inventada por el profeta-estafador de turno a elección de cada sujeto. Pero también (y eso siempre se les olvida a los alucinados creyentes) consiste en el derecho a no creer, en ninguna de esas estupideces inventadas para solaz de débiles mentales y provecho de timadores, sin necesidad de ocultación o justificación algunas y sin que ello implique sospecha, estigma o discriminación de ningún tipo hacia los individuos ateos. Y sobre todo la libertad religiosa protege (o más bien debería proteger) el derecho inalienable de cualquier ciudadano a evitar que los credos de otros regulen tanto su vida privada como la legislación vigente. Y este último derecho debería ser especial y específicamente aplicado en el caso de la infancia, por ser los ciudadanos necesitados de una mayor protección. Así los niños deberían poder recibir una educación libre, veraz y alejada de todo dogmatismo religioso-supersticioso, sobre todo del que desde la más tierna infancia se le intenta inculcar en el entorno familiar. Así se deberían prohibir y perseguir judicialmente el proselitismo religioso hacia los menores de edad en todas sus facetas: bautizos, comuniones, confirmaciones, catequesis y demás parafernalia religiosa idiotizante hasta la mayoría de edad. Luego al llegar a adultos, que los jóvenes decidan libremente si quieren humillarse o no ante cualquiera de la miríada de dioses inventados por la fértil imaginación de dementes y estafadores de todo pelaje asociados al mundo espiritual. Porque los niños no son una propiedad de los padres como una cabra al estilo bíblico. Y sobre ellos los progenitores no pueden hacer y deshacer a su antojo, sino que son individuos diferentes con sus derechos individuales que no siempre pueden coincidir con los de los padres, como es este caso. Y eso es lo que no entienden los torticeros supersticiosos religiosos. Si protegemos por ley a los hijos del maltrato físico de los padres, también deberíamos defenderles del maltrato psicológico que consiste en inocularles el terror al castigo infinito del infierno, en infectarles con el miedo al sexo y al placer, en convencerles que una vida humillada ante los mitos de unos beduinos ignorantes puede ser algo positivo y en emponzoñarles con absurdos códigos morales de la edad del bronce totalmente antidemocráticos y hasta criminales. Es por ello que todas las religiones, como todos los creadores de malos hábitos como por ejemplo las tabaqueras, saben que es mejor y más sencillo enganchar a sus dañinos vicios a las personas cuando son más pequeñas y por tanto más vulnerables e influenciables y por ello la verdadera libertad religiosa en una democracia debe protegerse desde esa tierna edad porque sin ese inicial amparo sólo queda una farsa al servicio de las sectas fanáticas imperantes en cada territorio.
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