Reproducimos el nuevo artículo del compañero Manuel Menor:
Cambio de rutinas, orden,
disciplina, pero también sentido y funciones de la escolarización, son, al lado
del aprendizaje de conocimiento y destrezas sociales, cuestiones a plantearse
estos días.
Termina agosto y, de vuelta en casa, empiezan las inquietudes
del pronto regreso a la rutina cotidiana
de las aulas. Se impone el ir, poco a poco, acostumbrándose a horarios, comidas
y pautas de sueño menos elásticas que las del inmediato verano. Bien es verdad
que la adaptación no tiene las mismas dificultades en todas las edades, pero
conlleva siempre una diferente forma de vida, cambios de alguna envergadura y, de
paso, algún grado de empeño distinto. No es lo mismo en la escuela infantil que
en primaria o secundaria o, incluso, en los tiempos universitarios. Cada edad
tiene sus particularidades y requiere diversos modos de atención.
Otra vez…
El paso de un esquema de vida más relajado y “libre” a secuencias
temporales más rígidamente ordenadas y “disciplinadas”, en que cada paso y actividad
han de estar realizadas en un tiempo y forma que no hayamos determinado
nosotros, supone inevitablemente una readaptación de hábitos, más o menos
costoso en niños, adolescentes o adultos. A todos de algún modo atañe y, con
alguna frecuencia, incluso el propio sentido de la vida se ve afectado. Los
propios padres vienen a coincidir por las mismas fechas –los que tienen
trabajo- en la vuelta a los ritmos que marcan los horarios y contratos laborales:
no les son extraños los síndromes vacacionales. Más todavía, no son pocos
quienes guardan, de cuando niños, extrañas dolencias asociadas a cuando
acababan las vacaciones y a que, ya iniciándose el cambio de coloración de las
plantas caducifolias, debían reiniciar las tareas escolares. Algunos pacientes
de determinadas afecciones viven desde finales de agosto una especie de
agotamiento último y un paulatino desmoronarse del sentido que el rápido
amarilleo de las hojas y su posterior caída sin retorno confirmase, de modo que el comienzo de curso les inclina
hacia la depresión melancólica frente a la desbordada vitalidad que el verano
habría dejado atrás.
No se trata de un
asunto menor y de no es un mero capricho infantil. Son los primeros pasos de un
aprendizaje costoso de asumir más allá del mero cambio circunstancial de
hábitos. El principio de realidad, con sus duras imposiciones y requerimientos,
es asunto urgido de gran atención y cautela por parte de padres y tutores. Por
supuesto, también debiera estar en el ánimo de profesores y agentes escolares
prestarle el debido cuidado, con el fin de que sirviera de oportunidad para el
crecimiento personal y no para estar a remolque de dependencias y fijaciones
desestabilizadoras. Jano y su doble cara, como condición ineludible de la condición
humana de constante paso entre situaciones de cambio, de fluido final y
comienzo, prudente y clarividente para que merezca la pena.
Disciplina
El final de
agosto es para muchos, en todo caso, como enero: se regresa y no precisamente a
Ítaca. Para los más afectados de cerca por los asuntos de la educación, no es
ninguna novedad que buena parte del sistema educativo cumple funciones que no
tienen que ver necesariamente con el conocimiento, salvo que se entienda por
tal conocer qué lugar nos corresponde a cada uno en el mundo conflictivo en que
nos toca vivir. O que aprender pronto
que no todos somos iguales, tampoco es pequeña cosa. O que, por eso mismo,
saber lo que más importa del sistema educativo no es lo que dicen
explícitamente las asignaturas sino las rutinas constantes, o, también, que lo
que dicen éstas tiene distinto valor según quien lo aprenda. Este conjunto
cognitivo es el colmo del aprendizaje si se llega pronto a él. Conducirá de inmediato a entender que el
sistema educativo tenga distintos canales –públicos, concertados y privados- para
el cumplimiento de estas funciones diferenciadas y que, en todos ellos, el
asunto principal es el aprendizaje de la disciplina correspondiente a cada cual
según su grupo social de adscripción. Disciplinar la mente, disciplinar el
cuerpo, disciplinar el uso del tiempo, disciplinar las pautas de lo que está
bien visto o mal visto según el orden
social que –entre otras particularidades- a cada cual le ha tocado en suerte, son
cuestiones que la sociología crítica ha tratado de destacar desde hace muchos
años y que ninguna de las reformas que hemos tenido, desde la propia LGE de
1970 –no digamos desde antes-, ha osado contravenir en serio. De uno u otro
modo, este es un núcleo duro que todas han sostenido, con mayor o menor
intensidad según la coloración de cada gobierno.
El regreso al cole o al trabajo –lo primero es un anticipo de lo
segundo en el mejor de los casos-, pone en evidencia esta dualización persistente
en nuestras vidas. Produce a todos, a niños y adultos, similares actitudes,
temores y ansiedades, contradicciones y contraposiciones, siempre en las
inmediaciones de lo esquizoide. Si
aprender esto es costoso, a muchos, además, el final de agosto les sugiere y
previene sobre la inutilidad del trayecto de la escolarización. Saben, de
entrada, que ellos van al colegio o escuela pero que no van a ser propiamente “estudiantes”,
con sentido y coherencia de que lo que se quiere que aprendan les vaya a
conducir a una profesión sólida y apetecible. Perciben -sin haber leído la
LOMCE- que lo que les ha correspondido es un trámite hasta llegar a la edad
laboral…, ahora a los 16 años y antes a edades bastante más tempranas. Como saben, adicionalmente, que los suyos
serán siempre los empleos de menos cualificación, los de aquellos que el sistema no ha logrado
integrar por haber “fracasado”. Desde antes de empezar a estar escolarizados
están destinados a esa lista: Carlos Lerena ya concluía en 1976 que, en una
edad clave como la de los seis a nueve años, la mayor parte de los retrasos
escolares –la edad de cada alumno respecto a la que le correspondería en el
curso en que se encuentra- obedecía a razones de índole social familiar, “está
determinada por la clase social de origen” (Escuela,
ideología y clases sociales, Ariel, p. 310). Por entonces, cuando estaba en
plena vigencia la EGB –y la obligatoriedad alcanzaba hasta los 14 años-, el
31,99% de quienes la cursaban eran descalificados al final, como había
recordado Fernández Enguita (Educación y
Sociedad, I, 1983, pp. 55-85).
Volver a pensar
El final del verano, con su vuelta al cole, propicia, por todo
ello, el repensar el sentido del sistema educativo que tenemos. Los padres
vuelven al trabajo y los niños vuelven al cole mientras queremos creer en la “movilidad social” que representa
el acceso a la educación y en que es una “igualdad de oportunidades” para
todos. En la práctica, sin embargo, hay muchas cartas marcadas y, sin la
atención debida, lo seguirán estando y de muy poco valdrán esas grandes
palabras. En general, el organigrama está diseñado para que cada pájaro vaya a
su nido y que todo siga muy parecido a como ha sido siempre. Pongámonos al
final de los estudios, a la hora del empleo, por ejemplo, y veremos que el
criterio por el que se guían los empleadores no es el de las capacidades reales
de los individuos sino el de los prerrequisitos formales que hayan cumplido.
Esto les asegura una primera criba de candidatos que tienen cierta motivación y
competencia social frente a los que por razones diversas no han logrado una
determinada acreditación. Pero es que, además, los títulos y credenciales que confiere el sistema educativo no son para
todos. Están diseñados como una forma de control de entrada a las posibilidades
escasas de trabajo, especialmente de las más deseables y privilegiadas.
Justo en el momento de
iniciarse un nuevo curso, todas las expectativas están abiertas sin que a nadie
le sea palmario que sus vástagos vayan a ser escogidos, por muy inteligentes
que sean y por muy bien que cumplan todos los ascetismos que requiere una
esforzada dedicación al estudio. El obrar según los requisitos prescritos sólo es
imprescindible para estar entre los bendecidos con la dubitativa expectativa de
empleo. Por encima de todo ello, y dada la enorme proliferación de títulos y
diplomas –y los criterios que han impuesto las sucesivas reformas laborales-,
quienes tienen capital cultural de clase tienen muchas más oportunidades para
aprovecharse de los beneficios de la situación profesional a que pertenecen sus
progenitores y de los criterios restringidos que rijan su entrada en la misma.
Evidentemente, la escuela y sus gestores –profesores y maestros
incluidos- no pueden quedar indiferentes. Si no quieren adscribirse a la
obsolescencia burocrática, han de repensar su sentido y cualificación
democrática: qué sociedad y qué tipo de ciudadanos quieren construir, en qué medida
y de qué maneras pueden contribuir desde su espacio educador a que todo sea más
justo y menos discriminatorio, qué procedimientos deban primar para que las
oportunidades de igualdad sean tales. Los comienzos de septiembre son la hora
de los proyectos de centro y de sus especificaciones en las aulas y
asignaturas. Es un buen momento para replantearse multitud de procesos y
dinámicas innovadoras. La vuelta a los olores de los escolares –lápices y gomas
especialmente- debiera ser una ocasión para que el inminente curso académico no
huela ya de entrada a algo sobado. Ojalá lleve a profundizar en la renovación
de significado de un tiempo precioso y preciado para todos.
Manuel Menor Currás,
Madrid, 30/08/2015.
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