Para quienes
propugnan un pacto educativo no desarrollará una escuela de todos y para todos.
Habría nacido con fecha de caducidad como las anteriores, muerta y ajena al
sentir ciudadano.
TONY JUDT recuerda en su libro póstumo, Pensar
el siglo XX (Taurus, 2012), que Arthur Koestler solía decir que uno no
puede evitar que la gente tenga razón por motivos equivocados. Bastante hay,
creo yo, con tratar de entender el porqué de esas fijaciones casi inamovibles,
que pasan de generación en generación como principios de sentido común tan
naturalizados que son inmunes a los avances del saber. Y cuando, además, salta a la vista que se
pretende basar en ellos un afán compulsivo de cambios y reformas, alegando a su
favor que cuentan con el apoyo de una amplia mayoría de seguidores que les han
votado en un momento determinado, puede ser de interés recordar cómo Francis
Bacon ya escribía en 1620 que “el espíritu humano no recibe con sinceridad la
luz de las cosas, sino que mezcla a ella su voluntad y sus pasiones; así es
como hace una ciencia a su gusto, pues la verdad que más fácilmente admite el
hombre, es la que desea. Rechaza las verdades difíciles de alcanzar, a causa de
su impaciencia por llegar al resultado, la luz de la experiencia, por soberbia,
arrogancia, porque no parezca su inteligencia ocupándose en objetos ínfimos y
fugitivos”.
No es gran consuelo, sin embargo, saber que –según el autor del Novum Organum- son “innumerables y secretas las pasiones que
llegan al espíritu por todas partes y corrompen el juicio”, o que “la fuente
más grande de errores y dificultades para el espíritu humano “se encuentra en
la grosería, la imbecilidad y las aberraciones
de los sentidos, que dan a las cosas que les llama la atención más
importancia que a aquellas que no se la llaman”. Este inglés ilustre quería
erradicar los prejuicios –idola- que
presiden nuestras más preciadas maneras de pensar y actuar. Propuso, incluso,
un método –crucial para la investigación científica- que ayudara a inducir de
la experiencia cambios cognitivos significativos. De todos modos, tal vez no
sirviera de mucho si tuviéramos un informe PISA específico sobre las
competencias de que son capaces nuestros adultos políticos. Supervisado por la
OCDE y pos “la troika” -por supuesto-
nos advertiría del alcance de lo que hayan aprendido de Bacon cuando del
ejercicio de sus responsabilidades públicas se trata; en educación, por
ejemplo.
MANUEL RIVAS cuenta en
su reciente novela vital, As voces baixas
(Xerais, 2012), la primera vez que
oyó la expresión: “pagar en cash”, casi adolescente todavía, cuando era “meritorio”
de un periódico coruñés. Las esquelas –ese aviso recuadrado en negro tan
arraigado en Galicia- había que pagarlas inapelablemente al contado: “Lo que se
pagaba al contado –dice Rivas- no tenía vuelta de hoja. Nadie discutía el
contenido de una esquela. Tampoco el precio”. Dadas las prisas del paso de la
LOMCE por el Congreso, y más después del monologante “diálogo” en que estuvo
sumido el diseño de su proyecto educativo, tal parece como si de una esquela
urgente se tratara; de las que llegaban en el último minuto al periódico, justo
antes de que la rotativa iniciara su rodadura. Son muchos los que dan en decir
que esta ley no sólo encierra elementos mortíferos para el medio educativo,
sino que además nace muerta. Sería, pues, como si lo que se quisiera llevar al
BOE fuera una esquela híspida y atrabiliaria.
En lo que no concuerdan con Rivas es
en que las esquelas –al menos ésta- sean un género o espacio periodístico cuyo
contenido nadie discute. Una parte sensible del debate gira en torno a una
cuestión casi metafísica o que tan sólo un profundo análisis psicolingüistico
podría dilucidar sin mucha esperanza. Es decir, si insistir en que se trata de
una esquela propiamente tal obedece a un “interés ideológico”, mientras que
suponer que sea un revital para el futuro educacional hispano es de “interés
general”. Tampoco se ponen de acuerdo
unos y otros sobre quién sea el pagano de este cash concreto: desde luego, a escote parece ser que vaya esta
esquela o lo que sea. Nadie olvida, sin embargo, que los muertos son un gran
negocio, y más en situaciones críticas en que escasean los nichos clientelares.
Madrid, 11/ 10/ 2013
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