¿Crecen las Incertidumbres
para vidas aburguesadas?
Arrecia el
adoctrinamiento para el conformismo. Nos colonizan –y educan- en modelos de
pulcritud vital, como si hubiese un único modo natural de ser.
Hay momentos borrosos en la historia de la Humanidad y en la de
las personas que la conforman. Lo que hayan vivido o vivan los pobladores de la
península ibérica o, más específicamente, los que pueblan España no es
diferente: lo borroso, lo gris e, incluso lo negro, pueden predominar sobre
otras gamas lumínicas en cualquier momento, incluido el presente.
Pugnan, en tales situaciones, arúspices diversos por dar seguridad.
Buena parte del éxito de sucesivas utopías ha venido de la búsqueda de sentido
que pudieran ofrecer. Vale lo mismo el que han tenido en determinados momentos
las perspectivas apocalípticas, especialmente exitosas en situaciones de
perplejidad extrema. Del mismo cariz son, igualmente, los éxitos de las
religiones omnicomprensivas de la vida humana, sin que se corten en variarse a
sí mismas en sus relatos salvíficos acerca del pasado, presente y futuro de
casi todo. Y los logros del consumismo,
celestina omnipresente de publicitada felicidad a medida.
Sibilas modernas
Andan por las librerías en este momento libros que, como la sibila
de Delfos, tratan de escudriñar el futuro. Algunos, de gran éxito, como las dos entregas de Yuval Noah Harari, por su
habilidad para concentrar en poco espacio los aciertos y desmanes de la especie
humana en su paso de la sapiencia a una supuesta divinidad. Se trata de un género en alza, que trabaja
con un revisionismo optimista para una historia más inventada que real por lo
inconcreto -aunque los hitos de referencia no suelan ser falsos-, y con una prospectiva en que a las tecnologías se las proyecta como centro de un proyecto de gran
brillo redentor. Seleccionando los datos que encajen en una hipótesis
prefijada, lo de menos es su validación veraz: no importa el conocimiento sino,
como mucho, el arte de engatusar. Estas perspectivas acríticas y complacientes suelen
olvidar el otro lado oscuro, amargo y terrible, que los especímenes del género
humano exhiben a menudo, con gran capacidad de invención.
Este género, más literario que histórico, ya tiene aquí imitadores
en un estilo muy propio de quien comercia con la sugestión de que quienes
traten de huir de la incertidumbre se autoayuden y propaguen la buena nueva. Es
una narrativa de equipo que, como la de la novela histórica –que en su inmensa
mayoría ni es historia ni le hace falta-, para tener éxito cumple, ante todo,
una función terapéutica. Muy pedagógicamente inclinada a la sumisión, en su
epistemología es fundamental una especie de conjunción de los astros –o de “genética cultural”- en que el ser humano como tal poco o nada puede
hacer dentro de un plan prefijado, salvo ser obediente. Tratan de homologar a
los sujetos en la asimilación de que solo lo correcto e impoluto tiene futuro
como parte del colonialismo que ha sabido ejercer el poder desde siempre, controlando el imaginario de los colonizados,
reprimiendo sus modos de conocer, producir conocimiento y perspectivas,
imágenes, símbolos y modos de significación.
Colonialismo cultural
A este género literario le viene bien la “actualidad” como
revulsivo. La que nos sirve de un tiempo acá la prensa plantea dificultades
para ver que no haya sido planificada, decidida o tolerada hace mucho
tiempo, incluso siglos. Cuando todo va a un ritmo crecientemente acelerado, noticias
de ahora mismo dejan cortas las eras geológicas. La historia de los misiles
inteligentes españoles –programada por Morenés hace años- tiene efectos inconclusos en la producción
industrial, en las relaciones con la Arabia post-Kassoghi y en la coherencia
moral. Lo de Franco y la Almudena tiene visos de convertirse en una serie en
que Osoro, el Gobierno y los Acuerdos del 79
nos retrotraen a los tiempos de las Cruzadas y anteriores. Por no contar la novedad
que parecen haber cobrado las
informaciones sobre abusos de pederastia y similares, a cargo de personas
supuestamente consagradas a Dios, una pelea en que la hipocresía ha predominado,
indiferente a la piedra que debieran ponerse al cuello estos malcriados (según
dicen Mc. 9,42 y Lc. 17,2). Y los amores o desplantes entre de Aznar/Casado/Sánchez, si se lee esta nómina en sentido correcto, es decir, como si estuviera en hebreo,
es tan reaccionario para quienes han vivido la secuencia completa que es
difícil no sentirse engañado por el evolucionismo. Qué decir del atentado último
en Cincinnati contra los reunidos en una sinagoga judía, como si Tito –el del arco triunfal romano, en el año 70
d.C- o los diseñadores de Mauthausen en 1939 tuvieran el poder de reencarnarse
de continuo.
Y des-encanto
Sin embargo, el borroso circuito que generan informaciones como
estas, propicia hipótesis menos
optimistas que las de los imitadores de Harari. Les cuadraría bien, desde
luego, formularlas como preguntas más que como escolásticas tesis cerradas: ¿La
evolución de la especie –la cotidiana con que nos codeamos, no la de la categoría
universal “hombre”-, no se habrá detenido? ¿Estará en regresión? ¿En qué nos
han educado y nos educan; en qué educamos hoy a nuestros vástagos?
Para una visión luminosa de la libertad de vivir, mejor la poesía,
ese fulgor de algunos modos de decir que, según Baudelaire, sería “el esplendor
de la utopía en la carne del lenguaje”, porque arranca algo de luz donde reina
la oscuridad o, como decía Francis Bacon, “da a la humanidad lo que la historia
le niega”. Es, a todas luces, la manera más corta de mostrar la verdad y de
enseñarla, capaz de encantar desencantando y desintoxicándonos.
Manuel Menor Currás
Madrid, 28.10.2018
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