El
nominalismo político enturbia la realidad sin cambiarla
Las organizaciones nombran
la creciente fragmentación con palabras volátiles, adaptadas al sentimentalismo
emocional de clientelas mutantes.
En Europa, sus organizadores centrales se están transformando sin
que se sepa a dónde aspiren a ir: Macron sigue preguntándose qué quieren sus ciudadanos, reclamantes continuados en
la calle; y la Alemania de después de Merkel está indecisa, propicia a la
regresión y al miedo. Mientras, el Brexit inglés es una incógnita de contornos que favorecen las dudas, y en el resto
de países las posiciones más conservadoras ganan terreno, incluso en los países
que fueron modelo de apertura social. Además, a Trump parece que no todo le va tan mal como se aventuraba –pese a su conservadurismo proteccionista-,
mientras China y Rusia tratan de asentar posiciones geoestratégicas de futuro.
Nominalismos
En España, optamos por la redefinición de las palabras para atrincherarnos
ante una incierta realidad económica y social. Trampeando con las emociones del
tribalismo e individualismo soberanistas, nuestros líderes tratan de que los
más fieles se mantengan unidos. La racionalidad reflexiva de lo compartido no
parece importarles, mientras crece la fragmentación a cuenta de la mentira, la
ignorancia e incluso el odio. Los nacionalismos periféricos están en ello, y
también el central en muchos casos. A que los más devotos no se dispersen
apunta la brújula que usan ahora en el PP, con más consistencia que en
anteriores etapas de su genealogía. Se
ven como el centro de la derecha después de que VOX ha mostrado que muchos que
les votaban prefieren otra marca. Ya contaban con CS, con puertas abiertas a sus
más liberales seguidores, pero después de los pactos internos -homologadores del lenguaje- que esta tríada ha formalizado para llevar a
uno de los suyos a la Presidencia de la Junta Andaluza el próximo día 16, el
muy importante segmento derechista de la sensibilidad política confirma que ninguno de sus votantes se ha evaporado, pese a los rigores de la crisis y los
vapores de la corrupción. Y ahí siguen todos, en habitaciones contiguas, apoyándose en lo que les importa.
Los y las líderes jóvenes del PP ejemplifican esta confluencia
cuando, tratando de renovar su posición
con voz propia, echan mano de lo viejo bajo apariencia provocadora. Muy visible
está siendo -entre muchos otros términos que, según para qué, dulcifican para
que no parezca excesiva la regresión semántica-, lo que hacen con “feminismo”,
“feminidad”, “género” y “doméstico” o “familiar”. Lo ha sintetizado
modélicamente la recién proclamada candidata del PP a la Presidencia de la
Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, cuya cuarentañera novedad ha consistido
en proclamar que “para ser mujer no tengo que ser feminista”. Unos días antes, también “sin
complejos” y algo más joven, Andrea Levy –vicesecretaria de Estudios y Proyectos
de su partido- había dicho: “Yo no soy feminista, soy femenina”. Ese rancio juego lingüístico, sin embargo,
ya fue denunciado como patriarcalista e inmóvil por las primeras mujeres que
hablaron de igualdad. Entre ellas, María Lejárraga, autora de muchas de las
obras que firmó su marido Gregorio Martínez Sierra. Por ejemplo, El Sombrero de tres picos y El amor brujo, musicadas por Manuel de
Falla; o Margot, drama lírico con
partitura de Joaquín Turina. En distintos escritos feministas, pero sobre todo en La Mujer Moderna (Madrid, S. Calleja, 1920), la eminente
maestra y escritora dejó plasmado cómo esa distinción entre “feminismo” y “femenino”, era –hace
casi cien años- el subterfugio para mantener la minoración social y política de
todas las mujeres.
Voluntarismo
No muy distinta, aunque con otro campo semántico, es la actitud
del PSOE desde el Gobierno. En parte, por su precariedad parlamentaria y -de no
menos importancia- a causa de posicionamientos de sus líderes representativos,
en una tradición de largos disensos internos. Ejemplo sintomático de
indefinición lo ofrece su Ministerio de Educación, con hipotéticas
posibilidades y frágiles concreciones prácticas. Confrontadas con lo gestionado
desde el 02.06.2018, sus palabras –muy reiteradas estos días por mor de los PGE- no pasan, pese al plus de credibilidad que
sugieren sobre el PP en progreso social, de un querer sin poder, demostrando,
incluso, un no querer ni poder.
Se ha confirmado con motivo de que el Anteproyecto de Ley pasara por el Consejo Escolar
del Estado y fuera presentado, después, a organizaciones sociales en Ferraz. La
primera ocasión sirvió para que la triada conservadora y sus mentores explicitaran
consignas –una “chapuza cósmica”, según el consejero de Educación de Castilla y León- provenientes
de sus mitos: la libertad de elección, la calidad, la escuela concertada, la
Religión en el currículum y similares. La segunda reveló que, pese al acuerdo en relevantes puntos genéricos- el
equipo de Educación de Celáa mantiene gran distancia con sus posibles socios. Bien
podía haberles brindado, en el proyecto –y en decretos anteriores o
posteriores, que puede hacer sin nueva Ley orgánica-, la
presteza en cambiar las características
más agrias de la LOMCE. Ese hiato no se llena solo con palabras, sino con
gestos. Cuando el PSOE se retiró del plan de “pacto” de Méndez de Vigo por la
corta inversión económica, ahora debería haber sido coherente. Tardo va,
igualmente, en cuanto a lo que pregonaba respecto a la confesionalidad en
horario escolar y al compromiso contraído con otras organizaciones para erradicar la LOMCE.
Mensaje/masaje
Si no quieren que avance la indiferencia, no pueden demandar
solidaridad con un proyecto avalado por indeterminados propósitos de agenda. Los
tácticos electoralistas -recentralizadores del PSOE- corren el riesgo de que sus posibles votantes
se lo piensen de aquí a mayo y se repita
lo de Andalucía; tal como va algo tan expresivo como la Educación, el panorama
que quedaría para la siguiente Legislatura propiciará que los servicios
públicos se desbaraten más y mejor, “sin complejos”. Para muchos, la confusión entre lo que pasa y
lo que ha pasado desde “la crisis” recrea, acentuada, la precariedad anterior;
la realidad, tan distinta de lo que habían soñado desde antes de 1978, complica
el sentido de sus vidas. Esa continuidad, alucinante, viene de tan atrás que
las estrategias de comunicación no extirparán dudas si se reducen a masaje
nominalista.
Manuel Menor Currás
Madrid, 13.01.2019
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