Manuel Menor nos envía su último artículo:
Si PISA dice lo que
están diciendo que dice, ¿por qué no suprimen ya la LOMCE?
PISA mide competencias
que solamente de refilón enseñan las escuelas. La LOMCE partió de una lectura
sesgada de esas pruebas. ¿Quién se responsabiliza de tan denostada decisión?
El último Informe Pisa, correspondiente a 2016, tiene particular interés.
Se ha abierto paso en los medios un comentario más cercano a lo que realmente
mide: aspectos del sistema educativo y de sus derecho habientes. Han tenido más
eco, incluso, las voces de quienes han venido clamando en el desierto frente a
lo que no mide. Carabañay Pepe Saturnino, por ejemplo, que ya decían que no tenía interés real para
conocer el avance cualitativo de la enseñanza escolar, porque lo que medía PISA
era el capital cultural acumulado por el alumnado de 15 años.
Contubernios y entuertos
Respondía este mayormente a lo que hubiera asumido de su medio,
suele denominarse técnicamente
“literacia” y solo en muy pequeña parte era debido a lo que hubiera
aprendido en la escuela. Lo que en
definitiva muestran los listados de PISA es, por tanto, cómo y dónde se acumula
esta competencia. Es inútil, en cambio, para saber qué escuelas sean mejores a
causa del trabajo de sus docentes. Ni siquiera faculta para establecer qué
sistema educativo lo sea o cómo pueda mejorar.
Porque sus pruebas no están diseñadas para eso sino para ver cómo se
cumplen otros objetivos que afectan estrechamente al utilitarismo económica que
vigila la OCDE.
Con estas lentes, se puede ver más claro para qué haya servido este
Informe ahora que ha cundido en los
medios la impresión de que la enseñanza española va mejor. Para contrastar este
cambio de perspectiva, recuérdese –entre multitud de opinadores sin tino-
cuánto nos endilgó la pareja Wert - Gomendio a propósito de lo imprescindible
que era una nueva ley de “mejora” educativa, la que pronto se llamaría LOMCE o,
también, “Ley Wert”. El argumento principal que exhibió, sin pudor, esta pareja fue la serie PISA desde el año 2000.
Con ella pretendieron demostrar que, por los senderos de la LOE, íbamos mal y a
la cola de un mundo donde Finlandia era la reina. La prueba del algodón que les
proporcionaba PISA -según explicaron en el Apartado V del Prólogo de la ley más explícitamente- les servía, además, de pretexto para volver a
una selectividad con reválidas abandonada en 1970 por la LGE, e implantar un
currículum plegado a los intereses de
una economía principalmente depredadora. De este modo –decían- iba a “mejorar”
también la economía española, sumida en una profunda crisis que estaban pagando
quienes más recortes sociales y salariales tenían.
Dos campos transversales de
la LOMCE lo remarcaban todavía más: el emprendimiento y la competitividad. Ambos
constituyeron un eje muy principal de la organización educativa, que afectó a
la atención a la diversidad del alumnado y a la equidad de trato. La propia
estructura administrativa del centro relegó a un plano subsidiario a los propios profesores amén del consejo escolar, en nombre de
una presunta “eficiencia”. La participación comunitaria en la orientación de una
actividad educativa acorde con sus necesidades quedó restringida, y el trabajo
docente podía ser limitado por la prevalencia productivista de una apropiada
gestión directiva “de la calidad” que, para mostrarse exitosa, restringía la
libertad científica y pedagógica, así como el desarrollo amplio de los derechos
humanos y sociales. Más o menos lo que habían legalizado los “idearios” de
centros privados y concertados. Todavía a finales del mes pasado, los estándares y matrices de especificaciones
que nutrían los extensos apéndices del borrador de reválidas que el Ministerio había redactado para estas
pruebas, confirmaban esa orientación preeminente que –de acuerdo con la OCDE y
el IBEX-35- se pretendía del sistema educativo español con la implantación de
la LOMCE.
Ahora parece abrirse paso la idea de que los Informes
Pisa eran inútiles para una “mejora” real del sistema educativo y que fueron
manipulados hacia una “mejora” sesgada, ajena a una educación democrática para
todos. Espuria será, en consecuencia, la LOMCE, al haberse ligado a tales
diagnósticos y alguien debiera pedir disculpas por el uso y abuso que se ha
hecho de lo que no dicen. Ahora que se habla de “diálogo” para un posible “pacto
educativo”, debiera ser prioritario deshacer este entuerto. El Papa acaba de reclamar decencia informativa
a los medios, y que no induzcan a la coprofilia y coprofagia. Trasládese idéntico requerimiento al
trabajo político: Europa acaba de expedientar a España por no sancionar a VW
por haber transigido con sus infracciones de emisiones. La fiebre de “mejora”
desreguladora del sistema educativo español en diciembre de 2013 –perceptible
desde antes- tiene todas las marcas para haber sido una arbitraria manera de quebranto
de lo público merecedora de sanción como cualquier otra estafa comprobada? Si
la LOMCE –y su manera de gestarse- fueron sofisticadas maneras de trampear, ¿a quién correspondería satisfacer
a quienes desde el principio protestaron porque la vieron como imposición injusta?
En síntesis, ahora es más obvio que PISA no tiene casi nada que
ver con cuanto Wert y Gomendio decían que decía. Y si no podía decir lo que,
para imponer la LOMCE, decían que decía, ¿no debiera el Sr. Méndez de Vigo
derogar ya esta ley, explicar este galimatías y, antes de nada, despojar a esta
pareja de las prebendas que disfruta, supuestamente como premio, en París?
¿Los profes ya no son
canallas?
Problema conexo es que el actual ministro, sabiéndolo, se haya
atrevido a decir que las mejoras que, a su parecer, acaba de detectar PISA-16
se pueden atribuir a “las políticas” de su
Ministerio. Desde que sustituyó a Wert,
no se sabe qué haya puesto de su parte para afirmarlo. ¿En qué corrigió a su antecesor para que los profesores pudieran
trabajar mejor en sus aulas y los alumnos aprendieran más? Verdad es que Méndez
de Vigo ha recordado también el esfuerzo de los profesores en el resultado
destacado, pero no se sabe si lo ha hecho por rutina o por convencimiento. Sus
oyentes saldrán de dudas cuando lo demuestre con actuaciones que les
restablezcan lo que en estos años les han quitado. Esa es la forma más
apropiada para indicar en qué proporción aprecia la dignidad profesional de los
docentes. Empezarán a creerle cuando refleje en los Presupuestos la reversión de los recortes en salarios, dedicación horaria, atención multiplicada
–sin especialistas para las situaciones más complicadas- y ratios de alumnos. De lo contrario, se
quedarán con que sólo repite –una vez
más- lo que toda ley relevante de
cuantas conforman el extenso corpus normativo
de la educación española siempre ha dicho: que la mejora educativa –la que
fuere- dependía de lo vocacional que fuese el profesorado escolar.
Si suyo es el propósito de pasar a la historia entre los escasos
buenos ministros de Educación, no lo logrará sólo sonriendo. En la Escuela
Diplomática le habrán enseñado las viejas reglas del disimulo que implica un
supuesto bien de Estado, pero también el profesorado está avezado en los
distingos. Al atender a un variopinto alumnado, suele regirse por la norma de Mt 7,
16: “Por sus frutos los reconoceréis”. Y, en general, los docentes también
reniegan -pero reconocen- las enseñanzas
que transmite el fútbol, de las que
Manolo Mandianes acaba de hacer un magnífico análisis. Leído con criterio
pedagógico, El fútbol no es así (Sotelo
Blanco, 2016) sugiere mucha cancha, incluso para calibrar los matices de una
gestión ministerial. La curiosidad de este antropólogo establece que “el fútbol
hace saltar a la fama” y Méndez de Vigo tiene en su actual trabajo un buen
trampolín para lograrla. La cuestión es si los hábitos que cultive serán o no
contrarios a los que suele exhibir, con gran complicidad de la prensa, este
controvertido espectáculo. De apariencias, manipulación y disparates -como los
que suele mostrar el balompedismo al uso- tienen amplia experiencia los
sufridos profesores que acaban de servir al diplomático ministro un pretexto.
Es probable que sepa que –salvo en brevísimas etapas- el
Ministerio de Educación nunca se implicó a fondo en lo que legislaba: ni en
formación adecuada; ni en condiciones y medios laborales o salarios decentes.
Para entrar en esa limitada galería, Méndez de Vigo no debería ligar los
aparentes resultados a “las políticas seguidas”. Se atribuye lo que no debe. Si
en los últimos años –no sólo desde 2011- su Ministerio no ha cesado de rebajar
las condiciones de trabajo de los docentes y no han dudado en ningunearles e, incluso, insultarles coléricamente, se equivoca al
sostener, de la mano de PISA-16, que ha habido sensibles mejoras en nuestro sistema educativo en estos tres
últimos cursos a causa de las políticas gubernamentales. De ser verdad, debiera
sincerarse con los ofendidos y brindarles en exclusiva ese mérito.
Literacia y
analfabetismo
Si en vez de hacer tanto caso a PISA y sus promotores, se
empatizara más con quienes trabajan en las aulas, atentos a cuanto necesitan
para sentirse profesionales de verdad –y no como peones de la OCDE -, el logro
de una educación adecuada a las necesidades de todos no estaría tan renqueante.
Ahora que los consejeros autonómicos también parecen haber descubierto al fin,
en PISA-16, que hay serios desequilibrios entre Comunidades, habría que
preguntarles por qué no han leído mejor qué dijo PISA desde el 2000. Cómo no han mirado a sus propios alumnos y
profesores, y no han analizado con criterio sus problemas. No se sorprenderían
tanto ahora con que la literacia que mide PISA enlaza, y mucho, con el haber
cultural familiar y del medio en que se desenvuelve el alumnado.
De qué se nutre esta lo indica, en primer lugar, la serie
estadística sobre analfabetismo. Examinada desde que hay constancia a mediados
del XIX, muestra enorme correlación con los datos que, desde el 2000, expresa
el Informe PISA. No se olvide, para
entenderlo, que los menores de 14 años sólo alcanzaron a estar totalmente
escolarizados en 1989; ni que las escuelas que la II República tenía
programadas en 1936 sólo empezaron a existir 30 años después. La sombra de las carencias escolares básicas
ha sido mucho más larga y diversa de lo que ahora pueda parecer y sigue ahí.
Nadie debiera presuponer tampoco que,
con que los niños y niñas de menos de 16 años estén ahora escolarizados, ya hay
buena educación para todos.
Existen retrasos históricos diferenciales. El valor que se
atribuye a la educación es muy distinto de unas a otras familias. La formación
de los profesores no se ha mejorado y las sucesivas ampliaciones de la
obligatoriedad de la escuela no han sido bien vistas por más gente de la
conveniente. Y, de añadido, hay grupos que se han reservado privilegios en el
sistema. Nadie debiera extrañarse, en consecuencia, de que este ofrezca carencias
y vivos contrastes todavía. Vista simplemente desde este ángulo, lo obvio es
que hasta una buena y equitativa
literacia siga siendo difícil de mejorar. Conste, de todos modos, que la
aparente mediocridad que muestra en estos Informes
es un logro: es similar a la de muchos otros países con otras trayectorias. Y esto sí que es mérito
indiscutible del profesorado que lo ha trabajado.
Hay un segundo plano complementario del anterior con enorme peso
en esa competencia conocida como literacia y que tanto le importa a PISA: la
calidad de lectura que haya en cada familia y territorio. No se trata sólo de
un leer mecánico, hoy logrado salvo en casos excepcionales por haberse
erradicado casi totalmente el analfabetismo duro, sino de comprender y
relacionar lo que se lee de modo que que sea útil o gozoso para vivir mejor.
Ese hábito de lectura -en que entran libros, revistas, prensa e Internet- es el
que suma positivo: es lo que más puede favorecerse desde la escuela. Conjuntados
los indicadores de lectura y los referidos a la progresiva eliminación del
analfabetismo con la lenta ampliación de la escolarización, tenemos las bases
principales que conforman la diferente tradición patrimonial de literacia que tengan nuestras familias y territorios.
Todo lo cual equivale a decir que el origen de los desequilibrios
que detecta PISA cada tres años viene de muy atrás, de las vicisitudes que
hayan tenido las familias de cada comarca y Comunidad a lo largo de varias generaciones,
pero no tiene una relación directa con lo que se enseña hoy en escuelas y
colegios. Los profesores, sin embargo, suelen detectarlo muy temprano: hay
muchas aulas donde los niños saben leer pero pueden mostrar un diferencial del
50% en comprensión lectora. El problema surge de inmediato si un profesor pasa
o, si quiere corregirlo, no tiene medios ni tiempo suficiente a su alcance: por tener excesivos alumnos o que a nadie
–padres incluidos- le interese el asunto. Por eso Fernando Rey insistía el otro día, desde Valladolid, en cómo trataba de mimar la enseñanza rural.
¿Hay que ser ricos?
Es cierto que el bagaje que
expresa la literacia no tiene relación estricta con los indicadores económicos:
se puede ser pobre y muy culto y, a la inversa, rico pero presuntuosamente
ignorante. De nuevo el fútbol, que tan bien ha estudiado Mandianes, nos muestra
excesivos ejemplos de lo último. Pero tampoco puede interpretarse esa relación
tan sesgadamente como ha destacado El
País a propósito de los resultados de Castilla y León: muy satisfactorios “pese a no ser una de las
regiones más ricas (tiene 1.300 euros menos de renta que la media nacional) ni de las que más invierte en educación”. Ya Wert insistió
mucho en ello como falacia mientras ejercía de Manostijeras con los recursos. Ese
maridaje es idéntico al de los malos empresarios cuando presumen de que, con
salarios míseros, contratados y subcontratados trabajan mejor. Tan modernos son
que repiten la “Ley de hierro de los salarios” de que hablaba F. Lassalle en 1862.
Quienes de manera tan desconsiderada siguen esta pauta en el
trabajo de educar, lo que quieren es la ficción de los buenos resultados sin
poner recursos o no emplearlos debidamente. Les traen al pairo las
coincidencias carenciales de hoy con lo
que dicen los datos de los años setenta y anteriores, cuando ni siquiera había
escuela para todos. Se reconcilian así –sin un lamento- con la pobreza de lo
que pudieron estudiar los pocos que
tuvieron oportunidad. Y, a continuación, sin remordimiento, se erigen en
defensores de que quien quiera buena educación que se la pague, a ser posible
en algún negocio privativo para el que exigirán subvención por el “servicio
social” que presta.
Y respecto a si la desigualdad cultural actual reproduce en buena
medida la histórica, y que eso sea lo que más pesa en los Informes PISA casi al margen del quehacer de la escuela, los
partidarios de que todo siga como siempre no tardarán en programar que los
medios prosigan con la vieja cantilena. No sería extraño que siguiera oyéndose
muy poco todavía a expertos como Carabaña, Saturnino o Miguel Recio. Que este
hubiera destacado ya respecto al PISA-2009 que dividía el país en dos escuelas, no le sienta bien a muchos
pesebres.
Menos ruido y más nueces
Después de al menos siete
años distrayendo la atención de los ciudadanos, ¿ha llegado el momento para
cambiar un discurso banal e inconcreto que a nada conduce, para que dé lo mismo
quien lo pronuncie, a derecha e izquierda? Si se quiere acelerar la igualdad
educativa –centro de cualquier pacto que se precie–, llevamos 38 años leyendo
el art. 27 sin que se hayan modificado las carencias de casi un cuarto de
alumnas y alumnos. No se puede esperar a que su futuro siga dependiendo de una
redacción tan nominalista como ineficiente
Un “diálogo” sano puede empezar
por distinguir lo aprovechable del PISA -ya que lo pagamos. Ayudaría a un buen
diagnóstico y a no confundir churras con merinas, lo que podría ser buena señal.
Tampoco estará mal en estos inicios algo de etnología: desentrañar qué merece
la pena en la educación española, donde
siguen vivas tantas capas estratigráficas con variados fósiles, no es fácil. Con tanto estribillo estéril, todo induce a confundirse
de época y perder lo que merece la pena. Lo más sabiamente sugerente fue
silenciado y es lástima que el ruido, por sí solo, valga poco para un pacto armónico
y duradero. De antemano, en todo caso, siempre merece ser escuchada la melodía
voluntaria que tantos maestros y profesores han construido en contacto con las
comunidades escolares, en medio de una clamorosa dejación oficial. (continuará).
TEMAS: Pacto educativo. LOMCE. Informes
PISA. Miguel recio. Julio Carabaña. Pepe Saturnino. Literacia. Enseñanza
escolar. Calidad educativa para todos. Buen profesorado. Condiciones de la
enseñanza pública. Necesidades educativas.
Manuel Menor Currás
Madrid, 10.12.2016.
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