El compañero Manuel Menor nos envía este análisis del libro "Pedagogías del Siglo XXI"
Este libro de Jaume
Carbonell, recién publicado por Editorial Octaedro, resulta de gran interés
para distinguir lo obsoleto de cuanto merece la pena en la educación de nuestros
hijos.
Es un libro importante
porque supone un esfuerzo por revisar y sintetizar las variadas tendencias que
están teniendo, en este momento, un desarrollo innovador entre los
profesionales de la enseñanza. De los muchos y variados caminos que están
siguiendo los docentes más atentos a lo que propugnaron Dewey o Montessori,
Giner de los Ríos o Freinet, Neil o Piaget, Freire o Stenhouse –entre otros-,
Carbonell integra en torno a siete tendencias las iniciativas que, a su modo de
ver, tienen principal predicamento. No es mérito menor la metodología de presentación
de lo investigado por el autor. El lector se verá conducido desde la anécdota
pertinente al meollo teórico-doctrinal central de cada una de las corrientes,
para pasar luego a la consideración de un panorama de gran interés para conocer
dónde y quiénes se están moviendo en esa línea y, al final, encontrarse con dos conclusiones de enorme
utilidad: las perspectivas de debate crítico que quepa advertir y, para
terminar, una muy acertada selección bibliográfica para adentrarse
personalmente en los entresijos de cada propuesta concreta.
De añadido, este libro sirve de
baremo para medir, evaluar y disponer de un mapa más claro de cómo se encuentra
en la actualidad nuestro sistema educativo. Si un médico nos quisiera tratar
con las maneras, criterios y medios de hace cien años, seguramente pondríamos
el grito en el cielo. Si un ministro legisla medidas de hace más tiempo todavía
o propone a estudio obligatorio asuntos trasnochados, no pasa nada: es su
“libertad” ideológica la que prima, sin que merme demasiado su particular afán
por “la mejora” del sistema. Y si un enseñante no ha tenido en cuenta con
nuestros hijos lo que la investigación y las mejores prácticas han venido
descubriendo, la mayoría de los españoles es posible que siga tan contenta e,
incluso, que aplauda. Baste recordar al respecto que en el último baremo del
CIS, en medio de los múltiples problemas actuales sólo a un 9% les preocupaba la educación. Y tampoco es el mejor
indicador en sentido contrario el adocenado y mostrenco debate que, en estos
últimos años, ha presidido la política educativa, especialmente en torno a “la
calidad”. O las intermitentes réplicas y contrarréplicas que ha generado el Informe
PISA o, los más técnicos de la OCDE, casi nunca relacionados con la buena educación
que necesitamos y siempre obsesionados por las perspectivas de los años
escolares en el campo de la economía y sus libertades de mercado. Pedagogías del Siglo XXI hablan de lo
más puntero en actividad docente y, comparativamente, cómo cuanto se está
haciendo y legislando -la LOMCE puede meterse en el paquete- está más o menos
lejos y más anticuado. El lector podrá por sí mismo juzgar qué prácticas y
hábitos son válidos y cuáles no pasan de camelo y carecen ya de sentido.
A la luz de esta lectura cobran mayor fuerza, en paralelo, cuáles sean algunos de los
grandes interrogantes sobre carencias principales del sistema educativo español
que, a lo que se ve, tendrán todavía vigencia por algún tiempo. De gran
importancia, por ejemplo, es –porque está en la raíz de muchos otros- saber cuándo será obligado a quienes vayan a
dedicarse a la docencia conocer, discernir y experimentar algunas de las
mejores tendencias o prácticas pedagógicas de que habla Carbonell como algo
normal y no como algo especialmente esforzado o “innovador”. Hasta ahora –y sin
que los últimos másteres de formación del profesorado puedan ser considerados
como paradigma generalizable de la mejor pedagogía-, siempre esto de la innovación
y la cualificación profesional de los docentes o ha sido voluntarista o, lo que
es peor, ha sido visto como algo peligroso y rechazable, contrario al
directivismo todavía dominante del aprendizaje enciclopédico. Y en la práctica,
esto se ha traducido hasta ahora en que, en demasiados claustros, hablar de
pedagogía –el cómo, tan ligado al qué y para qué- o interesarse por introducir
cambios frente a las rutinas burocráticas que en realidad aburren a la inmensa
mayoría y coartan el sentido de la presencia del profesor, goce de poco o nulo
crédito. Un obsoleto criterio que muchos políticos creen todavía de interés
electoral para sus posibles votantes, como si el mero repetir los variados
catecismos estandarizados del pasado fuera de vital importancia para los
jóvenes de este presente.
Característica
de estas Pedagogías del Siglo XXI, de
que nos habla Carbonell, es que los estudiantes
y sus circunstancias particulares son el centro de atención, con
preferencia sobre el currículum y el propio docente. De caminar decididamente
hacia este paradigma relacional de la enseñanza y el aprendizaje, es muy
probable que las evaluaciones que ahora propugnan PISA, Wert y su LOMCE, decayeran
y pudiéramos evaluar -y corregir con más coherencia distributiva- fallos importantes de nuestro sistema
educativo. A pesar de que Gomendio se va
para la OCDE –una oportuna puerta giratoria de futuro-, tal vez podríamos
así saber, entre otros ejemplos, en qué medida es o no excluyente desde el
principio de la escolarización; cómo y en qué medida da relevancia a las
capacidades de los niños y adolescentes o, más bien, se esfuerza en ser
homogeneizador y, por tanto, injusto con quienes se adaptan mal a modelos
estandarizados; cómo las competencias naturales son coartadas en etapas y niveles cada vez más selectivamente
tempranos…. Cómo, en fin, los certificados de los diversos niveles educativos tienden
a privilegiar una cobertura para la distinción social, independientemente de
que tengan o no que ver con el conocimiento, el saber estar en el mundo y el
ejercicio de la empatía con los demás.
Los mundos de la
educación se están transformando a toda
velocidad, independientemente de lo que las agendas de los distintos agentes
sociales y políticos tengan previsto en sus agendas. En este momento, sería
absurdo entender estos asuntos de la innovación y las nuevas pedagogías como un
maniqueísmo más –parejo a los existentes o en perfecta hipóstasis con ellos-,
en vez de aprovechar la ocasión actual para repensar a fondo el presente y
futuro de nuestra inversión en capital humano de futuro. El libro de Jaume
Carbonell viene, oportuno, a poner a prueba nuestra capacidad y consciencia del
tiempo que nos toca vivir.
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