Asteroides
y dinosaurios
El
PIN parental se inscribe en la lucha contra el derecho a la educación universal
y gratuita. Para ser libre no basta con estar escolarizado.
Las investigaciones geológicas avanzan por encima de nuestra
vivencia del tiempo. Lo último es que la
desaparición de los dinosaurios de la Tierra fue producida por la caída de un
asteroide al noroeste del Yucatán hace 66 millones de años. Los especialistas
en Estratigrafía lo conocen como episodio K-Pg (Cretácico-Palógeno) Al
parecer, no tuvieron nada que ver las intensas erupciones volcánicas que habían tenido lugar 200.000 años antes. En la gran extinción del final de
esa era, no solo desaparecieron la mayoría de estos vistosos animales sino otras
muchas especies, mientras una parte sobrevivió.
Películas como Parque
Jurásico (1993) suscitaron un imaginario propenso a entender que no
faltaban bastantes millones de años para que el Homo sapiens caminara sobre la Tierra. En las clases de Ciencias
Sociales –y de Ciencias Naturales- se hizo complicado explicar que en la
Prehistoria no habían convivido dinosaurios y seres humanos. No mucho antes, lo
enrevesado había sido hacer ver que la cronología anterior a la era cristiana que,
según estudiosos como Isaac Newton, no sobrepasaba los 6000 años, era excesivamente corta y no
explicaba la complejidad del sistema Mundo.
Terraplanistas hay y probablemente crezcan. También hay quienes vea con malos ojos que se
explique a los críos en la escuela de modo científico, y no con la literalidad
religiosa del Génesis, lo ocurrido
con la vida en la Tierra desde los microbios que le dieron origen hace 2.000 millones de años. Los creacionistas –dentro de sus muchas tendencias-
suelen rechazar el conocimiento científico sobre la evolución geológica y la
formación del sistema solar, con las explicaciones astronómicas sobre el origen
del Universo, y las de carácter paleontológico como las que expone el MEH (Museo de la Evolución Humana), de la Fundación Atapuerca (Burgos). A todos
ellos les ha resultado indiferente o muy penoso lo que les hayan podido enseñar
en la escuela cuando no lo han combatido sus padres.
El Cuaderno C de Goya
El tiempo geológico también existe en los hábitos culturales.
Entre los dibujos del pintor aragonés, expuestos en El Prado hasta el 10 de febrero, dos del Cuaderno C (de 1814 a 1823) dan especial luz
sobre lo que ahora pretenden los más conservadores contra la escuela pública.
Si no le ponen un PIN parental para verlas, la hoja 84 dice: “Por haber nacido
en otra parte”, y en la 94 se lee: “Por descubrir el movimiento de la Tierra”.
A Goya no se le escapó tampoco la violencia machista, ni que la gobernanza de
la razón suscitara resquemores continuos: el Capricho 42, de 1797 -“Tú que
puedes”-, alude directamente a la ignorancia que tratan de imponer los
poderosos.
La “felicidad” de que hablaba la Constitución de 1812 vino a
concretarse en que la ley Moyano prescribiera como objetivos escolares el leer,
escribir, contar y rezar, con diferencias para las niñas, como enseñarles, por ejemplo, “Economía
doméstica”, pero no Economía. Pero ahora mismo, hablar de importancia de la
educación seguirá siendo hipócrita si no se defiende la dignidad de la igualdad
educativa. Objetar lo que se explique en clase, y más en las disciplinas de
mayor complejidad –por la mayor cantidad de ingredientes que concurren en los
procesos que estudian-, está en auge. Ya no es raro que se reclame acerca de lo
que algunos alumnos y padres entienden de otro modo. Y tampoco, que el
profesorado se retraiga de hablar de lo
que su campo científico haya avanzado. Conocido es que la enseñanza de la “Historia actual” sea escasa, para evitar conflictos, mientras leyes como la LOMCE
han contribuido a minusvalorar cuanto no sea selectamente competitivo, un síntoma
que Nuccio Ordine denunció en La utilidad
de lo inútil, abogando por una educación de la persona más rica e integral.
Del PIN parental
En cierto sentido, por tanto, el Pin parental de VOX no es tan
nuevo como parece. Tiene antecedentes recientes en lo que fue la persecución de Educación para la Ciudadanía desde 2006 a 2012. Y no es difícil encontrar situaciones,
como la que se planteó en 1980 con un libro que, al margen de su oportunidad, era
bastante inocuo salvo para la prensa afín a la CONCAPA. Esta asociación que todavía
pretendía ser la única voz de padres y madres de alumnos, planteó actuaciones
sonrojantes acerca de aquel Libro rojo del Cole. Igual
que las pancartas que en 1984 y en 2005 salieron a la calle en nombre de los obispos y sus colegios. Igual que el
propagandismo que inspiró el imposible diseño curricular de las “Humanidades” Aguirre, como ensayo de lo que haría en Madrid después del “tamayazo”.
Con tanto antecedente se entiende mejor este PIN parental VOX tratando de poner en solfa cuestiones que están,
hasta en la LOMCE, dentro de las llamadas actividades “complementarias”. Las cuestiones transversales siempre las han trabajado los centros y, desde
los años 90, figuran en los reglamentos orgánicos de los centros escolares para
“propiciar el pleno desarrollo de la personalidad del alumno”, ”como
complemento de la acción instructiva y formativa” de las disciplinas académicas.
Incluidas en el PGE (Proyecto General del Centro) –para atender directamente
al niño- siempre fueron, además, un
indicador del nivel de apertura de su acción pedagógica más allá de su
capacidad instructiva.
Este extremo es el que el PIN parental persigue, para constreñir
el papel del profesorado a sus asignaturas, como guardianes de una verdad en
peligro. Ningún centro que se precie atenderá a ello, y menos los privados,
atentos a diferenciarse por su “ideario”, como la UCD les pretendió ampliar en 1980. El PIN –que amparan VOX y sus socios- prosigue la pelea contra la
Educación para la Ciudadanía y, a todas luces, es apoyada sin embargo por
cuantos propugnan la Religión en las aulas como norma de moralidad. No es más
que otro intento de parar -tanto por miedo como por narcisismo ofendido- la
extensión del saber. El mismo principio y las reiterativas acusaciones que
ahora vuelven a verter para vaciar de sentido a la enseñanza pública, las emplearán
con la parte educativa de cualquier área de conocimiento que estimen contraria
a sus prejuicios.
No se debiera olvidar, por tal motivo, que los currículos
escolares siempre han generado problemas en algún momento; en no pocos países
existe incluso un Instituto de Desarrollo Curricular para procurar evitarlos.
Nunca se quiere admitir que son un producto histórico con pretensión de
imparcialidad, como supuestamente sería la Ciencia. Y no es fácil encontrar
quienes expliquen su historicidad, vinculada a una tradición y, por tanto, a
ideas y valores hegemónicos, capaces de darle valor significativo en un momento
determinado. Sucede, incluso, con las llamadas propiamente Ciencias. Muchos siguen sin admitir –aunque desde los
años 90 haya empezado a disminuir su número- que el currículo nunca es solo el
“programa” de la “asignatura”, sino que lleva en su codificación disciplinar interna otros ingredientes, más o
menos ocultos unos y muy explícitos otros, porque –y esto es lo más importante-
las reelaboraciones didácticas de cada profesor en el aula y las rutinas
organizativas en que se inserta cada disciplina son vitales, para que, al
margen de toda convicción pedagógica, cumpla el estatus jurídico alcanzado en
alguna ley, decreto, orden o disposición oficial.
¿Neutralidad?
En 1903, G. Azcárate
defendió, al inaugurar la Universidad Popular de Valencia, la neutralidad de la
ciencia: “Como consecuencia indeclinable de la libertad y de la tolerancia, una
Universidad no debe ser liberal ni conservadora, individualista ni socialista,
católica ni librepensadora, sino templo abierto a cuantos tributen culto a la
verdad” (BILE, 31.03.1903, pgs. 65-74). Si oyera esto del Pin parental, vería
en qué medida es una prosecución de las sucesivas guerras escolares que se
venían librando desde mucho antes. En esos años -como asegura Alfonso Capitán-, el reformismo educativo también tenía problemas
con las formas conservadoras de entender la educación. Ni la neutralidad
universitaria –trasunto de la más admisible “neutralidad de la ciencia”- estuvo
alejada de las connotaciones morales y religiosas que, de ordinario, se asignaban
a las enseñanza escolar. AntonioViñao, hace tiempo que insistió en que del analfabetismo a la
alfabetización –fenómeno complejo donde los haya- hay una distancia. Cabe
añadir que, no solo para la historiografía, sino para los logros de las políticas
educativas.
Manuel Menor Currás
Madrid, 19.01.2020
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