Los problemas están
vivos, entre las imposiciones de unos, la rigidez de muchos y una preocupante
indiferencia de quienes debieran estar atentos.
¿Qué tienen en común amas/os de casa, desahuciados/as, desafectas/os,
camioneros/as, limpiadores/as, trabajadores/as industriales, hosteleros/as,
fontaneros/as y carpinteros/as, peones y profesionales de diverso rango,
estudiantes, secretarias/os, profesoras/es,
maestros/maestras, médicas/médicos y enfermeros/enfermeras, asistentes sociales…?
¿Y si son interinos/as o con plaza en propiedad, en expectativa de destino,
autónomos o precarios, becarias/as o contratados/as como definitivos/as,
pacíficos/as o violentos/as, pasotas o comprometidos/as, de derechas,
izquierdas o centristas?
Chalecos amarillos
La variedad de todos/as ellos/as, coincide en una rabia larga y
cansina. De ella se han nutrido las multitudinarias manifestaciones violentas
de las últimas semanas en Francia, que han hecho recordar el MAYO-68. La
posible subida de los carburantes –que han conseguido retrasar- sobreviene al deterioro
de nivel de vida, sueños frustrados, y a precarias expectativas de mejorar. Es
el resultado de que impuestos, presupuestos y recortes se hayan agregado a
barbaridades de diverso alcance, de las que la más humillante es que muchos políticos se hayan empeñado en que
la semántica cambie una realidad abocada a que cada cual se apañe como pueda. Fragmentación
y apariencia oportunista, que se ha puesto de manifiesto en Marraquech, con desmarques oportunistas, ese fondo mutante que arrastra
la globalización. En París, el color lo ha puesto el leve recuerdo de la
cohesión que exige el contrato social, aunque quienes probablemente acaben
sacando más provecho de estos sábados protestones sean los afines a Rassemblement National (RN), de Marine Le Pen.
Voces
Las elecciones andaluzas han puesto aquí su propio colorido al
lograr VOX 12 escaños. ¿De quiénes son los casi 400.000 votos que ha cosechado esta formación política que acaba de
irrumpir en el panorama oficial de la política española? Tampoco estaría mal saber dónde se escondía
tanto votante, quiénes hayan facilitado ese ascenso a su sentido del voto; de
qué va la diferencia de quienes en el PP y CS proclaman similar doctrina y, al
tiempo, dudan de si contar con su apoyo explícito. ¿Es tan importante que, para
allanarles el paso en las elecciones generales, ya Cañizares proclame -mientras
la “aznarización” del PP crece- que estos chicos de VOX son de derechas, pero no de ultraderecha? ¿Cómo Dios manda, claro,
no sea que algún creyente se confunda? ¿Qué estratega ha situado las voces de
los nacionalismos exacerbados en medio, como un caballo de Troya, para que no
nos aturdan quienes claman desde sus problemas inatendidos?
Pocos oídos deben quedar ya
a los que no alcance el ruido general de modo que puedan plantearse,
ante un problema, respuestas que sobrepasen la teoría del mal menor. Pero han
logrado interiorizarnos que el ser humano es el resultado de la ley del
“minimax”: pocos costes y muchos beneficios, y ya se propone como novedad que desde niños se aprendan estos vericuetos para toda decisión reiterando viejas versiones
del homo oeconomicus, autómata y
acrítico, anterior a que existiera derecho social alguno. Esta recobrada
obsesión por el individualismo indiferente explica carencias flagrantes de las
que probablemente nos lamentemos pronto. El Obamacare, que hacía asequible la salud en EEUU, está en serio peligro. Las cuestiones de fronteras –de vallas físicas en
algunos países, y de supervigilancia electrónica o rearme militar en casi todos-, han vuelto al escenario interno europeo. La
sucesión de Merkel en Alemania no augura que, donde más líos de este carácter
ha habido entre 1815 y 1945, no vuelvan a primer plano cuando, la
desintegración que se ha iniciado con el Brexit
no facilita el optimismo. Y, para que nada falte, el panorama del nordeste hispano no parece sino alimentar furias
desatadas: la propuesta de vía eslovena para Cataluña, y lo que depare la convocatoria del Consejo de ministros en Barcelona el próximo día 21 después de iniciado el juicio de encausados
por el
procés el día 18, complican la provisionalidad
gestual del Gobierno español.
¿Qué joya de la corona?
En asuntos educativos también hay síntomas de que los problemas
que denuncia Pazos en su libro, ¡No nos callarán!, son relevantes, sin que se sepa bien a
quién nutren los descontentos más individualistas de este sector. Tómense en
consideración las elecciones sindicales en centros escolares públicos el pasado
día cuatro, en que se dejaron oír mortecinas
voces del profesorado, en teoría “la joya de la corona”. Si esta metáfora funcionara, otra cosa
habría sucedido en Andalucía,
Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Cantabria, Castilla-León, Castilla La
Mancha, Comunidad Valenciana, Extremadura,
Galicia, Madrid y Murcia. En números, estos resultados tienen su valor,
aunque según quien los analice y la zona o tipo de centros de que se trate: la
lectura de los comunicados de ANPE y CCOO es buen ejemplo. Sorprende, en todo caso, que, desde que se
legalizaron los sindicatos el 01.04.1977, sigan existiendo -en la educación
pública en este caso- tan grandes diferencias entre centros escolares centrales
y periféricos –urbanos o rurales-, escuelas e institutos. De muy atrás viene
que reproduzcan una vida interna casi ajena a la representatividad sindical; en
demasiados, el número de votantes efectivos no alcanza a menudo ni al 33%, y
sus preferencias se inclinan, además, hacia el gremialismo. A muchos docentes,
como si no fuera con ellos, parece importarles poco la ideología gerencialista
de la educación al estilo más empresarial. Es como si no quisieran enterarse
del deterioro de su complejo trabajo, al hacerse más burocrático y menos consistente.
No
es indiferente, por tanto, haber oído este pasado día cuatro a profesores
jóvenes -interinos por más señas- que ignoraban para qué se votaba y que, por
supuesto, no pensaban votar. ¿Se despreocuparán, igualmente, de que el Anteproyecto de Reforma que va a ser informado en el Consejo Escolar
del Estado salga de ahí de cualquier modo, o incluso malparado, antes de ser debatido en el Congreso de
Diputados? ¿Prolongarán la ficción de que, para un trabajo tan sensible como el
de profesores o maestros, se pueda
exigir que –pese a lo que les manden enseñar, condiciones en que hacerlo y salarios
a percibir- deban ser felices ante el alumnado que les toque en suerte? ¿Y les
dará igual todo? En la viñeta de El Roto hoy, en El País, entre
una multitudinaria reunión festiva, con muchas bengalas en la noche, uno dice
muy contento: “Yo iba a hacer la revolución, pero me tropecé con un concierto”.
Manuel
Menor Currás
Madrid,
15.12.2018
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