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domingo, 13 de enero de 2019

Nominalismos (Manuel Menor)


El nominalismo político enturbia la realidad sin cambiarla

Las organizaciones nombran la creciente fragmentación con palabras volátiles, adaptadas al sentimentalismo emocional de clientelas mutantes.

En Europa, sus organizadores centrales se están transformando sin que se sepa a dónde aspiren a ir: Macron sigue preguntándose qué quieren sus ciudadanos, reclamantes continuados en la calle; y la Alemania de después de Merkel está indecisa, propicia a la regresión y al miedo. Mientras, el Brexit inglés es una incógnita de contornos que favorecen las dudas, y en el resto de países las posiciones más conservadoras ganan terreno, incluso en los países que fueron modelo de apertura social. Además, a Trump parece que no todo le va tan mal como se aventuraba –pese a su conservadurismo proteccionista-, mientras China y Rusia tratan de asentar posiciones geoestratégicas de futuro.

Nominalismos
En España, optamos por la redefinición de las palabras para atrincherarnos ante una incierta realidad económica y social. Trampeando con las emociones del tribalismo e individualismo soberanistas, nuestros líderes tratan de que los más fieles se mantengan unidos. La racionalidad reflexiva de lo compartido no parece importarles, mientras crece la fragmentación a cuenta de la mentira, la ignorancia e incluso el odio. Los nacionalismos periféricos están en ello, y también el central en muchos casos. A que los más devotos no se dispersen apunta la brújula que usan ahora en el PP, con más consistencia que en anteriores  etapas de su genealogía. Se ven como el centro de la derecha después de que VOX ha mostrado que muchos que les votaban prefieren otra marca. Ya contaban con CS, con puertas abiertas a sus más liberales seguidores, pero después de los pactos internos -homologadores del lenguaje- que esta tríada ha formalizado para llevar a uno de los suyos a la Presidencia de la Junta Andaluza el próximo día 16, el muy importante segmento derechista de la sensibilidad política confirma que ninguno de sus votantes se ha evaporado, pese a los rigores de la crisis y los vapores de la corrupción. Y ahí siguen todos, en habitaciones contiguas, apoyándose en lo que les importa.

Los y las líderes jóvenes del PP ejemplifican esta confluencia cuando, tratando de  renovar su posición con voz propia, echan mano de lo viejo bajo apariencia provocadora. Muy visible está siendo -entre muchos otros términos que, según para qué, dulcifican para que no parezca excesiva la regresión semántica-, lo que hacen con “feminismo”, “feminidad”, “género” y “doméstico” o “familiar”. Lo ha sintetizado modélicamente la recién proclamada candidata del PP a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, cuya cuarentañera novedad ha consistido en proclamar que “para ser mujer no tengo que ser feminista”. Unos días antes, también “sin complejos” y algo más joven, Andrea Levy –vicesecretaria de Estudios y Proyectos de su partido-  había dicho: “Yo no soy feminista, soy femenina”. Ese rancio juego lingüístico, sin embargo, ya fue denunciado como patriarcalista e inmóvil por las primeras mujeres que hablaron de igualdad. Entre ellas, María Lejárraga, autora de muchas de las obras que firmó su marido Gregorio Martínez Sierra. Por ejemplo, El Sombrero de tres picos y El amor brujo, musicadas por Manuel de Falla; o Margot, drama lírico con partitura de Joaquín Turina. En distintos escritos feministas, pero sobre todo en La Mujer Moderna (Madrid, S. Calleja, 1920), la eminente maestra y escritora dejó plasmado cómo esa distinción  entre “feminismo” y “femenino”, era –hace casi cien años- el subterfugio para mantener la minoración social y política de todas las mujeres.

Voluntarismo
No muy distinta, aunque con otro campo semántico, es la actitud del PSOE desde el Gobierno. En parte, por su precariedad parlamentaria y -de no menos importancia- a causa de posicionamientos de sus líderes representativos, en una tradición de largos disensos internos. Ejemplo sintomático de indefinición lo ofrece su Ministerio de Educación, con hipotéticas posibilidades y frágiles concreciones prácticas. Confrontadas con lo gestionado desde el 02.06.2018, sus palabras –muy reiteradas estos días por mor de los PGE- no pasan, pese al plus de credibilidad que sugieren sobre el PP en progreso social, de un querer sin poder, demostrando, incluso, un no querer ni poder.  

Se ha confirmado con motivo de que el  Anteproyecto de Ley pasara por el Consejo Escolar del Estado y fuera presentado, después, a organizaciones sociales en Ferraz. La primera ocasión sirvió para que la triada conservadora y sus mentores explicitaran consignas –una “chapuza cósmica”, según el consejero de Educación de Castilla y León- provenientes de sus mitos: la libertad de elección, la calidad, la escuela concertada, la Religión en el currículum y similares. La segunda reveló que, pese al acuerdo en relevantes puntos genéricos-  el equipo de Educación de Celáa mantiene gran distancia con sus posibles socios. Bien podía haberles brindado, en el proyecto –y en decretos anteriores o posteriores, que puede hacer sin  nueva Ley orgánica-, la presteza  en cambiar las características más agrias de la LOMCE. Ese hiato no se llena solo con palabras, sino con gestos. Cuando el PSOE se retiró del plan de “pacto” de Méndez de Vigo por la corta inversión económica, ahora debería haber sido coherente. Tardo va, igualmente, en cuanto a lo que pregonaba respecto a la confesionalidad en horario escolar y al compromiso contraído con otras organizaciones para erradicar la LOMCE.

Mensaje/masaje
Si no quieren que avance la indiferencia, no pueden demandar solidaridad con un proyecto avalado por indeterminados propósitos de agenda. Los tácticos electoralistas -recentralizadores del PSOE- corren el riesgo de que sus posibles votantes se lo piensen de aquí a mayo y se repita lo de Andalucía; tal como va algo tan expresivo como la Educación, el panorama que quedaría para la siguiente Legislatura propiciará que los servicios públicos se desbaraten más y mejor, “sin complejos”.  Para muchos, la confusión entre lo que pasa y lo que ha pasado desde “la crisis” recrea, acentuada, la precariedad anterior; la realidad, tan distinta de lo que habían soñado desde antes de 1978, complica el sentido de sus vidas. Esa continuidad, alucinante, viene de tan atrás que las estrategias de comunicación no extirparán dudas si se reducen a masaje nominalista.

Manuel Menor Currás
Madrid, 13.01.2019

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