El interés de Machado (Sevilla 1875 - Colliure 1939) por la educación, que fue creciendo hasta convertirlo en pasión, le viene de familia: su padre era amigo de Joaquín Costa y de Francisco Giner de los Ríos, el alma de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), donde se educó Antonio Machado. Giner fue su maestro y a él le dedicó un poema tras su muerte en 1915: “Allí el maestro un día/ soñaba un nuevo florecer de España.”
También profesa una gran admiración hacia Manuel B. Cossío, el profesor y pedagogo de la ILE que más contribuyó a que las ideas liberales -nada que ver con los liberales y neoliberales de hoy-, de modernización y renovación escolar cuajaran en diversas iniciativas de gran calado educativo. En él se inspira Machado, por ejemplo, a la hora de escribir el artículo “Sobre Pedagogía”, donde recoge la recomendación del ilustre institucionista de enviar los mejores maestros a las escuelas del campo: “Pero no basta con enviar maestros; es preciso también enviar investigadores del alma campesina, hombres que vayan no sólo a enseñar sino a aprender”. Y termina insistiendo en la necesidad de europeizar España, enviando al extranjero a jóvenes estudiosos para familiarizarse con las nuevas ideas vanguardistas.
Machado fue catedrático de francés en los institutos de Soria, Baeza, Segovia y Madrid. Durante todo este tiempo le acompaña la huella institucionista y la firme convicción que la cultura y la educación, con el consiguiente combate contra la ignorancia y a favor de la construcción de más y mejores escuelas, eran el principal instrumento para la regeneración social y moral del país. Un deseo que pudo materializarse parcialmente -porque el tiempo fue muy escaso- durante la II República, también conocida por la República de los maestros. Machado mostró una gran admiración por el proyecto de las Misiones Pedagógicas, asistiendo a varias reuniones de su Patronato, colaborando en la organización del Teatro del Pueblo.
El recuerdo de la infancia, de la enseñanza y aprendizaje, de la escuela y del maestro están presentes en la obra literaria de este poeta e intelectual sevillano. Así, en “Recuerdo infantil”, un poema muy divulgado, se hace una crítica al modelo tradicional de enseñanza, con sus inútiles rutinas de la recitación y la memorización, protagonizadas por un maestro de aspecto nada agraciado -un tópico muy característico de la llamada literatura pedagogizada- que generan hastío y aburrimiento en el alumnado. “Una tarde parda y fría/ de invierno. Los colegiales/ estudian. Monotonía/ de lluvia tras los cristales/ Es la clase. En un cartel/ se representa a Caín/ fugitivo, y muerto Abel/ junto a una mancha carmín./ Con timbre sonoro y hueco/ truena el maestro, un anciano/ mal vestido, enjuto y seco,/ que lleva un libro en la mano/ Y todo un coro infantil/ va cantando la lección;/ mil veces ciento, cien mil;/ mil veces mil, un millón”…
Juan de Mairena fue uno de los heterónimos apócrifos utilizado por Antonio Machado -de él decía que era su yo filosófico-. Sus reflexiones más maduras sobre arte, literatura, política, filosofía, cultura y educación se plasman precisamente, en su libro en prosa: “Juan de Mairena. Sentencias, donaires y recuerdos de un profeso apócrifo.” (1936). Ha sido muy citado el diálogo con un alumno en su clase de Retórica y Poética donde se ironiza sobre la ampulosidad del lenguaje y la palabrería hueca a la que tanto se oponía el poeta, partidario siempre de la escritura limpia y sencilla: “Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa.” / El alumno escribe lo que se le dicta./ - Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético./ El alumno, después de meditar, escribe: “Lo que pasa en la calle”./ Mairena –No está mal”.
En otro texto de Antonio Machado-Juan de Mairena se comenta el respeto que merece el maestro y las influencias mutuas que se establecen entre éste y el alumno: “Cómo puede un maestro, o, si queréis, un pedagogo, enseñar, educar, conducir al niño sin hacerse algo niño a su vez y sin acabar profesando un saber algo infantilizado? Porque es el niño quien, en parte hace al maestro (…) El niño nos revela que casi todo lo que él no puede comprender apenas si merece ser enseñado, y, sobre todo, no acertamos a enseñarlo es porque nosotros no lo sabemos bien todavía.”
Sabias lecciones pedagógicas para el profesorado de ayer, de hoy y de mañana por parte de un escritor sabio y sensible que, como tantos otros, tuvo que exiliarse al término de la Guerra Civil.
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