Hay
muchas más bicis, pero también más ladrones de bicicletas que nunca. ¿Qué está
pasando en sanidad? ¿Qué sucede en educación? ¿Pueden los zorros cuidar de las
gallinas?
Corría el año 1977 y Fernando Fernán Gómez era premiado por una
obra de teatro que llevaba casi este mismo título, sólo que con un enunciado
afirmativo: “son”, en vez de “no son”. En 1982, sería llevada al cine por Jaime
Chavarri, con gran éxito de público y de premios. Recreaba la angustia
creciente de una familia pillada de lleno por la guerra civil. La sucesión de
problemas que le acarrea el avance de la guerra, y los desastres consiguientes,
desplazan y aplazan interminablemente la ansiada posibilidad de disfrutar de
una bicicleta. La conclusión, pesimista
ante la promesa frustrada –que recogía el título de la obra- , bien pudo haber
dado pie al título que encabeza esta columna.
De las bicis de antes a
las de ahora
No lo fueron para aquel verano de 1936 y, para muchas familias
tardarían muchos años en volver a serlo. El hambre, la miseria, la escasez de
casi todo, hicieron florecer el trapicheo y el estraperlo para salir del paso.
La inventiva cutre de la mecánica popular y del gasógeno y aquel paisaje tan
certero y surrealista quedó bien documentada en el TBO. La Rue
del Percebe, que iniciara Francisco Ibáñez en 1961, retrató perfectamente
el panorama que, cuando el desarrollismo, persistía en sus condiciones
esenciales después de más de 20 años. Y
llegaríamos a 1969 cuando, en el “libro blanco” de la ley general de educación
que, según decían, iba a cambiar a fondo el panorama educativo de los
españoles, faltaban escuelas, faltaban maestros, institutos, faltaba de todo y
llegó la EGB. La OCDE ya nos miraba de cerca, también desde 1961, y constataba
que, con lo que había, no se iba a ninguna parte; que era preciso cambiar
algunas cosas para que siguiera todo muy parecido.
¡Menuda crisis la de aquellos años! Tener bici era un signo de estatus, que
tardaría mucho en generalizarse. Hoy, afortunadamente, hay bicis disponibles
para casi todo el mundo e incluso hay asociaciones para distribuir excedentes.
Pero tampoco es lo que era y ha pasado a reintegrarse en la vida urbana, no
como sustituta pobre de otros medios –que eso era en Ladrón de bicicletas-, sino como modernidad preciada, propia de la vida sostenible, más
sano que el de la cultura invasiva del automóvil. Con la bici, las ciudades pueden
ser más vivibles y hasta más guapas. Salvo cuando –siempre hay un pero- invaden
la vida peatonal: las aceras no han sido hechas para soportarlas como forma
demostrativa de dominio abusivo. Cuando el viandante tranquilo tiene que discutir
con cualquier prepotente engreído en un sillín, tenemos un lío: alguien se toma
el rábano por las hojas y quiere que los demás aguanten su desvarío. Los
“progresos” casi siempre vienen con aventajados “monstruos”.
La neurosis del verano
Peor es si este hábito malsano se sobrepone a otros de mayor
impacto destructivo. No es inhabitual que, en verano, proliferen maltratadores
de los demás imponiendo caprichos, prepotencia y –como antes se decía- “mala
educación”. El ruido, las voces y músicas, tubos de escape locos, cláxones y
gritona bobería festiva son un martirio que mucha gente soporta de continuo en
nombre del “progreso” de cualquier fantasía descerebrada de unos pocos. El tradicional
verano desinhibe y ayuda a incordiar el tímpano y la necesidad de descanso que
puedan tener los vecinos. El conflicto de intereses se acelera y, en el mejor
de los casos, alguien vuelve a hablar sensatamente de normas que permitan a
todos convivir en paz.
Las aceras mismas están más confusas en verano. Las peatonalizaciones
hicieron que hosteleros variopintos ascendieran en la estima de los alcaldes. Su apropiación del espacio callejero podía
ser fuente adicional de ingresos, además de imitar hábitos parisinos en calles
de escala reducida por una especulación exacerbada. Pero la marea de visitantes
lo veía divertido e informal y el resultado es que las aceras y plazas han
mutado su ser en perjuicio del paseante común del barrio o del pueblo. Si busca
un banco para sentarse, es aventura imposible. Quien impone su ley es el gremio
hostelero. Y el modelo económico más preciado es el del exhibicionismo chillón
que, indirectamente, provoca el turista que viene a relajarse unas horas: ha de
tener todo tipo de facilidades baratas
para que deje un poco más de pasta. Ante lo cual, ya importan un bledo los inconvenientes
que este negocio pueda causar al resto de ciudadanos. Una discriminatoria
conducta ratonera que generará cada vez
más hartazgo.
La bici sanitaria
Tampoco puede decirse que las bicicletas sean para el verano si,
en esta estación –puede ser cualquier otra-, tiene que acudir a los servicios
de Sanidad. Pronto comprobará que están hechos unos zorros, convenientemente
adaptados para que se entienda que “la crisis” -este mantra que desde el 2007
nos vienen invocando- hace que el “progreso”
en este caso consista en algo cada vez más etéreo e inconcreto. La ficción de
derechos del paciente se viene abajo pronto, cuando se da cuenta de que, si ha
conseguido que parezca que le estén atendiendo, lo que más desean sus gestores -no exactamente los profesionales que le hayan
tocado en suerte, que puede que también-
es que se vaya a una clínica privada. Y si decide pasar a ésta, nadie
sabrá explicarle por qué dicen todos que funcionan mejor. Es una comparación
falsa: la mayoría de quienes –por urgencias vitales- han tenido que claudicar, afortunados
son si anteriormente no han tenido que comparar.
En Sanidad, a la metafórica bicicleta que tenía todo lo que tenía
que tener y que rodaba mejor que bien, han empezado a quitarle ruedas en unos
sitios, el sillín en otros y, en bastantes lugares, suerte tienen si les queda
el cuadro. Entre privatizaciones, personal despedido, medicaciones restringidas,
copagos añadidos, y, en verano, sacrosantas vacaciones y turnos, bienaventurado
es cualquier paciente si, antes de empezar, la propia lista de espera no le lleva al
cementerio. Las triquiñuelas contables por que se rigen estos listados son una
fantasía de ingeniería. Y los protocolos básicos que organizan el tratamiento
de los episodios clínicos, sólo con la buena suerte de una urgencia desesperada
alcanzan a poder cumplirse con probabilidad. Siempre hay excepciones, claro,
pero si éste tiene que ser el planteamiento sistémico entramos en el territorio
de la taumaturgia. No habría habido “mareas blancas” estos últimos años si no
fuera así. Y no habría pasado lo que pasó hace poco en el Hospital La Paz, de
Madrid -centro de referencia durante muchos años-, con un caso grave de
operación de corazón suspendido “por
falta de camas”. Claro que si tienes
dinero esto puede paliarse, pero son muchos más los que no lo tienen. Para eso se
había creado la Seguridad Social y no debiéramos volver a estar como en la
postguerra; cuando querían, los que podían acudían a los proveedores
estraperlistas. Razón por la que no deja de ser un robo y un atropello que
estén desmantelando delante de nuestros ojos una de las joyas más preciadas de
nuestro siempre mediatizado bienestar social.
El robo de la bici
educativa
Y lo mismito ha venido sucediendo en el sistema educativo. Qué les
voy a contar de nuevo cuando está terminando este agosto del 2015. Nuestros
mejores historiadores de la educación española –lean a Manuel de
Puelles, por ejemplo- no cesan de decir que el único momento en que
realmente hubo una seria preocupación del Estado por la escuela pública, es
decir, por que fuera realmente accesible a todos los ciudadanos un tipo de
enseñanza científica, libre e integral, fue en la II República: se hizo más en
aquellos tres escasos años de lo que se había hecho nunca. Tanto se hizo que,
uno de los primeros decretos de “los nacionales” en 1939 fue suprimir casi la
mitad de los institutos y escuelas que se habían creado. Entre los primeros
pases de aquellaa faena -del robo de la bicicleta-, más de 30.000 profesores
fueron “depurados. Y para completarla, en 1941 se estableció el pago de
subvenciones a los colegios privados –origen de la dualizada situación actual-,
mientras al frente de aquel desastre se ponía a personas que odiaban la
justicia distributiva que pudiera mostrarse desde la escuela, y encargaban la
docencia a un tipo de maestros venidos directamente de los mutilados de guerra
o similares, con tal que acreditaran “lealtad absoluta”.
Es probable que mucha gente no sepa ni quiera saber qué pasó aquel
verano del 36. Se encargaron muy bien, con José María Pemán como pionero, de
que solo se pudiera contar su versión a las generaciones de escolares que
siguieron: el control de los libros de texto y de lo que pasaba en las aulas
fue constante para que se generalizara
la ignorancia. Como pudo comprobar Max Aub en 1969 al escribir La gallina ciega, el paisaje de desmemoria
democrática y de olvido era ya por entonces una de los éxitos más logrados del
franquismo. El problema es que sigue siendo una historia desgraciada, que sólo hemos
paliado levemente. Sigue viva la idea de que estos asuntos son secundarios,
como de segundo o último nivel y que para desarrollar políticas educativas vale
cualquiera a condición de que nunca falle en sostener viva la desigualdad y en
sugerir que la mejor inversión que se puede hacer para un hijo es pagarle
una “buena educación” privada.
La LOMCE es un ejemplo perfecto de cómo nos siguen robando la
bicicleta y nos frustran uno de los gozos del verano. Los recortes en becas,
libros y comedores escolares son un calvario para mucha gente que ansía para
sus hijos lo mejor. Pero nuestros queridos gobernantes nos entretienen con que
si el nivel económico del PIB sube y con que el empleo va como un tiro: pura
ideología sectaria. No dicen lo que esto esconde de miseria creciente,
especialmente para los más jóvenes. Y, para que todo cuadre en el esquema
prefijado, apenas modificado, es importante no perder de vista a quiénes se
están encomendando los asuntos educativos en esta legislatura autonómica. En
Madrid –por ejemplo-, ¿qué prestigio puede preceder a una viceconsejera acreditada
por haber proclamado -en otro momento anterior en el mismo puesto- el
“derecho a la ignorancia” de los chavales con más dificultades? ¿No
habíamos quedado en que hay que respetar la Constitución y su proclama de que
“todos tienen derecho a la educación” (art.27.1)? ¿Es que la han reformado sin
enterarnos? No tenía razón Fernán Gómez: las bicicletas no son para el verano.
Especialmente cuando se encarga a los zorros que cuiden a las gallinas.
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