A veces, si se calla el
cantor, estamos más a gusto.
Ni lo que canta Méndez
de Vigo es “cultura tradicional”, ni su pacto educativo es el que necesita nuestro sistema escolar.
Este año, cuatro ministros de este Gobierno –Cospedal, Zoido,
Méndez de Vigo y Catalá- procesionaron
en Málaga cantando el himno que los portadores del Cristo de la Buena
Muerte –reproducción reciente del de Juan de Mena-, era trasladado a la iglesia de Santo Domingo.
El novio de la muerte solo tiene que ver
con la Legión fundada por Millán Astray cuando la guerra del Rif, en 1920. Y la
historia de las cofradías de Semana Santa, plagada de ingredientes
variopintos, en muchos casos no es
anterior al nacionalcatolicismo que se impuso tras la Guerra civil.
Es igualmente cierto que la
supuesta “aconfesionalidad” del Estado después de 1978 no forma parte de la
cultura política de muchos de nuestros representantes, y más cuando quieren
confundir a votantes y extraños. Méndez de Vigo, por ejemplo, es muy libre como
particular de cantar o decir lo que estime, pero, como ministro, si justifica
sus gestos dentro de una
supuesta “tradición cultural” arrogándose esa autoridad para tal aseveración,
lo pertinente es que lo explique. De lo contrario cualquier especialista en
antropología cultural, etnomusicología o folklore podrá acusarle de entrometido
y falsario. Debiera esclarecer, por ejemplo, cuánto tiempo cree que hace falta
para que una costumbre o fórmula de comportamiento religioso, civil, festivo o
simplemente expresivo de la vida cotidiana, hace falta para testar que es “tradición cultural”. Y por qué si las tradiciones
rituales de Semana Santa no son homogéneas, atribuye que lo sea lo cantado al paso de los
legionarios. ¿Qué cultura tradicional promueve Méndez e Vigo cuando la
diversidad es notoria y hasta contradictoria de unas a otras músicas populares?
Si se tiene en cuenta quiénes, qué, y en qué circunstancias se suelen cantar,
pronto se advierte que bajo el paraguas de “tradición cultural” se acoge de
todo.
Muy cantoso es, sin embargo, que, a sabiendas de que el de la
tradición es un terreno muy abonado para “la invención” –como
explicó en 1983 Eric Hobsbawn-, un ministro de los asuntos culturales quiera
colar una falsedad para salvarse de una metedura de pata o de una convicción
basada en supuestas creencias, distintas
de las de muchos otros españoles. Tan convencido parece estar de las suyas que
ha reafirmado su curiosa teoría al
animar socarronamente en el Senado a una parlamentaria que le interpeló: si
participaba con él en otro evento similar tal vez le creciera la fe. Esta
reacción propagandista le delata: no consta entre las funciones políticas del
cargo que todos le pagamos crear orfeones de adictos.
Claros “barones” de
Castilla
El reaccionarismo sonriente de Méndez de Vigo es redundante en el
itinerario que trazó a su pacto educativo y a la Subcomisión correspondiente. Desde
que relevó a Ignacio Wert, ha preservado
la intangibilidad de la estructura que
inclina al sistema educativo a contradecir la igualdad y la libertad que
preceptúa el art. 27 CE. Sobre todo, en lo tocante a las relaciones de la
enseñanza pública y la privada, los recursos disponibles y la presencia de la
Religión en el currículum escolar. No es extraño que a estas alturas se dé por
muerto este invento de pacto que, por otra parte, contravendría lo que, desde
1978 –y por hablar solo de leyes orgánicas-
trató de afianzar su partido en la línea que inauguró la LOECE (1980),
prosiguió la LOCE (2002) y terminó de construir la LOMCE (2013). Mientras tanto,
todavía no ha explicado coherentemente por qué quería un pacto político para
una nueva ley, sin haber suprimido esta ni haberla enmendado sino en pequeños
matices. ¿No es contradictorio? Todo parece indicar que lo que este cantor de
ocasión haya querido sostener es la misma tesitura de los 40 años pasados
aparentando cambio de tonalidad. Una partitura de reaccionario tradicionalismo
que le exige sostenella y no enmendalla, y cantar cuanto asombre a más de un
turista que no sepa de qué va la rica tradición cultural de los españoles, ni
si viven en el siglo XXI o en el de “los claros varones – ¿o barones?- de
Castilla”, de cuando Fernando de Pulgar.
Manuel Menor Currás
Madrid, 15.04.2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario