La utopía del Homo Deus entretiene, pero no arregla lo
que nos oprime a diario
Tampoco subsana las
penurias que nos autoimponemos, públicas y privadas, por miedo, ignorancia o
mala experiencia. Por algo el sistema educativo avanza lentamente, cuando no
retrocede.
Sostenía
Salvatore Satta que es posible que la vida de un pueblo se desarrollara en una
unidad de tiempo y lugar, como las antiguas tragedias, y que la sucesión de los
acontecimientos poseyera la misteriosa fijeza del cementerio. Vista por Dios, en El día del juicio –ese era el título de su gran novela póstuma, en 1979-, creía que
“la vida aparece exactamente así”. Si el éxito de un pueblo o de un país se midiera por los
cambios habidos en muchos años más que por la pura cronología, primaría la
devastación de los cuerpos y vidas de sus gentes. Por encima de muchas otras consideraciones,
se vería que en cuestiones sustantivas todo seguía como hace diez, veinte u
ochenta años, incluso. Hablaba de lo que había sucedido en Cerdeña. Podría
valer para España en no pocos aspectos, después de tantas crisis como las
habidas en la historia de estos 80 años últimos.
Derechización
Este 2018 va a resultar muy
educativo para entenderlo. Las muchas lecciones que nos está proporcionando
desde que ha empezado, congruentes entre sí, están logrando ese objetivo de
manera muy satisfactoria. Si se toma como evaluación rudimentaria cuanto los
informes sociológicos van diciendo –esa instancia a la que cada día se pliegan
más nuestros partidos-, se verá una gran concordancia entre el proyecto y la derechización de la sociedad española hasta extremos que, en los años setenta y ochenta,
hubieran imaginado difícilmente los más reacios al cambio. La metodología que
–con amplia colaboración de los medios y, sobre todo, de TVE- se están desarrollando para conseguirlo, además de contar con la
inestimable aportación de Cataluña acumula cada día episodios didácticos de
gran relevancia.
Meteosat
Destaquemos en este sentido
cómo la pertinaz meteorología vuelve por sus fueros. Si era austeramente
imprecisa pero útil para justificar lo injustificable, sigue cumpliendo
actualmente ese relevante papel, a la par que el de fuente primordial de
aprendizaje. Desde que los hombres del tiempo eran más voluntariosos de lo que
técnicamente podían permitirse, ha vuelto a poner en valor las dotes de la
improvisación. De nada parece valer el Meteosat de segunda generación ni el
AEMET. Tampoco ha valido mucho la leve exageración que suelen poner en los
noticiarios para curarse en salud y no
volviera a repetirse lo de aquel 27.02.2004, en que, con Álvarez Cascos en
Fomento, quedaron atrapadas entre Pancorbo, Briviesca y Miranda de Ebro
unas 5.000 personas. Da lo mismo cuando los altos responsables de estos asuntos
son los primeros en no enterarse de los riesgos graves que pueden tener sus
descuidos. Todo parece indicar que la gestión de esas previsiones y de las
medidas pertinentes para hacer frente a los inconvenientes en el tráfico, ha
sido irresponsable. Y todo sigue aconteciendo como cuando “la pertinaz sequía”:
según estos excelentes gestores, la culpable es la gente, y más la poco precavida. Lección a aprender: mejor desconfiar.
Quienes dicen tener autoridad en cuestiones fundamentales son, como mínimo,
incompetentes.
Providencia
La lección número dos viene del
expediente con que han pretendido responsabilizar a la concesionaria. Lo más probable es que esa tradición de irresponsabilidad
–acreditada ya también con Cascos al mando- vuelva a confirmarse. Las grandes empresas saben cómo bandearse
en situaciones de conflicto y, como otras veces ha sucedido, podrán alegar
cualquier excusa; les vendrá en ayuda el hecho de que –casualmente- a la
concesionaria de la AP-6 se le acaba el período de concesión estipulado.
Previsoramente, tienen a favor de su rentabilidad de 65,3 millones de euros en 2016 que
ya fueron soltando el lastre del 23% de empleados. En síntesis, es el proyecto habitual de los
emprendedores neoliberales, en que la seriedad del servicio a los usuarios no
aparece en lugar principal. Solo es cuestión de suerte, por tanto, no verse
afectado. En el pasado, las consecuencias de similares comportamientos se
encubrían con la supuesta voluntad de Dios providente. Hoy, en un Estado
sedicente aconfesional, según el art. 1. de la CE (Constitución española),
sonaría extraño. Aunque con tantos remiendos como tiene ese adjetivo, no es muy
imprevisible qué se enseña en tantos centros educativos con el currículum de Religión que publicó el BOE en 2015, dando cumplimiento a
la LOMCE.
Estado mínimo
La tercera lección implica –sin
voluntad de adoctrinamiento- que, de las dos lecciones anteriores se deduzca algo
práctico. Aunque algo incorrecto para lo que se lleva, su coherencia viene de que
cuanto rodea esta concesión o privatización temporal de la AP-6 es similar
también a cuanto sucede, crecientemente, con una parte muy importante de los
servicios que en este país existen. Entre otros, en aspectos fundamentales como Educación, Salud,
Información, Aguas, Petróleo o Electricidad. Es decir, que queramos o no,
estamos pillados, a merced de estos gestores privados y con ausencia creciente
del Estado en estas prestaciones y, a
veces, con dejación de responsabilidad en el cumplimiento de su obligación con
los ciudadanos. Todos estos ámbitos son sin duda de gran fertilidad rentable para sus concesionarios, pero, sin duda, a
cuenta de lo poco que suelen prosperar las demandas de malos servicios, atrasos
e incumplimientos con sus usuarios.
Ahora bien, el libre mercado no
prescribe, en puridad –tal como lo concibió Adam Smith-, que los accionistas de
estas empresas concesionarias, subarrendatarias o subvencionadas, solo traten
de sobrevivir a cuenta de un público cautivo, que no amigo. Con excesiva
frecuencia, y no pocos apaños solapadamente monopolísticos, su contribución a
la productividad real –y no meramente financiera- es inexistente. Lo lógico, por tanto, sería que, a la más
mínima inconveniencia, desajuste o incumplimiento del contrato estipulado para
el logro de la privatización, subvención o concierto, para evitar un mayor menoscabo
de los derechos de los usarlos revirtieran al erario público –y al de los
ciudadanos perjudicados- los beneficios que estas empresas concesionarias
consiguen.
Anoten, sin embargo, los
inconvenientes prácticos que tiene cuanto no sea proseguir en la inopia, como
si todo estuviera bien. No olviden –como gran lección de la continuidad de los
tiempos- el itinerario que suelen seguir estas quejas en caso de producirse,
incluidos comportamientos mafiosos de diverso alcance. Pero sobre todo, lo que
estos acontecimientos últimos enseñan es que echar la culpa a otros ya es un
clásico en este terreno, reiterativamente idéntico a cuando era tradicional y
muy apropiado para el Celtiveria-show de Carandell. La gran innovación última
–digna de la exposición que el Museo ABC exhibe del TBO- es la del kit novedoso de la DGT, consistente en que habremos de
llenar el maletero del coche con una cajita en que quepan 18 artículos, pala incluida, para sobrevivir. Quien no los llevare sería más
culpable de su desatino. ¿No se habrá quedado corto el inventor de esta
improvisación, tan fantasiosa que pronto tuvieron que tirarla al cesto de los
papeles?
Amiguismos clásicos
No se acaban aquí las lecciones
de estos días, pues nuestros políticos más ociosos se toman los cargos como
algo que les es debido y sin contraprestaciones de obligado cumplimiento hacia
la ciudadanía que les paga. Muchos siguen con la misma inexorable parsimonia
–tradicional ya en el siglo XIX, desde antes de que empezara a contar el tiempo
de la modernidad-, y con la misma indiferencia hacia una sociedad que demanda
agilidad y, sobre todo, seriedad en el uso de los recursos de Hacienda. Su política de improvisación es ajena al
conocimiento, sólo trata de ver si amaina; improvisan y juegan con los tiempos
por ver si cambia el aire, les reeligen y siguen tirando entre amiguetes
fieles. No a otra cosa que la irresponsabilidad –esa constante de la política
chapada a la antigua- cabe atribuir a escenas y relatos como los que hemos
oídos estos días en sede judicial –el del responsable de Gúrtel no tiene desperdicio- o viendo a Rodrigo Rato en sede parlamentaria. A
nadie debiera extrañar el breve comentario de Público, según el cual dos tercios de la colosal deuda pública española -alrededor de medio billón de
euros de la última década- procede de los gestores del PP. ¿Han caído en la
cuenta de la cantidad de amigos de Aguirre que están imputados? ¿No es sorprendente que en dos de las CCAA más ricas
este pueda ser un año especialmente horrible desde el punto de vista judicial para selectos especialistas en
detraer recursos públicos para sus particulares intereses? ¿Seguirán siendo
intocables?
Homo Deus
Sigue teniendo mucha publicidad este best seller y el
que le precedió, Homo sapiens, pese a
múltiples cuestiones que deja en el aire y a una vaga abstracción que le
permite jugar con interpretaciones más aparentes que consistentes. Sostiene
Yuval Noah Harari que “en un futuro no muy lejano podremos crear superhumanos
que aventajen a los antiguos dioses […] en sus facultades corporales y
mentales”. La ingeniería genética
estaría a punto de producir cambios poderosos en nuestras capacidades. Desde la
mera hipótesis y, sin especificar para cuantos humanos estarán disponibles tales
potencialidades, se aventura en que, “cuando pensamos acerca del futuro,
nuestro horizonte suelen estar limitados por las ideologías y los sistemas
sociales el presente. La democracia nos anima a creer en un futuro democrático,
el capitalismo no nos deja contemplar una alternativa no capitalista, y el
humanismo hace que nos cueste imaginar un futuro más humano”. Y, después de
abrumarnos con 491 páginas de prolijas combinaciones de datos y asuntos,
concluye que hemos de “aflojar” estos “amarres” condicionantes y “permitirnos
pensar de maneras mucho más imaginativas”.
Cuánto de imaginativas y a
conveniencia de quiénes, no parece responsabilidad del autor. Tampoco le
preocupa que, entre las primeras previsiones del Génesis, estuviera la de esa
tentación deificadora; que el “progreso” haya tenido en los dos siglos pasados
graves derivaciones; o que el ensueño del maquinismo último hubiera hecho soñar
infructuosamente a muchos en los últimos 50 años. De todos modos, un
razonamiento que le sirve de base optimista, viene bien aquí, probablemente
también como lección adicional a cuanto nos ha deparado esta semana. Pongamos
que la provocadora hipótesis evolutiva
del joven divulgador Yuval tuviera consistencia y que la muerte tan solo
fuera ya un problema técnico y no un asunto de curas y teólogos como, según
afirma, era en el pasado. Si el hambre, la peste y la guerra están ya dejando
de ser los enormes problemas que fueron, “estaría en nuestras manos –asegura
voluntarista- hacer que las cosas mejoren, y reducir aún más la incidencia del
sufrimiento”.
Anima el autor, de este modo, a no ser
derrotistas o escépticos sobre tamañas predicciones utópicas que la tecnología
nos pone -¿ahora sí?- al alcance de la mano. No obstante, de haber vivido
experiencias como la reciente de la AP-6 o las de cuantos han visto frustradas
sus vidas por los gestores de las últimas crisis españolas, este ilusionado
propagador de los supuestos beneficios que nos trae el “Internet de las cosas” muy
probablemente centraría sus afanes literarios en las razones por las que tardan
tanto en evolucionar los que en Historia se conocen como “tiempos largos”, a
que tanta atención ha prestado la historiografía francesa. Para los émulos de
Julio Verne son poco atractivos y muy poco excitantes esos asuntos
aparentemente nimios y tan vulgarmente evenemenciales que todavía nos suceden
todos los días, pero cuyas raíces se hunden en la más terca “fijeza del
cementerio”.
TEMAS: Homo Deus. Salvatore
Satta. Cambio y permanencia. Continuidad. “Tiempo largo”. Historia y ficción.
Privatizaciones y abusos. Incompetencia.
Manuel Menor Currás
Madrid, 14.01.2018
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