Cabreados
porque sí y ofendidos con razón
Queda
por delante un enrevesado camino para la fraternidad y la igualdad en la vida
pública. También en el sistema educativo, su mejor símbolo.
En los años setenta, ya Pasolini alertaba en sus Escritos corsarios sobre cómo la sociedad de consumo escondía o
solapaba los conflictos que generaba la producción económica, pero la “lucha de
clases” solo se ha difuminado.
Reformismos
El miedo a que los proletarios pudieran revolucionar el
conservador “orden social” de la burguesía enriquecida viene de 1848, no
desapareció. El intento de reducir la visibilidad de las contradicciones entre el
capital y el trabajo todavía generó, después de la IIGM, el Estado de Bienestar, hasta que la crisis
del 73 y la caída del muro de Berlín favorecieron las tesis neoliberales de Friedman. Cuando España entró en la UE en 1986, el disfrute
de lo que para los trabajadores franceses habían sido “los treinta gloriosos” y
sus prestaciones en educación, pensiones, sanidad, vacaciones o vivienda ya solo
fue a medias. Y en 2008 se contrajeron más, mientras entre los beneficiados del
sistema florecía La cultura de la satisfacción, de que habló Galbraith
en 1992.
España, sobre todo desde 1953-1960 –con EEUU, Vaticano, OCDE y FMI por medio-, se
había ido haciendo cada vez más consumista y más urbanita, Mientras las
migraciones la vaciaban, más progresó la desmemoria y el abandono de arraigos culturales. Después de ese tránsito,
en el 53% del territorio ya solo vive el 5% de la población. El consumismo
urbano, con su supuesta modernidad, contribuyó lo suyo a esa supuesta
modernidad, que -como estudió Francisco Jurdao- puso España en venta. Se está
cumpliendo a la perfección, además, el decimonónico sueño burgués de disfrazar
el conflicto tras los nuevos modos de recomposición del trabajo. Lo decía hace
poco Ken Loach en su película última, Sorry
We Missed You: “El sistema ha llegado a la perfección, con el obrero obligado a explotarse a
sí mismo”. Con el prodigio de Internet y
de las redes sociales desde los noventa -ambiguo e “imponderable en sus
consecuencias de verdadero progreso cultural”-, se han acrecentado la
individualización del esfuerzo, el equívoco emprendimiento y las prejuiciadas
certezas.
Cabreados
Ha crecido, especialmente, el narcisismo que conlleva el anonimato
de quienes le sacan máxima rentabilidad a la nueva situación sin importarles los
daños colaterales que genera. Hace crecer el número de afectados por la
desregulación del campo de juego de la economía política. Su mano invisible
procura que proliferen los que evaden responsabilidades –y no solo recursos
económicos- de los territorios donde viven quienes los producen con su trabajo.
Y en consecuencia, el crecimiento de “cabreados” y “ofendidos”, producto de
esta historia, no disminuye tampoco. Ambos grupos han crecido en el juego
cambiante de las políticas económicas, causantes de que los hijos ya no vayan a
tener las mismas prestaciones –ni los mismos oficios- que los padres, pero cabe distinguirlos por cómo se
expresan.
El de los “cabreados” antisitema suele ser un lenguaje simplón,
bronco, exagerado y apocalíptico hasta el insulto. Similares son sus alimentos
de lectura. Hace unos días, Antón Losada llamaba la atención sobre cómo las
redes son su fuente principal de información política, junto a la televisión.
Según la última encuesta del CIS (publicada el 16 de enero), este nutriente habría
permitido a VOX consolidarse como tercera fuerza en el Parlamento, lo que ayuda
a entender, al mismo tiempo, el éxito mediático que está teniendo su estrategia
del PIN parental. Los especialistas en comunicación siempre han mentado el papel de mediadores que de uno u otro modo
proporcionan los medios, a la par que difusores de modelos de vida. En el barómetro del CIS de marzo de 2013 , ya “el 48,6% de los encuestados declaraba
que la información que ve en la televisión le influye mucho o bastante a la hora
de decidir su voto”. Y del influjo de las redes sociales, el 15,3% se mostraba
similarmente influido.
Los “cabreados”
son preferentemente hombres blancos, probablemente frustrados por los procesos
de su propia emigración o la de sus padres. Supremacistas respecto a quienes
son de otras partes de la Tierra o de color, a las mujeres y a cuantos se
muestran LGTBI, suelen ser heteros y alardean de ello. Iracundos y displicentes aparecen bastante en
grupos musicales y películas, y les prestan atención libros como el de Michael Kimmel: Hombres blancos cabreados. Se les pueden asimilar cuantos en los colegios
de su infancia han sido superselectos y, todavía engreídos, se ofenden con el
resto de la clase y más con quienes no compartieron pupitre. Ese caudal de
gente, siempre encantada de sí misma, emparenta con quienes, saltándose las
reglas meritocráticas, han logrado algún ascenso social. Los gestos de unos y
otros son una competición de proclamas no pedidas, casi siempre contra quienes
solo el cumplimiento de los derechos constitucionales puede ayudarles.
Ofendidos
Esta
familia sociológica es más grande, todavía. Los indicadores que distintas
organizaciones como la ONU emplean para medir
lo que llaman estado de “felicidad” ciudadana –atractivo evanescente que los manuales para príncipes absolutistas
ya invocaban- muestran grados muy diversos de satisfacción con “lo que
hay”. Solo en una democracia cuya
gobernanza fuera respetuosa y coherente con una Constitución y leyes justas, no
habría “ofendidos”: todos estarían satisfechos con el “contrato social”, sin
necesidad de que falsos dilemas como el que en el siglo XIX reiteraba aquel
cuento en que tener camisa y felicidad nunca iba parejo.
Hay en
el caso español, y en lo que respecta a la educación –buen símbolo de cuanto
acontece- dos ámbitos de “ofendidos” peculiares. Por el lado más ambiguo, el de
los eclesiásticos críticos con que puedan aminorarse levemente sus conquistas de la LOMCE y aledaños, pese a
que –por lo entrevisto en los programas de la coalición gobernante- no les van
a cortar los privilegios pactados en los Acuerdos de 1976/79 ni, por tanto, los
que ostentan en el campo educativo. Juegan a que prosigue la Edad Media aunque
estemos en 2020. Como decía Juan Bedoya en una crónica del día 18, la misión del nuevo Nuncio es templar su relación con
este Gobierno teóricamente “radical” y, sobre todo, con los obispos recelosos
de las consignas del Vaticano. Los lenguaraces infundios de los más “carcas”,
proclives a VOX y compañía, no se lo pondrán fácil. Más “cabreados” porque sí
que “ofendidos” con razón, ofrecen un paisaje digno de la filmografía de Fellini, estos
días recordada. Su empeño en compaginar -aquí y ahora- dogmática escolástica y
poder, sin misterio alguno, es cada vez más cargantemente teatral para quienes
no hayan sido educados en el Barroco.
En todo
caso, el gran núcleo de los razonablemente “ofendidos” es el de quienes, pese a
tanto filibusterismo y desconcierto ruidoso, son el sustrato propician un institucionalismo
democrático sin trampas. Sostienen comprensibles discrepancias, pero coinciden
en propugnar el crecimiento efectivo de los derechos y libertades públicas, el
reconocimiento de la historia real –no la afectada-, y en que la igualdad de
trato y de oportunidades para todos erradique privilegios injustos. Como un eco de otros ámbitos, se impacientan con un sistema
educativo público, tan renqueante que ni siete leyes orgánicas –más las
aplicaciones particulares en cada Comunidad autónoma- lo han cuidado bien,
mientras saben que la que se avecina no parece sino otro parche.
De ser así, la ofensa que se infligiría a más
de un 60% de los ciudadanos españoles -y que no se vieran retratados en el
novelón de Dostoyevski- solo se subsanaría con una serie de medidas que muchas plataformas por la Escuela pública vienen reclamando, algunas
desde antes de 1975, y otras muchas desde 2012. Ninguna está a favor del PIN parental, al que consideran regresivo y contrario a lo
que una digna educación necesita e, incluso, a cuanto la legislación actual
exige. Pero, ¿cuántas de las decisiones importantes que plantean quedarán para
mejores tiempos? ¿Podrán más los “cabreados” que los “ofendidos”?
Manuel Menor Currás
Madrid, 22.01.2020.
Entradas relacionadas:
No hay comentarios:
Publicar un comentario