El
pacto educativo ya tiene historia, y nos atañe.
Apócrifa será si, como
las que se cuentan a los turistas, está
plagada de falsos milagros y mistéricas razones ajenas a “la política”.
Día a día suceden hechos que nos desazonan. En la explicación
evolutiva de nuestra existencia -en el río que Heráclito decía cambiante-, no
entraba el tener que volver sobre lo mismo, ni menos aguantar que pareciera novedad
lo que no pasa de ser un enjalbegado más.
Con Trump, Netanyahu y similares desbocando la geopolítica, vuelve
ahora Marta Martín, de Ciudadanos, a repetir –¿para desmemoriados?- que si no se
metiera la política en la educación ya tendríamos pacto educativo. Esta vuelta
a que la educación no tiene nada que ver con la política -ni la política con la
educación- es otro parto de los montes, en sintonía con “El parte”, cuando la
política era una exclusiva del selectísimo núcleo que dirigía un general. Tal
vez debieran releer lo que dice Aristóteles a propósito del ciudadano completo
–el “político”- y, también, acerca del
sentido del lenguaje en el ser humano; hace de ello casi 2.400 años, pero no
vaya a resultar que la engañosa juventud de sus líderes visibles sea otra
estafa a reclamar cuando sea tarde.
Vuelve también Sandra Moneo más o menos a lo mismo en nombre del PP y de que, en lo tocante al melodramático
tránsito por el que pasa el pacto educativo, es una lástima que el PSOE se haya
ausentado de la Subcomisión parlamentaria, porque la cuestión de la
financiación del 5% del PIB parecía estar resuelta, es contradictorio y... Y vuelve a llover sobre mojado, porque a
todas luces es el “remake” de un serial cuyos entresijos últimos esta diputada
burgalesa conoce muy bien. Tanto, que casi
llegó a firmar, en nombre de su partido, el proyecto de pacto que –contra el
criterio de muchos- había formulado Gabilondo. Sus jefes no la dejaron concluirla y optaron por repetir la negativa que, en
1997, había protagonizado Aguirre a la propuesta de ocho puntos que le
formulara la Fundación Encuentro.
Una historia sin
turistificación
La mayor parte de los documentos que se intercambiaron en aquellas
sesiones entre PSOE y PP puede leerse ahora en el libro que Ediciones Morata
acaba de publicar: El artículo 27 de la
Constitución: Cuaderno de quejas. A la luz de las razones que en aquel
momento esgrimió Cospedal para abandonar la mesa de negociaciones, bien se
podrá deducir lo que no hicieron por motivos propios de la educación y cómo
prefirieron el electoralismo de los sectores más reaccionarios. Sin esa mala
mezcla -estrictamente política-, no solo habríamos evitado invocar en vano un “pacto
educativo” como si de la piedra filosofal se tratara, sino que no tendríamos
encima el último desarrollo del artc. 27 CE que es la LOMCE, tan híspido que
los propios populares tratan de ver si, con el mantra del pacto, la enmiendan sin
que se note mucho.
Este libro de Morata, sólido compendio de historia de las políticas
educativas, sitúa este intento de pacto en un largo proceso que, en líneas
generales, viene desde 1808 y, más específicamente, de 1978. El análisis de esa
trabazón hasta el presente permite advertir cómo el sistema educativo español
se ha entreverado de unas características que determinan en gran medida sus
problemas. De momento, e independientemente de posibles tratos encubiertos sin
luz ni taquígrafos, la conjunción astral de PP y Ciudadanos tratará de seguir vendiendo
un artificio que, sin entrar en ese meollo neurálgico, dicen que mejorará el
sistema educativo.
Este análisis historiográfico da claves para entender ese tinglado
de apariencias. Ahí están hilvanadas muchas de las deficiencias que, desde la
guerra, han pervivido intactas. Unas peculiaridades casi geológicas que ya
tienen como mínimo 80 años: estos 40 últimos más otros tantos anteriores en que
florecieron sin que la democratización igualadora fuera su signo relevante. Esta
historia bien contada no es como las que los guías inventan para despistados
turistas que corretean de un sitio a otro. Y es de gran utilidad: permite cambiar
de carril cuando todavía se puede. Inconsciente sería no querer saber hasta
cuándo hayan de pervivir las “mejoras” de la LOMCE.
Manuel Menor Currás
Madrid, 15.05.2018
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