jueves, 18 de octubre de 2012

"Wert es unwert" (artículo de opinión)

José Luis Villacañas firma este artículo en LEVANTE-EMV.COM


LEVANTE-EMV.COM: Wert es unwert

El ministro Wert merece ser reprobado. Hay tantos motivos para ello, que sorprende que el propio presidente del Gobierno no lo haga dimitir. Pero como no habrá coraje político para ello, conviene que al menos la opinión pública considere su actitud intolerable. No hay que esforzarse mucho para lograrlo. Sus manifestaciones desde el banco azul hace sólo unos días acerca de la voluntad del Gobierno de españolizar a los niños catalanes son un despropósito en sí mismas. La actitud desafiante, basada en una presunta normalidad y evidencia de las declaraciones, nos muestran un cinismo que no debería serle consentido a un gobernante. Cualquier representante político que respete a su pueblo debería alejar de su conducta ejemplos semejantes. Al llevarlos a cabo, el ministro de Educación manifiesta además ser un ignorante y desconocer las leyes fundamentales que ha jurado servir. Mientras no se demuestre lo contrario, todavía está avalado por la Constitución Española que ser catalán es una de las formas de ser español y, por tanto, los niños catalanes están adecuadamente españolizados siendo catalanes. Mientras no se demuestre lo contrario, los niños catalanes no necesitan españolización adicional. Mientras no se demuestre lo contrario, los niños catalanes no son extranjeros y no tienen que ser reconvertidos en una nacionalidad por obra y arte de un Gobierno.

Mientras no se demuestre todo esto, desde luego. Pero Wert debería saber que al elaborar su argumentación ya está dando por irreversible la consideración de Cataluña y lo catalán como extranjero, ya ha consumado por su cuenta y riesgo y a priori la independencia de Cataluña respecto de España y ha ido por delante de todas las propuestas secesionistas. Wert es el primer secesionista en acto, puesto que su argumento da por sentado que la secesión se ha producido. Al comentar que él sólo quería defender derechos individuales nos toma por imbéciles. Pues «españolizar» a los niños catalanes implica a omnes et singulatin, a todos y cada uno, y no se propone defender derechos particulares, tarea para la que desde Montesquieu basta el poder judicial y no tiene nada que ver con las funciones del Ejecutivo.

En estas condiciones, alcanzan un especial dramatismo sus declaraciones posteriores en el sentido de que quien se sienta mal por sus afirmaciones es que tiene un problema mental. Si los primeros comentarios eran anticonstitucionales, éste es directamente un argumento de impronta nazi. Quienes se oponen al señor Wert son enfermos mentales, y esto significa que no deberían molestar con sus locuras, retirarse al sanatorio mental y dejarle el campo público a él y a quienes él secunda, jalea o representa. Temo que los españoles debemos decepcionar a Wert en este sentido. La situación se está tornando preocupante y los españoles debemos ser conscientes del riesgo que corremos como pueblo, no porque los catalanes quieran hacerse independientes, sino sencillamente si dejamos que determinados políticos como el ministro de Educación dirijan nuestros destinos. Si España fuera la de Wert, desde luego que Cataluña tendría todo el derecho del mundo a ser independiente. Por eso urge que España se independice de políticos como Wert y urge que muchos españoles les digan a los conciudadanos catalanes alto y fuerte que no los dejaremos solos frente a este tipo de políticos.

Éste es un problema que nos concierne a todos. Afortunadamente, el clamor contra este ministro ha sido tan alto que ha llegado a las instancias supremas del Estado. Pero justo por eso merece la pena que nos preguntemos cómo es posible que unas manifestaciones de esta naturaleza se puedan escuchar desde el Parlamento español. La pregunta es urgente y concierne al sentido de la representación política que tiene el Partido Popular. No recuerdo que nada de esta índole se proclamase en el programa que presentó Rajoy. No recuerdo que nada de esto se haya votado en elección alguna española. Si a pesar de todo se producen declaraciones de esta naturaleza, es porque hay un sentido perverso de la democracia en parte de nuestros gobernantes. Éstos presentan una cara pública suficientemente civilizada, ofrecen buenas palabras a los electores que saben sensatos y moderados, pero luego, con los millones de votos recogidos, van en su procesión particular y los ponen a los pies de sus señores como una ofrenda de poder. De esos otros señores, y no de este pueblo, reciben las órdenes de rehacer leyes que el sentir general aprueba, de entregar subvenciones escandalosas „como la noticia que este mismo periódico publicaba sobre las ayudas a una red de colegios privados y concertados de la Generalitat Valenciana„, de destruir servicios públicos que la audiencia atendía con gusto y sustituirlos por otros rancios y sectarios, de esgrimir discursos violentos para seguidores que no se atreven a presentarse en elecciones públicas.

Si no nos separamos de estas prácticas, si no abandonamos este extraño sentido de la democracia, ¿quién habrá de extrañarse de que un pueblo desee hacer su camino histórico sin ser molestado ni coaccionado por gente así? Si los españoles no somos lo suficientemente maduros y valientes como para poner coto a esta forma de entender y hacer política, ¿quién podrá quejarse de que no quieran compartir con nosotros el futuro? España se acerca a la hora de la verdad. Y desde luego, no se puede decir que todos los que alcen su voz en esta hora hablen desde el espíritu constructivo. Pero si no somos capaces de rehacer los consensos fundacionales, llevamos camino de que se repita un destino cruel y milenario: que los triunfos que expresaron el anhelo de una generación no puedan ser gustados, repetidos y forjados por la generación siguiente. Nunca España ha logrado este sencillo éxito, normal en los países civilizados. Saberlo quizá nos haga estar a la altura de las responsabilidades de la hora presente. Al menos nos ilumina respecto de un hecho: las voces como el ministro Wert no nos llevan a una vieja realidad, grande y libre, sino a una tragedia antigua y repetida como una maldición.

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