Los obstruccionismos no
deben impedir una educación democratizadora. Son contradictorios con una
sociedad moderna, atenta a los derechos de todos.
Si cambian al mensajero, deseable es que cambie el mensaje y las
formas obscenas de masaje manipulador con que suele venir envuelto. No ha
bastado haber soportado el gris del NoDo -unos 4.000 videos custodia la
Filmoteca Nacional, que abarcan de 1943 a 1981- o la falsa apertura de la Ley
Fraga y sus aleatorias censuras desde el 14.03.1966. Aquel desinformador dirigismo,
con que se había creado la TVE el 28.10.1956, se ha prolongado hasta este
viernes pasado con modalidades últimas de similar afán educador en la minoría
de edad comandado
por José Antonio Sánchez.
Más difícil es que no haya ofendidos ni humillados en el proceso abierto en el PP
tras la retirada de Rajoy a Santa Pola. El descanso en Levante le será incierto
dadas las
repulsivas historias del partido en la zona y cuando su preconizado delfín
gallego se ha revelado cauteloso ante las mutaciones que su organización
requiere en este momento. Huérfanos de una jerarquía bien definida, los muchos
sucesores que de súbito han fructificado ni
se atreven a debatir entre sí. Les asusta la modernidad de que cada
afiliado emita directamente su voto, sin que segundas vueltas de cooptados
por una cúpula de selectos tengan el poder de elegir al líder. Pero si, pese a
todo, a la tercera fuera la vencida, podríamos tener un partido conservador a
la altura del siglo XXI, abierto a toda la sociedad.
El ojo de la aguja
La coyuntura del PP –variante de otras del PSOE- actualiza lo que
cuenta José Varela Ortega en su libro sobre Los
amigos políticos, a propósito de las elecciones, los partidos y el
caciquismo en la Restauración, particularmente entre 1875-1900 (Marcial Pons,
2001). Hace revivir, además, historias como las que suelen activar las
cesantías y relevos periódicos de cualquiera de las administraciones. En tales
momentos, haya o no elecciones por medio, los “colegios clientelares” de filías
afines y dependientes que se hayan cultivado entran en efervescencia y pronto
eclosionan en los bailes de nombres que el BOE
o el Boletín autonómico
correspondiente exponen a la comidilla conversacional. En tales días, no es
infrecuente mentar carreras profesionales muy arraigadas en algunas familias –las
sagas madrileñas y provinciales, pródigas en lucir niveles-, habituadas a
menesteres en que la gestión de la Administración es su foco de presencia e influencia en el mundo social.
Ese empeño cuenta con valiosas tradiciones desde mucho antes. En
el Imperio Romano, antes de que monarquías territoriales anticiparan desde el
476 d. C. la Edad Media europea, ya era tradición que el poder de los más ricos
se apoyara, difundiera y demostrara por su capacidad para sostener, con
liberales gestos de donación, a otros grupos y familias bajo su dominio y
tutela. Bastaba una pequeña alteración en los motivos para salir de la mediocritas y alcanzar los honores cívicos que privilegiaban a alguien en las
curias urbanas y provinciales respecto a otros, para que se produjeran fuerte
recelo en quienes tenían un acreditado historial de riqueza e influencia. Lo
analiza en detalle Peter Brown en Por el
ojo de una aguja (Acantilado, 2016), al estudiar la calculada incorporación
de los ricos al cristianismo tras la conversión de Constantino en el 312 d. C. :
la propia doctrina eclesiástica sobre la riqueza o la pobreza cambió.
Al mencionar pautas culturales tan arraigadas, suele traerse a
colación la dificultad de cambiar y nunca faltan quienes fían las deseables
transformaciones a la educación. Por más que esta nunca produzca mudanzas
automáticas, tampoco ha fallado esta referencia con
motivo de la desesperante sentencia de la puesta en libertad de los chicos
de La Manada. Pero si
desde RTVE se propicia la mayoría de edad, y la metamorfosis del PP
fortalece esa dinámica de la racionalidad democratizadora, a buen seguro
que las bases que sustentan obsoletos y privilegiados
modos de atención educativa que ampara la LOMCE -como si fuera el mejor desarrollo
que cabe del art. 27CE- no tardarán en perder su sentido.
Manuel Menor Currás
Madrid, 24.06.2018
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