Adoctrinamiento
y “verdad objetiva” andan en liza
Nos habían enseñado que para tener alguna “veracidad” en lo que decimos era imprescindible romper con nuestros prejuicios previos.
Parece que no, como proclaman acontecimientos relacionados con el 8-M y partidarios de la la verdad “objetiva”, que estos días tienen defensores, dispuestos a hacer valer lo que sea. Por ejemplo, en la Casa de Windsor, gracias a las confesiones de Harry y su esposa, nietos de la reina, se acogen a que no tienen “iguales recuerdos”. Más cerca, en la calle Génova, testigos implicados en el pasado del PP se han acogido a la doctrina de no contestar a preguntas que tengan que ver con ese tiempo histórico, cuando arrecian las dudas. Unos y otros están en su derecho, a cambio de quedarse sin presente entre cuantos prefieren la autenticidad sobre la impostura.
La doctrina del
Adoctrinamiento
La novedad más reciente es la teoría del“adoctrinamiento” que, para tapar un episodio no menos chusco, ha lanzado el alcalde madrileño, y afecta a las políticas educativas. La reserva de Almeida respecto a la posible asistencia de un personaje político a un centro público, para que le preguntaran sobre cuestiones de género, se parece al minucioso afán de los equipos modestos para embarrar un encuentro cuando los visita uno de los grandes: sus jugadores exhiben todo tipo de tretas, más o menos reglamentarias, para que ninguna jugada salga adelante: los italianos fueron artistas en tácticas del catenaccio, invento futbolero de los años 30. Habilidades como la de este alcalde portavoz de los sofismas de su partido son, además, jaleadas enseguida por una amplia hinchada mediática, verdaderos árbitros de las ciencias morales de la verdad y el bien públicos. ADOCTRINAMIENTO está a punto de pasar en este momento al Ficcionario de la sinrazón política, partidaria de que el disentimiento sea el sistema ordinario de cuanto nos afecta y, por supuesto, de cuanto haya podido acontecer, puesto que lo que importa es ir improvisando y saliendo de los barullos como se pueda.
El problema es que el pasado casi nunca ha pasado del todo y sigue estando ahí, por mucho que lo escondamos. Si aplicamos la doctrina Almeida a la mayoría de los defectos que tenga nuestro sistema educativo, nos encontraremos con que los pactos originarios, que de algún modo acoge el art. 27 de la CE78, y las propuestas de nuevos pactos más precisos que desde los años noventa han sido un clamor para cuantos veían en la dinámica del consenso una necesidad urgente e incontrovertida –como todavía trató de promover Méndez de Vigo-, se verá que son imposibles, y todos los ciudadanos se cansarán al no ver modo de cambiar lo improcedente. La doctrina del “adoctrinamiento” enseguida recorre las filas de unas y otras trincheras de la verdad y, como en la I Guerra Mundial, los adeptos a la guerra de posiciones se estancan en la creencia de que tienen la verdad y toda la verdad: no les hace falta para nada contar con los otros para que se pudran los problemas reales. Maquiavelo, aunque nunca dijo que “el fin justifica los medios”, hilaba más fino en las situaciones de desencuentro y, al menos, introdujo en 1513 más elegancia y finura en las tácticas políticas para moverse ante un supuesto bien que todos dicen perseguir.
Adoctrinamientos varios
Tienen un problema con la memoria; Almeida y sus hinchas tal vez
debieran pensarlo mejor y no que sus adversarios den en
someter el BOE, la CE78 e incluso los Acuerdos con el Vaticano de 1977-79 –sucesores de los Concordatos
de 1851 y 1953- a este criterio del “adoctrinamiento”. De repente, habrían de
suprimir la mayor parte de la historia educativa española, especialmente la que
más gusta a su bancada –empezando por los
libros de texto que la han acompañado- y cuanto todavía persiste en
“adoctrinar” a todo tipo de ciudadanos, de diverso modo y con variable
intensidad. En fin, que esto del cristal con que se miran estos asuntos desde
este Madrid que, con el confinamiento, quiere parecerse a la aldea gala de
Ásterix y Óbelix, empieza a rezumar crecientemente sabores de poblachón acordes
con lo que dicen los terraplanistas, los negacionistas y los partidarios del PIN parental; estos sabores
y saberes a la carta, que no sobrepasen la asepsia instruccional y lo que
contaba el “sentido común” y su abuela la pereza mental,
quedan muy epatantes en los territorios twiteros y similares, pero destruyen el
esfuerzo de conocimiento acumulado desde nuestra tatarabuela Lucy cuando
decidió ser bípeda hace 3,2 millones de años en el Rift etíope.
“Ministerio de la
verdad”
Siempre hay personas dispuestas a lo que sea con tal de ir tirando, pero, incluso contando con los dificultados para encontrar trabajo, va a ser tarea imposible encontrar ese tipo de docentes que sepan enseñar de modo tan neutralmente “objetivo”, “natural” y “como Dios manda”, que no se contaminen nunca de subjetividad alguna, y que, además, no se sientan objeto, de una u otra forma, de la censura aleatoria de un distópico Ministerio de la Verdad. El propio Almeida, por más que desde el siglo XVIII sea barato confesarse de restricción mental -el gran subterfugio para mentir sin remordimiento alguno-, debiera examinarse seriamente antes de seguirse aproximando al extremo derecho del campo de juego, no sea que la viga que lleva en el ojo le cause un buen descalabro: los métodos de la depuración de disidentes son imparables cuando se ponen en marcha. Por otro lado, quiéralo o no, en su posición de portavoz y alcalde hace Pedagogía social y, como tal, está obligado a dar ejemplo a los ciudadanos; embarrando el campo de juego se resta a sí mismo credibilidad y razón ilustrada. Actuar permanentemente pro domo sua se nota mucho cuando los ciudadanos solo se satisfacen si ven buen deporte, no zancadillas continuas a su convivencia inteligente y democrática.
Manuel Menor Currás
Madrid, 10.03.2021
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