No, el bilingüismo no ha fracasado, no es el desastre que aseguran profesores y familias. Al contrario: ha sido un éxito, ha alcanzado todos sus objetivos iniciales.
Hablo como padre de una hija que cursó toda la Primaria bilingüe en un colegio público. Si echo la vista atrás, no veo más que pruebas de ese éxito: sus conocimientos en las asignaturas impartidas en inglés son frágiles y superficiales, a base de no profundizar en ninguna materia más allá de donde permitía la precaria comunicación en una lengua extraña. Lo poco que ha retenido es gracias a docentes que decidían saltarse puntualmente el bilingüismo para reforzar algo en español; y a que en casa le traducíamos conceptos para que no memorizase frases sin sentido.
En su exitosa experiencia, mi hija aprobó todos los exámenes, sí, pero porque estaban adaptados a su nivel de conocimiento: en vez de desarrollar ideas, le pedían escribir definiciones breves, fill the gap, o unir palabras mediante flechas. También superó las pruebas externas, gracias a que en clase dedicaban semanas enteras a preparar el test, quitando horas a las asignaturas.
Más éxitos: en seis años hemos conocido profesores frustrados, familias frustradas y estudiantes frustrados. Algunos se cambiaron de centro, otros comenzaron su viaje al fracaso escolar. Mi hija tuvo suerte, pues sus padres sabemos inglés y tenemos tiempo y formación para apoyarla, ya que el bilingüismo carga más responsabilidad en las familias, y marca una segregación brutal según nivel educativo y económico.
Hoy puedo presumir de que mi hija habla inglés mejor que yo a su edad. Sería gracioso que encima no aprendieran inglés. Pero ni en eso tiene todo el mérito el sistema bilingüe: en su clase, la mayoría tenía clases “de conversación” una o dos tardes por semana, normalmente con las mismas auxiliares nativas de su colegio. No me digan que no es fantástico: un sistema bilingüe que consigue que la mayoría necesite clases particulares… de inglés.
Algunos compañeros de mi hija hablan mejor que ella, pues sus familias se esforzaron por crear un bilingüismo artificial en sus vidas: películas en versión original, extraescolares en inglés, summer camp, y hasta hablar en inglés en casa, lo que aumenta la segregación social frente a quienes no pueden permitirse nada de eso.
Y aun así, insisto: el bilingüismo madrileño es un éxito. Ha conseguido todos sus objetivos. Misión cumplida.
Entiendo que es más consolador pensar que es un fracaso y buscar las causas del mismo; incluso pensar que es una idea bienintencionada (¿quién no quiere que sus hijos sean bilingües?) pero mal desarrollada, y culpar a sus incompetentes responsables.
Pues no. Ha sido un éxito. Llámenme conspiranoide, pero nunca he perdido de vista que la autoría intelectual de este despropósito fue de los mayores enemigos de la escuela pública. Los mismos que llevan décadas favoreciendo a la educación privada y deteriorando la pública. Los mismos que cobraban mordidas de un millón de euros por cada colegio concertado que adjudicaban, como se vio en la trama Púnica.
Son ellos, los enemigos de la pública, quienes han tensionado la vida interna de los centros, deteriorado la enseñanza, desviado recursos necesarios y obligado a los colegios a competir entre ellos, mientras disparaban la segregación educativa. Si el bilingüismo no ha causado más destrozos es gracias al esfuerzo y compromiso de tantas y tantos profesores que siguen haciendo que, pese a todo, la enseñanza pública siga siendo la mejor opción contra los cantos de sirena de la privada.
Lo dicho, un éxito monumental. Los enemigos de la escuela pública están de enhorabuena. Felicidades.
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