Partidos de la oposición, organizaciones sindicales y
asociaciones sociales muestran, más perfiladas en vísperas electorales, las que
consideran preocupaciones primordiales en Educación.
Posibles A medida que se
acerca el 24 de mayo, se decantan algo más los propósitos de futuro de los
grupos políticos, a los que se suman, o asisten como testigos al menos, algunos
otros colectivos de diversa presencia social. El pasado día 13, lo hacía el
PSOE, que presentaba los que a día de hoy considera 15
puntos principales de su
planteamiento educativo. Un día antes, IU recordaba que venía apoyando y
participando en la elaboración de una nueva Ley de Educación con toda la comunidad educativa. En marzo, la Federación de padres y
madres Giner de los Ríos hacía una serie de propuestas bien trabadas a todos
los partidos políticos. Y
los próximos 17 y 18 de abril habrá un amplio encuentro en Madrid en torno al grupo Foro de Sevilla
en que tratarán de formalizar acuerdos respecto a “una nueva ley educativa”. Están inscritas 25 organizaciones, que
se pronunciarán sobre el “Derecho a la educación y la inclusión”, “Currículum y
profesorado”, “Autonomía y participación”, “Financiación y evaluación”. Que los
asuntos educativos están estos días en plena efervescencia puede verse en las
distintas webs de asociaciones y colectivos con preocupaciones y propósitos sociopolíticos
en este terreno. Lo mismo indican múltiples convocatorias de debate –más o
menos abierto y plural- que pretenden llamar la atención sobre lo acontecido en
estos tres años últimos y qué sería deseable para la legislatura siguiente.
La primera tentación en este momento es dramatizar un poco
más el panorama, dirimiendo una vez más los graves problemas y contradicciones
que existen en base a una división maniquea entre buenos y malos. Lo que
equivaldría a seguir, interminablemente, en el proceso de desencuentros en que
se ha desarrollado la última legislatura: hacia otra ley destinada a la
provisionalidad; un proceso dialéctico hacia el desafecto colectivo. No menos
tentador es, para los múltiples grupos discordantes con las actuaciones del PP
en estos años, el atrincherarse cada uno –para afianzar su distinción- en su
particular versión de lo que entiende prioritario
cuando existe expectativa de cambio preferencial de los electores. Vale esto
especialmente para quienes, como partidos de oposición actual, concurren a las
elecciones inmediatas y a las generales posteriores. Pero vale igualmente para
cuantas organizaciones sociales que arrastran demandas específicas en su
particular territorio educativo, temerosas de que lo suyo no sea tenido en
cuenta suficientemente. No parece, en todo caso, que fuera de recibo –en caso
de que mudaran sustantivamente las mayorías electorales- la repetición de tacticismo
a que estamos asitiendo después de las elecciones andaluzas.
Para facilitar el encuentro razonable y responsable entre tanta
proliferación de iniciativas y grupos, no estaría de más aclarar al máximo el
significado de las palabras principales que se reiteran en la documentación
disponible: “Pública”, “Educación infantil”, “Inclusión”, “Diversidad”,
“Laicidad”, “Financiación”, “Innovación” “Formación de profesores” y muchas otras
de que casi todos echan mano, no tienen igual alcance semántico para unos y
otros. Ni siempre es fácil delimitar si se refieren a algo que deba ser -como
si se tratara de un desideratum
utópico- o si de una decisión razonada y viable de inmediato alcance si las
urnas les dieran gobernabilidad. Significados distintos conllevan diferente
valoración afectiva, compromiso divergente y, a posteriori, un grado de atención dispar si hubiera que ponerse a
cuantificar responsablemente costes económicos y priorizar actuaciones
políticas concretas.
Las palabras son importantes en los atisbos de
cambio, pero no todo el cambio debiera consistir en cambiar palabras, salvo que
se pretenda la decepción entusiasta. Por ello no estaría mal quitarse anteojeras
prejuiciadas ante la enorme complejidad que en este tiempo concreto ha
acumulado la realidad, las vivencias de grupos y personas, y las maneras de
nombrarlas. Y en un mundo tan mutante como el actual, incluso sería muy educativo
recordar que muchas de las palabras al uso en Educación, sobre todo las que
pueden parecernos talismanes salvíficos, se vienen pronunciando desde hace 84
años en este país sin que nunca hayamos logrado darles cumplido significado. Empezando
por la más nombrada: “Enseñanza pública”, siguen marcadas por diversos grados
de mutilación; por mucho que las hayamos repetido retóricamente, se han
traducido con frecuencia en diversos grados de injusticia educativa. Visto en
perspectiva lo ocurrido en estos asuntos desde la II República –y de la
alternancia unitaria
de 1976 , que en Madrid
protagonizó Eloy Terrón y el Colegio de Doctores y Licenciados-, sería inútil,
sin embargo, simplificar una divisoria tajante de bondades y maldades: gran
esfuerzo y belleza educativa ha habido en múltiples iniciativas que, pese a
todos los pesares, han proliferado en lugares y tiempos insospechados. Por otro
lado, Wert y la LOMCE son un problema, pero no todo el problema: lo seguirán
siendo si no se pone en consideración de dónde arrancan las actitudes
problemáticas de fondo y cómo se alimenta su reproducción. En cualquier caso,
lo insoslayable ahora y siempre -como referencia de fiel contraste-, es en qué
medida se haya contribuido o se vaya a contribuir a erradicar que los más
débiles sufran menos, y tengan igual dignidad y derechos que los demás
ciudadanos. También en Educación –como en Sanidad y otras prestaciones- ésta es
la piedra de toque y, de olvidarla, no sólo seguirán campeando problemas
estructurales, sino que cuantas reformas pudieran venir sólo modificarán
fugazmente el hastío de muchos adolescentes y el desencanto de sus profesores. ¡Atentos!
Manuel Menor Currás
Madrid, 15/04/2015
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