Hay otros incendiarios.
Crean bulos identificables, pero difíciles de erradicar
Hoy es más fácil
propagar explicaciones conspiranoicas. Lo enturbian todo, pero confortan mucho,
especialmente cuando la ignorancia de lo que sucede es grande.
Andábamos abducidos y el Noroeste se puso a arder. No bastaba con
lo de Cataluña y vino lo acontecido en el norte de Portugal y en Galicia: todo
uno, independientemente de las fronteras territoriales, aunque la suerte haya
sido dispar: mucho peor en Portugal El fuego no tiene
sentimientos de pertenencia como los humanos, empeñados en delimitar
diferencias donde no hay casi nada que diferenciar, como saben bien los genetistas y los
paleontólogos ocupados en nuestros orígenes. Los modos de tratarlo sí marcan
diferencias.
Restricciones mentales
Pese a la mayor profesionalidad mostrada en Galicia, el camino por donde se están empeñando en
llevar las autoridades nuestra atención a este problema, parece haber optado por los cerros
de Úbeda. Suele suceder cuando la realidad sobrepasa a los responsables de su
gestión, para evitar toda autocrítica De cómo afloran los prejuicios hay
ejemplos notables en todas partes, como el de Jordi Puyol sobre los andaluces, en un libro de 1976 sobre emigración publicado en la editorial Nova Terra. En estos días oscuros , urgía limitar el
terror, presenciado en directo por los que frecuentan televisiones no oficiales. La ministra de
agricultura ciñó la cuestión a “un problema criminal”, como si con que los jueces encausen a algún
presunto incendiario, ya tuviéramos garantizada la tranquilidad. Por otro lado,
el actual presidente de la Xunta, arrepentido repentinamente de la zafiedad mostrada
en 2006, cuando incendios similares cercaron pueblos y
ciudades, culpaba ahora a quienes criticaban su gestión de esta emergencia.
Según Feijóo, dividen Galicia a causa del fuego y, ahora dice que él nunca culpará a
ningún partido por ello.
La calidad educativa
De bulos y medias verdades también se vive en la medida en que son
creídas. La secuencia catastrófica de lo quemado estos días en Galicia, incluso
en ciudades muy amenazadas por el fuego, vino trenzada con multitud de alarmas que
pusieron más miedo en el ambiente, señal de que el pánico es muy rentable: nos
devuelve al Paleolítico inferior.
Por tal razón –y con
destinatarios parecidos- el bulo también es habitual en educación. Los historiadores
de la educación española saben de los bulos que se hicieron correr en el siglo
XIX y primer tercio del XX para que algo preciado como, por ejemplo la
“libertad de enseñanza”, beneficiara en exclusiva a la enseñanza privada cuando
la pública no cubría la rudimentaria alfabetización Quienes vivieron el ideario
de la ILE en ese mismo período, saben cómo cuanto promovió esta institución
–Junta de Ampliación de Estudios o el Instituto-Escuela, entre otras
iniciativas- fue perseguido por promover la libertad de investigación y conocimiento. Lo que tardó en tener reconocimiento
público es otro ejemplo de lo rentables que suelen ser los bulos para algunos,
en detrimento de todos.
Las generaciones que vivieron en carne propia el nacionalcatolicismo
educativo -con su exclusiva adoctrinante en la escuela-, pueden dar fe de la cantidad de bulos que
circularon por tierra, mar y aire en aquellos años. No son pocos todavía los
que perviven, como prueba lo frecuente que es tener que debatir –frente a
razonamientos de aire más o menos tabernario- sobre la nostalgia de aquella
educación.
Los mayores de 55 años han sido testigos de otros bulos. En continuidad de los anteriores, destacan los
que se hicieron circular a propósito de aquella tímida reforma de Villar Palasí
en 1970, la LGE. Aquella ampliación de
la obligatoriedad a los 14 años puso en solfa otros leves cambios, ineludibles,
por otra parte, si se quería estar al ritmo del desarrollismo económico en
marcha. Sentó mal a mucha gente aquella tímida extensión del saber fuera de los
márgenes sociales a que había estado restringido. Cuando en 1985 y 1990, la
LODE y la LOGSE trataron de que fuera más consistente y más amplia, hasta los
16 años, los mismos bulos e infundios volvieron con más fuerza. Al margen de las
carencias económicas en que aquellas reformas se movieron, las machaconas
mentiras de los bulos de entonces siguen vivas en infinidad de conversaciones.
Muchas antologías del disparate
estudiantil que entonces circularon repitieron sin empacho lo que habían
recogido otras recopilaciones de los años setenta. Insistían ahora en la “bajada
del nivel”, la “egebeización”, el poco “esfuerzo”, la “ignorancia” que se
propalaba con la “lúdica” enseñanza “comprensiva”. En adelante, incluirán como disculpa los plagios descarados.
Y el adoctrinamiento
La lucidez de los propagadores de paparruchas volvió a brillar en
vísperas de las elecciones que ganaría el PP en la segunda mitad de los 90. Las “Humanidades” abandonadas –especialmente en comunidades como Cataluña- o,
sobre todo, “la calidad” que había que lograr por todos los medios si no se quería
ir al desastre absoluto, fueron el virus de que se valió el neoliberalismo
conservador desde entonces para desarticular la educación pública. De fondo,
sin embargo, quedaba siempre oculta la razón que no se explicitaba: ¿a dónde íbamos a parar con una educación que pretendía cumplir el precepto
constitucional de la “universalidad” en igualdad? Ya el Estado de Bienestar
hacía aguas y los defensores a ultranza del libre mercado como norma, y del
consumismo redentor, habían empezado a minar los derechos sociales, que en
España apenas habíamos rozado. Entendían que los dineros de los impuestos mejor
estarían en sus bolsillos que en manos del Estado para que atendiera las
necesidades de la igualdad. Lo de la Educación también era una mercancía. La “calidad” y la “excelencia”, el bilingüismo y las nuevas maneras de gestionar y dirigir centros, con el profesorado más como peonaje –en competencia- que como cooperador en un complicado
trabajo colectivo, ya no cesaron en la erosión del sistema, en paralelo con la
reducción inversora.
¿Recuerdan los debates que precedieron a las
elecciones de 21.11.2011, cuando se iba a lograr un “pacto” educativo que el PP
desbarató cuando casi todo estaba a punto? Pronto la Sra. Gomendio
–especialista en primates y en manipular estadísticas sobre educación- debatió
en televisión las excelencias de lo que ella y su hoy esposo, el Sr. Wert, habían traído en dos años al
sistema educativo. La suma de infundios que lanzó en poco tiempo para convencer
a los más despistados acerca de “las mejoras” de que había sido portadora
–antes de exiliarse a la OCDE, en París- , pueden verse en las reacciones que
ha traído la LOMCE en estos cuatro años últimos. Hasta el PP se ha sentido
urgido, ahora, a hablar de “pacto” como si tal cosa.
Van para largo trampantojos y trileros, y más después del art. 155. El último eslogan lanzado como bulo, ahora directamente contra
la cuantos catalanes salen a la calle en los últimos tiempos es el del
“adoctrinamiento”. Esta doctrina, variopinta en sus formas, ha contado con el
auxilio del Sr. Méndez de Vigo. Su versión descalificadora afecta, de paso, a los valores
de la escuela pública y a sus objetivos de convivencia cívica.
Desenmarañar
Va a resultar que, pese a los cauces garantistas para resolver
contenciosos, porque haya habido casos de manipulación –en Cataluña sobrepasan
los 100.000 profesores para 1.562.780 alumnas/os-, lo acertado es desconfiar
de que engañan. Si algo garantiza, en
general, la enseñanza pública, es la libertad de pensamiento, avalada por el contraste continuo de unos y otros profesionales. No puede decirse lo mismo
de muchísimos centros privados, cuyos alumnos y profesores han de aceptar un
“ideario” uniformador. Sus mentores y propietarios vigilan que se cumpla a
rajatabla, sin que –según este bulo- adoctrinen.
Ha venido bien que este asunto saltara en su crudeza al Parlamento y que quienes defendían una
proposición para controlar el supuesto “adoctrinamiento” de la enseñanza
pública catalana se quedaran en absoluta soledad. Pero algo queda siempre.
Hay incendiarios y pirómanos de toda índole. Quienes atacan los
derechos de todos a una buena educación saben lo que hacen. Los que queman el
monte gallego son de mala calaña, aunque pasen por desquiciados: peores son los que han quemado gente
en cunetas y campos de concentración. Desviar la atención hacia casos cuasi
folklóricos permite obviar que que la cada vez más abundante masa forestal
gallega se seguirá quemando. Las causas profundas seguirán en pie. Una discutible gestión de los medios disponibles y, sobre todo, la poca
atención a una demografía, muy envejecida, favorecen la desidia o el aprovechamiento desquiciado del
monte. Hacer desaparecer o reducir más la superficie de lo quemado en
ejercicios anteriores exige analizar y reestructurar a fondo las políticas
seguidas desde los años noventa.
Poco se arregla hablando de “terrorismo ecológico” si no se parte de los efectos últimos de la emigración
que, desde los años sesenta, abandonó infinidad de parajes y aldeas. En los espacios de la agricultura de subsistencia anterior, minifundios en su inmensa mayoría antieconómicos,
crecen silenciosamente las zarzas,
genistas y especies invasoras, con grave riesgo de daño al medio, un bien común
superior. Las 35.000 hectáreas de la Galicia quemada este año -y de la que de manera
aleatoria queda por quemar- seguirán peligrando mientras no se negocie el
sistema de propiedad de estas áreas incultas donde, además, las tasas de
reposición demográfica son negativas. Las predicciones de lluvias llegaron
tarde en esta ocasión, y las rogativas para que lloviera no han debido tener la
demanda de otros tiempos. La racionalidad de la prevención que se demanda volverá a ser invocada nada
más empezar otro período de sequía, seguramente más prolongado. Todo indica que
seguiremos teniendo cada vez más incendios y más grandes de proseguir con la inercia habitual. Incluso,
aunque cada año siga creciendo la inversión en medios para atajar el fuego.
Valores y recursos
Echar balones fuera –con bulos conspiranoicos- en esta época de la
rapidez informativa es más fácil que nunca. Se propagan mejor y siempre tienen patrocinadores. Esto
del “adoctrinamiento” educativo –indiscriminado- viene al pelo para que una
buena educación de todos para todos -en lo que debe ser una ciudadanía
responsable y consciente- tarde en llegar. Los
profesionales de esta ética del bulo saben que tras siglos de adoctrinamiento,
la credulidad nos ha quedado incrustada. Parten de que, cuando algo non é vero, si é ben
trovato colará en el océano del despiste. Si un buen sistema de enseñanza
sólo valiera para que nos “adoctrinaran” –lo que equivale a decir que nos
engañen-, Montoro habría hecho lo correcto: Sanidad y Educación seguirán bajando este año en disponibilidad de recursos. Esto no es un
bulo. Tampoco lo es que, en 2007, encontraron recursos para los bancos. Cuestión de valores.
Manuel Menor Currás
Madrid, 21.10.2017
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