No son los pedagogos los que más proponen, hablan o discuten sobre educación. Esa reflexión organizada, creativa, crítica y de propuesta para la transformación de los sistemas educativos en nuestros países, ha sido robada a la pedagogía. Por supuesto que en ello tenemos mucha responsabilidad los hombres y las mujeres que nos dedicamos a la educación. Hemos dejado de alzar la voz frente a las imposiciones, nos hemos adaptado y acomodado, hemos recibido cualquier discurso y lo asumimos como novedoso, aunque para nada se acerque a los cambios profundos que las sociedades esperan de la educación y de quienes se dedican a su estudio y propuesta.
Pero más allá de nuestras propias responsabilidades, no podemos dejar de afirmar que las voces sobre la educación de los pueblos provienen de los economistas, de los funcionarios de grandes corporaciones privadas o de organismos internacionales. De ahí proviene la imposición en nuestro imaginario colectivo, de palabras como la productividad, la competitividad y la innovación, como lo ha afirmado Mª Ángeles Llorente en su libro sobre la escuela pública. Pero de ahí no solo viene la voz, también el dinero que asegura que ella se imponga y se vuelva “ciencia” o “academia”, o “innovación”. Para eso es necesario el aporte funcionarios nacionales que, en resguardo de su trabajo o sus prerrogativas, se pliegan a esos discursos internacionales y tecnócratas que predominan.
También las voces que imponen la pedagogía de nuestros días nacen de empresarios educativos que indican y marcan el rumbo de lo educativo, porque en su aplicación se encuentra la posibilidad del sostenimiento de iniciativas privadas que, en nombre de valores, de aprendizaje tecnológico e innovación, crean el mercado de lo educativo y debilitan la visión del derecho a la educación y de las luchas por conquistarlo y sostenerlo.
Por supuesto que también la pedagogía la vienen imponiendo los individuos y sectores políticos que, simplemente por la posición que llegan a ocupar, creen que saben y dominan todo el mundo de la educación.
Así, lo que hoy se escucha, oye o lee sobre educación con más fuerza, casi no surge de hombres y mujeres que alguna vez hayan vivido en la posición del docente, durante todo un ciclo lectivo. Generalmente con ofrecer conferencias o escribir libros, o incluso con ser docentes universitarios, creen que ya saben lo que es vivir la cotidianidad del mundo educativo. ¿Cuántos de esos creadores del discurso dominante en educación, han vivido las relaciones difíciles con padres y madres de familia, o han vivido la conflictividad que a diario surge, o han tenido que meterse en los problemas emocionales, familiares o socioeconómicos de sus estudiantes, o se han desvelado para preparar estrategias, metodologías y recursos, con todo el amor por sus estudiantes? ¿Cuántos de ellos han aprendido lo difícil y desafiante que es el esfuerzo educador con niños, niñas y adolescentes?
La pedagogía robada es la pedagogía de quienes no son educadores. Por el contrario, la voz de quienes viven con constancia la enorme aventura de educar no se escucha o atiende. No son los docentes quienes generan las principales inquietudes, preguntas o quienes hacen las más importantes sugerencias para el cambio educativo. Ni siquiera sus dirigentes hacen propuestas académicas, profundas y consistentes porque la lucha gremial los ha apartado de la reflexión y la producción pedagógica.
Tenemos muy claro que no es casualidad que el robo de la reflexión, visión y propuesta educativa tenga lugar desde la economía, la política o las empresas. Por eso, es precisamente a ellos a quienes hay que disputar el terreno de la discusión y la reflexión para que la imposición del discurso pedagógico no ocurra sin resistencias, mucho menos sin el sentido de esperanza y reivindicación que necesitamos asumir quienes creamos que es necesaria y posible otra educación. Y otra pedagogía.
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