Es evidente que, aunque no esté directamente en el Ejecutivo de la Comunidad
de Madrid, la ahora sólo Presidenta del PP madrileño sigue aprovechando
cualquier coyuntura para mostrar su ansia de influjo en la marcha de los
asuntos. La ocasión de los desarrollos legislativos que conlleva la LOMCE para
su puesta en marcha, ha sido aprovechada para recordar que ya ella y sus
maneras han marcado un precedente digno de imitación. Sus pupilos al frente de
la Comunidad convocaron a un grupo de expertos para que les ayudara con el
currículum de Historia, siguiendo la estela de bondades que dejó tras si esta
aguerrida señora cuando su mentor, el Sr. Aznar, la puso al frente del
Ministerio de Educación entre 1996 y 1999. Por si alguien no se acordara, ella
misma ha traído a colación aquella terca insistencia en las “Humanidades” –con
la Historia de España como gran reclamo- que dio apariencia de vida inteligente
a su gestión. Pueden leerlo en el ABC de este lunes, 24 de febrero, el
periódico que en este momento mejor expresa sus complacencias: http://www.abc.es/espana/20140224/abci-articulo-aguirre-201402241237.html
Incurre en selectivos
olvidos: quien haya escrito este artículo de
opinión no conoce con mucha precisión qué haya pasado en aquella comisión que
preparó la base de aquel “Decreto de las Humanidades” que no lograría pasar la
votación parlamentaria. Ni siquiera maneja bien los nombres de los que llama
“mejores humanistas españoles”, que participaron en aquello. Merece la pena consignar,
eso sí, la continuidad en su fijación con la “Historia de España” y la
“Historia Universal”, esa “gran laguna cultural en la que –según dice- viven ya
muchas generaciones de españoles”, incapaces de “identificar en el tiempo y en
el espacio algunos de los acontecimientos más importantes de la Historia y a
sus protagonistas”. Para la responsable
del artículo, se trataba de un asunto de verdadera cruzada, pues se había
propuesto “mejorar sustancialmente la enseñanza de la Historia en Primaria y
Secundaria”. Y lo debe seguir siendo, ya que ahora con la LOMCE, ve la
“posibilidad para introducir un poco de sentido común en los planes de
estudio”. En realidad, a quien haya escrito este artículo lo que más le
preocupa no es la Historia de España ni los males de la educación de los
españoles. Todo es un pretexto, no para lograr acuerdos en este debatido campo,
sino para persiste en mantener vivas dos o tres diferencias fundamentales en
que no ceder ni un palmo.
A) Acerca de los pedagogos,
viene a sostener que son una especie
profesional no sólo inútil, sino peligrosa, pues no sólo no dan clase a niños y
adolescentes, sino que confunden el nombre de las cosas. Quien firma el artículo
dice de la terminología pedagógica “currículum”, “competencias” y similares,
que es un lenguaje que “yo nunca llegué a comprender”, como si fuera un
conjunto neolingüistico retorcido como el de muchos políticos. Con lo fácil que
era hablar de “programas, planes de estudio, asignaturas”… Y con lo sencillo
–cabe añadir- que hubiera sido enterarse un poco y dar ejemplo de respeto a los
saberes científicos reconocidos. Y de paso, por ejemplo, mostrar un mínimo
reconocimiento a “sus” profesores de Historia: a su parecer, eran ignorantes,
pues tuvo que reiterarles “lo que tienen que enseñar y lo que los alumnos
tienen que aprender”. Tampoco da señales de saber, todavía, que estos
profesores no sólo explican, Historia de España, sino que han de saber de muchas
otras cosas, como Geografía e Historia del Arte, además de las “afines” que les
puedan caer, tales como Economía, Ética, y hasta Literatura y Latín -que yo
mismo he tenido que enseñar…. En casi todo el abanico de las presuntas
“Humanidades” que le eran tan querida a esta señora, han de tener han de ser “competentes. Tan
maltratadas como quedan en la LOMCE, debiera concordar con el Sr. Wert la razón
de tan rotundo cambio de interés.
B) Los enemigos de la buena
enseñanza que propugna son tres, como en el Catecismo del Padre Astete: los
comunistas y socialistas –por sus preocupaciones por “la igualdad de
resultados” o “su afán falsamente igualitario (sic)-, más los nacionalistas, dadas sus “miras exclusivamente localistas, cuando no con el
objetivo de adoctrinar a los alumnos…. En sus pretensiones nacionalistas”.
Estos tres enemigos vienen a concentrarse -al menos en dos ocasiones del
artículo- en torno a la LOGSE, la “nefasta ley” dentro de la que, en aquella VI
Legislatura con escaso margen parlamentario, tuvo que moverse la entonces
ministra de Educación, pero que ahora no es problema. De allí, al parecer,
derivan todavía todos los males educativos de los españoles, sin que –al margen
de las carencias de la susodicha ley- haya constancia de la cantidad de obstáculos
que ella misma puso a su implantación correcta y de la inseguridad jurídica
consiguiente. Según el juicio de quien haya escrito este artículo, la
referencia de la buena educación debiera ser la de cuando D. Antonio Domínguez
Ortiz enseñaba en el madrileño “Instituto de Enseñanzas Medias Beatrioz
Galindo, “que entonces era sólo de chicas”, “un detalle que muestra por sí
solo, la calidad de la enseñanza pública de entonces” -puntualiza. No menciona
la autora o autor de tan añorante acotación, que, por entonces, había en Madrid
algo más de cien institutos menos de los que hay desde 1987. Tampoco se acuerda
de las políticas llevadas a cabo –por la firmante de este texto- tanto en el
MEC como en su querida Comunidad madrileña para reducir sistemáticamente esa
“calidad de la enseñanza pública de
entonces” en aras de la enseñanza privada, hacia donde externalizó servicios
siempre que pudo, con notoria deficiencia para el derecho a una enseñanza de calidad
de todos los españoles.
Y C) Agitar la Historia de España
en este momento, cuando su partido tiene mayoría absoluta para imponer sus
designios -¿no ideológicos?- sobre qué deben enseñar los profesores y qué hayan
de aprender los alumnos -independientemente de que los consultados para ello
vuelvan a ser de nuevo “algunos profesores del más alto nivel”-, puede ser muy
rentable electoralmente pero es muy poco patriótico. Le fue muy útil a Dña.
Esperanza –Grande de España- porque la ayudó a ser reconocida: en pocos meses,
cosechó una enorme atención mediática con sus “Humanidades” sin gastarse un
duro en una inversión educativa seria. En los Institutos públicos, más bien
empezamos a ver que esto de la Historia de España y sus connotaciones era una
batalla que no tenía que ver con los profesores ni los alumnos, por más que
estábamos palpando sus consecuencias. En fin, todo sea por encontrar un enredo
con que distraer a la gente de nuevo en una crisis como la actual…, cuando se
continúa laborando a conciencia por desinvertir en una enseñanza pública de
calidad.
Está en su derecho Dña.
Esperanza en recordarse sí misma como abanderada
de la historia. Pero ni siquiera cree en la historia como magistra: de hecho, promueve que se repitan los mismos errores de
entonces y que vayamos a tropezar con la misma piedra, al pensar que la
Historia de España es “su historia”, y que la buena educación es “su educación”.
Sigue al margen de quienes tienen que impartirla y persiste en insultar a
quienes pueden enseñar el mejor modo de hacerlo, los pedagogos. Con más
humildad y menos grandeur, si fuera
capaz de leer un poquito del Juan de
Mairena, por ejemplo, y reconociera que -hasta en el PP- hay buenos
profesores y pedagogos a los que da
vergüenza que suscriba afirmaciones tan rancias, podríamos avanzar algo. Por
otro lado, todo amante de la historia –como presume-, ha de aprender a
reconocer el contexto de cuanto sucede y no sólo las “fechas y personajes importantes”
-asunto en que nadie, salvo mal informados, se atreve a dogmatizar. Desde
luego, 2014, en una España de todos, no es 1996: ni siquiera con la mayoría
absoluta parlamentaria es lo mismo. Le está fallando a la lideresa la “listeza”
que ha mostrado en otras ocasiones. Igual que el acierto con sus más íntimos
colaboradores en el gobierno madrileño. Sin contar con que, en política, la
enfermedad de Alzheimer es muy peligrosa.
Madrid, 24/02/2014
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