En Educación, también
cuenta la capacidad narrativa de lo que se quiere cambiar
No todo es narratividad,
aunque importe. Los envoltorios de la Religión y de la ampliación de la
escolaridad, pueden seguir dejando los problemas profundos como están.
Está de moda la narratividad, también en política. Hace tiempo,
cuando Rajoy hablaba desde el plasma, cayeron en la cuenta de que los índices
de aceptación de sus seguidores bajaban estrepitosamente y dieron en decir que
era un problema de comunicación. El género narrativo escogido no reunía la
suficiente fantasía para expresar la baja densidad de los grandes progresos del
Gobierno. A esto ha venido también a parar Pablo Iglesias -el actual- al comprobar que no todo el monte es orégano y
que el retroceso de PODEMOS obedece a “pérdida de capacidad narrativa”. La contaminación nuclear de Palomares, al final, también era
cuestión de narratividad. Hay que ver la prolífica literatura que se suscitó
desde que Fraga se adentrara en aquellas aguas sin que, en apariencia, le
sucediera nada. Su propia ley de Prensa –cuando también en el interior caían
chuzos de punta- nos salvaron de enterarnos de nada. Las honduras de aquella
narración han tardado 47 años en desclasificarse para que la narración
tuviera sentido.
En vísperas electorales, es posible que se nos complique un poco
más el entender bien si lo que nos cuentan como avance en la búsqueda de
soluciones a los problemas que tenemos es un avance o mero estancamiento en lo
de siempre. La narratividad de las propuestas amenaza con ser muy confusa.A
propósito del “borrador” que, sobre políticas educativas deseables, acaba de
anunciar Pedro Sánchez, un amigo analista dice que le parece bien, pero que hay cosas que cuestan más, cosas que cuestan menos
y cosas que no cuestan nada. Y añade: Al destacar una cuestión que cuesta
mucho, la extensión de la obligatoriedad escolar hasta los 18, y otra
que cuesta poco, la Religión fuera del currículum, ¿qué pensar de un
partido que propone asuntos tan dispares? Es decir, que debajo de la narrativa,
siempre está el discurso y, desde luego, los recursos para llevarlo a cabo.
Cierto es que, en Educación, después de tanto conflicto y
desencuentro como el de estos años, hay que cambiar muchas cosas para que
funcione como debe y, sobre todo, que llegue a todo el mundo con el máximo de
dignidad que permitan los presupuestos generales del Estado y los de las
Autonomías, en un reparto bastante más justo y equitativo que el existente. Éste
debiera ser el criterio fundamental para valorar las propuestas políticas que
empiecen a circular y, por supuesto, esta doble propuesta del PSOE, supuesto
anuncio estelar de la renovación que quiere imprimir al sistema educativo si
alcanza el favor de los votantes. Un buen criterio para testar la calidad y
capacidad narrativa de los partidos.
Hasta los 18
Respecto a la ampliación hasta los 18 años –y a falta de
delimitaciones más precisas de cómo vaya a ser lo que hacer con tantos años de
escolaridad y cómo se paguen-, en abstracto, muy bien. Muchos, de todos modos,
lo verán como si hubieran repetido dos cursos: el alumnado con tropiezos en la
secuencia ya tiene ese derecho. Pero la teoría de que a más educación más
oportunidades, dudosamente es eficiente si no se construye bien todo el conjunto.
Con aparienciasno basta. Como la reforma laboral, esta propuesta sólo tiene la
ventaja estadística de descontar gente del paro, mientras las encuestas del CIS no dejarán de
mostrar problemas de integración, justo cuando muchos adolescentes y jóvenes sólo
quieren la autonomía que les da un puesto de trabajo. La propuesta, por tanto,
tendrá poco de original en este momento si no va acompañada de medidas para
fortalecer, antes de nada, la atención a los problemas que tenemos actualmente
y que no son pocos. Entre muchos otros, el llamado fracaso escolar, que se certifica oficialmente
entre los dieciséis y diecisiete años, yque suele detectarse casi siempre desde
Primaria sin que se haga casi nada para remediarlo. Hay heridas que, por mucho
que se solapen, van a mayores: trasladar el problema del abandono y fracaso
escolar a dos años más tarde sería un error imperdonable..
La mirada al pasado no es demasiado propicia para el
optimismo en este asunto. Hasta muy avanzados los cincuenta la escolarización
tuvo una enorme contracción en España y, desde mediados de los sesenta, se fue
ampliando a trompicones, a impulsos del desarrollismo tecnocrático, sin los
medios materiales y humanos indispensables, y colgándolo todo en exceso del
voluntarismo del profesorado. Y así han ido pasando los años, entre huelgas y
reclamaciones continuas, con administraciones remisas siempre, más o menos
hábiles en parchear a destiempo todo género de imprevistos.Y siempre con
recortes, porque siempre había otras urgencias mayores: o no había recursos
–eso se decía como pretexto para una
iniciativa privada oportunista-, o no los suficientes para que la educación
fuera accesible en buenas condiciones para todos. Quienes vivieron la LGE de
1970 lo saben muy bien y, todavía en 1987, han podido ver cómo el “Cojo
Manteca” sirvió de revulsivo para que se inauguraran multitud de institutos: porque
era habitual que hubiera hasta tres turnos de estudiantes en los pocos que
había.
Mire usted por dónde, a alguna enseñanza privada esto de los
18 años le interesa mucho. Solidarios como son con la “función social” que
siempre han dicho que cumplían, sus lobbyspodrán
presionar mejor para la ampliación de los conciertos y que sus niños y niñas -teóricamente
más homogéneos y menos difíciles en el desequilibradopanorama social existente-
pasen de la cuna a la Universidad lo más
incontaminados posible. Altamente probable seguirá siendo que muchos de los
otros -y en proporción relativa muy similar a la actual-, seguirán engrosando
las estadísticas de los fracasados antes de nacer, sin que se sepa todavía a
quién le pueda importar este desajuste previsor.
Religión
En cuanto a la Religión, tampoco ha quedado claro qué sea
exactamente lo que propone la dirección
actual del PSOE. De entrada, ha dado la impresión de un quiero y no puedo que
matizaba interpretaciones de programas propalados desde 2011 y que, al mismo
tiempo, quisiera dejar en el aire este globo sonda por algún tiempo, por ver si
crecía o se desinflaba. Dentro del
propio PSOE, tiene múltiples interpretaciones internas, desde quienes no lo ven
hasta quienes propugnan una nueva asignatura sustitutoria que –en detrimento de
la Historia a enseñar en esas etapas educativas- aprovechan para defender una
especializada Historia de las religiones. De ser así, tal vez la RAE debiera
decir algo al respecto, y si no, las asociaciones de profesores de Historia o de
Arte, ante la voracidad que ya despierta ese falso hueco que quedaría en el
currículum. Pero lo que ha complicado más la capacidad narrativa en esta
cuestión han sido las lecturas variadas
que han hecho los medios, con tal diversidad de versiones que son muchos
los posibles votantes que desearían
tener un “borrador” más claro y mejor argumentado. Para evitar el
desgaste de energías, mejor saber las reglas del juego.
En Francia, el debate en los medios que suscita esta
propuesta llevaría ya un retraso deal menos 133 años:
1882 puede valer como referencia explícita primera de su legislación en pro de
la laicidad escolar. Aquí, los indudables intereses opuestos a ella no dudarán
en reinventar una narrativa en que se mezcle la falta de rigor, las nostalgias
de una supuesta “tradición de la educación española”, tiempos no idos del todo
y más de una invención, por más que en esto sí que la Historia de España sea
muy clara si se lee sin anteojeras. Es muy fácilmente accesible el Concordato
de 1851 y, si no, el de 1953 o los Acuerdos de 1979, los compromisos que implican, hasta dónde llegan y cómo se
reiteran, pese a tanta “tradición” acumulada de censura de la expresividad del
pensamiento. Antes de pronunciarse, es muy recomendabletratar de enterarse de
lo que le hicieron a la ILE (Institución Libre de Enseñanza) por querer ejercer
una enseñanza “libre”; por ser gente liberal -más democrática que doctrinaria
desde luego- que, curiosamente, sólo pugnaba por lo que había pretextado
siempre la Iglesia: libertad para enseñar; pero sin someterse a los dictados de
ningún dueño de la verdad. También debiera leerse en la Gaceta de Madrid,y luego en el
BOE, –hoy es muy fácil en Internet-, la sucesión de decretos que, después
de los primeros años del siglo XX -con García
Álix, Romanones o Santiago Alba en el ministerio de Educación- y, sobre tododespués de la II República, se fueron
imponiendo sistemáticamente a cuarenta promociones docentes, previamente “depurados”, y otras
tantas promociones de estudiantes, cuando todo lo relacionado con maestros y
profesores, libros de texto, bibliotecas, modos de estar en clase, hábitos que
se inculcaban, etc., invocaba directa o indirectamente el pretexto religioso,
condicionante igualmente deotras muchas imposiciones externas a la
escuela.Quien quede con ánimo todavía puede seguir adentrándose en las
prolongadas ramificaciones de aquellos años de tanto entusiasmo. Por ejemplo,
en cómo costó tanto sacar adelante el artículo 27 de la Constitución, de manera
tan enrevesada que cada cual pudiera interpretar lo que le viniera en gana si
persistía en actuar con deslealtad. Hay quien cifra en ese artículo el primer
pacto educativo de la democracia, pero a la luz de lo ocurrido no está tan
claro: tal vez sólo sea una tregua imprecisa.
Y consenso
Aunque no resulte tan epatante, tal vez fuera más
conveniente a la eficiencia del discurso y a su narración consiguiente, empezar
por concretar más y mejor: el cálculo de votantes que se pierdan o ganen en
proporción a la claridad de lo que se quiere decir lealmente es impredecible,
por más que haya encuestas para todos los gustos. Lo importante, en fin, no
debiera estorbar a lo imprescindible: buscar el mayor número de apoyos sobre las
cuestiones prioritarias para un consistente consenso o pacto educativo.
Evidente es, en este sentido, que hay dos cuestiones en que derecha e izquierda
disienten más de lo normal, y seguirán haciéndolo en adelante si no se atraen
mutuamente con algún género de acuerdo. Por un lado, la cuestión de la libertad
de conciencia y no sólo en el plano curricular de la educación. Es una vieja
historia, muy visible en etapas de aculturaciones más o menos impuestas como
pudieron ser las vividas por judíos, moriscos y conversos que tanto apasionan a
Jiménez Lozano. Y es que, a mucha gente en su vida particular, le traen al
pairo qué sean las actitudes seriamente cristianas o de cualquier otra
confesión, perovaloran lo que conlleva la adscripción a la predominancia
religiosacomo estrategiademostrativa de poder. Por ello, dentrodel modo de
desenvolverse que ha tenido la historia española, la asociación de colegio y Religión
sigue siendo un espacio todavía eficaz para desarrollar relaciones útiles y contactos
decisivos. Y por otro lado -muy intrincado con lo anterior-la cuestión de la
selección cualitativa de los alumnos y alumnas. Ahí están las estrategias que
hacen de la “libertad educativa” un simulacro, con la ancilaridad de un Estado,
aparentemente disminuido pero siempre disponible para seguir subsidiando la
iniciativa privada. Por tal motivo, y aunque no sea tan llamativo, proponer que
se cumpla al menos lo estipulado originariamente en la LODE -en el sentido de que la enseñanza privada y
concertada cumpla sus obligaciones de acogida de alumnos con el mismo rigor y
amplitud que tiene que hacerlo la pública- sería un buen logro en el camino de la equidad
educativa.
Manuel Menor Currás
Madrid, 30/10/2015
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