Sufrimos el agresivo
entusiasmo que algunos ahora encausados mostraron contra la educación pública, sus
mentiras despectivas, su lucro obsceno.
Pese a las sentencias de la Gürtel y aledaños, y a lo que de saberes estilosos aporta
el encarcelamiento de Zaplana, el cachazudo Rajoy ha encontrado aire
provisional en el debate de los PGE para aguantar una severa crisis con ese
estilo siempre idéntico al de los hilillos de chapapote. Las sentencias a figuras del aznarismo no han hecho más que empezar y aunque debieran generar
verdadera contrición, no pasan de apariencia incapaz de generar confianza. Todo proseguirá renqueante, como mal menor. En la
Comunidad de Madrid -adelantado modelo con cuatro expresidentes afectados-, Garrido
repite incumplimientos de Cifuentes, como acaba de mostrar su consejera de Educación. Instalados en que sus ideas políticas expresan
como ningunas otras la voluntad de Dios, alegan que, pese a “los diez o quince casos” que socavan sus razones de gobierno, ellos son “mucho
más”.
Con las noticias judiciales de estos días es difícil sustraerse a que, hace 40
años, creímos que con la democracia desaparecería la mayor parte de cuanto
había limitado nuestras vidas en los 40 anteriores. Aquel cómodo fetichismo que
traería per se un sinfín de bienes ha
saltado por los aires y será difícil recomponer su inocente expectativa sin la vigilancia y atención que
nunca debimos haber cedido. Hoy, con las abundantes contradicciones que tenemos
en el panorama, lo fácil es reclamar que vuelva Valle-Inclán para escribirnos
unos sabios esperpentos. Quedaríamos a gusto con los dejes de sarcasmo, pero
los problemas seguirían ahí. Remedos lejanos hay en los medios y en la Red,
donde se amalgama todo con el poco entusiasmo e, incluso, cursilería que, so
pretexto de ética política, emiten los partidos en este asombroso momento de inconsistencia
que emiten los representantes electos.
Excelsas hagiografías
El problema es que no hay problema con que la corrupción, de tan
extendida que está, no exista sin contabilidad judicial. No existe el bien
común, sino su remedo de beneficios particulares que se alimenten del erario
público. El ideal unitario de moral colectiva ha sido fagocitado por el
provecho económico individualizado, de que han hecho gala estos encausados de
ahora, otrora objeto de excelsas hagiografías. La inflación de los currículos y el modelo máster Cifuentes
–que pronto podrá actualizarse con los que, como el de Casado, ya están en el
repositorio de los medios- no son anecdóticos.
Incontables son los espabilados emisores de títulos de calidad
incontrolada y pingües beneficios. El Ministerio de Educación, entretanto, ni
se siente aludido. Trabaja incesante, sobre todo desde la implantación del Plan Bolonia en 2008-2009 y al amparo de la liberalización que Wert añadió al sistema educativo antes de irse a París, en generalizar
el dogma de que el libre mercado, además de barato es milagrero. Según esa
vieja teoría, la libertad de elección de los consumidores de bienes -también
los vinculados al conocimiento- es capaz de arreglarlo todo. Cuando libere al
Estado democrático de la obligación que tiene con el derecho universal de los
ciudadanos a una buena educación,
también proclamará que en el mar no hay
tiburones y que todos los peces son iguales en sus cristalinas aguas.
Ahora que Ana Botín, lista para captar clientela para su red
bancaria, dice que ha descubierto el feminismo –y reitera amar mucho a la Universidad-, no debiéramos cometer la tontería de olvidar que
de aquella prodigiosa troupe que asistió a la famosa boda de El Escorial en 2002 –que en buena medida hace casting ahora ante
los jueces- hay responsables de que los liberales recortes que dirigieron contra
el sistema educativo, y la educación pública en concreto, les generaran
contables recompensas para sí y sus amigos. Más de una pieza judicial trata de esto, y de la persecución de organizaciones,
sindicatos y profesionales de la enseñanza que osaron replicarles. El momento no es para humor barato y chapucero,
sino para reclamar coherencia de cuantos ahora dicen lo que no han dicho en todos
estos años.
Manuel Menor Currás
Madrid, 26.05.2018
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