Aquí tenemos un nuevo artículo de Manuel Menor Currás
También
en Educación, una sana economía política de la felicidad ha de gestionar el
malestar de quienes no están integrados
en igualdad con los demás y no consiguen integrarse.
Hace mucho que nos vienen adoctrinando respecto a la
provisionalidad de casi todo y de todos. Incluso en cuestiones importantes como
el morir, nos han ido enseñando, mientras han podido, lo inconmovibles que eran
las pautas establecidas bíblicamente.
Felicidad.es
Una denuncia anónima en 2005 hizo que el entonces Consejero de
Sanidad en Madrid, Manuel Lamela –hoy reconocido
privatizador de la Sanidad pública-, diera crédito a que médicos de
Leganés, coordinados por Luis Montes, fueran acusados de “homicidio” por
atender dignamente a sus pacientes en el momento de su trance final. Después de
sobreseída
la acusación en 2007, pronto se popularizó el dicho de que “En España se
muere mal”, y el teólogo Francisco Prat publicó un libro sobre Bioética en residencias (Sal Terrae,
2008), en que hablaba de que la Iglesia pecaba
de dogmatismo en estos asuntos, y, a conveniencia,
en muchos otros. De 1998, cuando Ramón Sampedro decidió evitar los
sufrimientos de la tetraplegia que había contraído en 1968, venía el
debate mediático sobre eutanasia. Estos días, ha vuelto a escena la
cuestión en el Congreso, donde su pudo comprobar la influencia de la doctrina
católica acerca de “este valle de lágrimas”, y que esta cuestión todavía es
buen pretexto para escenificar
los desencuentros de la oposición
parlamentaria. Ya veremos cómo se decanta el BOE o si continúa como está.
Más provisional todavía –y no menos complicada por dificultades de
todo tipo- es la secuencia del vivir. Tal vez por ello, periódicos como
El Norte de Castilla o La Razón –únicos que pueden leerse en algún
Meliá de la vieja Castilla- daban amplia cobertura el pasado día 20 a que
“España mejora tres puestos y se queda en el 34”, superando ampliamente a China
pero no a Noruega, que pasa a ser el “reino de la felicidad”. Comentaban el
último Informe
Mundial de la Felicidad, supuesto indicador sociológico que trata de
contemplar factores como los ingresos económicos, junto a percepciones más
subjetivas acerca de la libertad, la generosidad, la honestidad, el buen
gobierno, la solidaridad o la salud. Según este Informe, los tres primeros países más felices serían: Noruega,
Dinamarca e Islandia. Curiosamente, no advertía esta prensas sobre la carga
semántica que arrastra el término “felicidad”: qué haya sido en su sentido
estricto, en qué haya consistido y a qué se haya atribuido para, a
continuación, centrar en ello el esfuerzo ético, político o económico –juntos o
por separado- exigible a los humanos. La “felicidad” ha sido uno de los
constructos normativos más usados a través de la historia para casi todo: para
animar y disuadir, para gobernar y desgobernar, para someter y liberar, para
emancipar y dominar, para comprar y vender. No hay publicidad que no trate de
sugerir o proponer su parcela de felicidad al posible cliente y engatusarle. Y
a pedagogías de “la felicidad” obedece el éxito que siguen teniendo los cuentos
y libros de autoayuda, como también los horóscopos y consultorios de todo tipo.
De gran predicamento en el reciente pasado fueron los confesionarios, todos los libros de moral
y, algo antes, incluso los muy
exquisitos libros de buen gobierno de príncipes. En Política, ya la mencionaba
Aristóteles y, en pleno XIX, fue muy empleada como estímulo moralizador
de la clase trabajadora, supuestamente para separarla del vicio –ese otro
constructo manejado estos días por el
jefe del Eurogrupo
frente a “los países del sur” europeo-, aunque lo que se quería con su
precepto era cortocircuitar la fuerza que pudiera alcanzar la fraternidad de
clase. Hace cinco años, la ONU declaró el 20 de marzo como “Día
internacional de la Felicidad”, y así, sin más, suena raro. Conminados a
ella, en diciembre pasado –en pleno festejo comercial feliz- el País fijaba objetivos
en esto de “la felicidad”.
In.felicidad.es
Siendo muy subjetiva la percepción de “la felicidad”, su
provisionalidad es altamente variable. Sería, pues, de interés saber si el
valor que pueda difundir la perspectiva de la ONU sobre nuestro país –su
posición relativa en el puesto 34- a partir de un topos tan aleatorio como instrumentado, se sostendría, bajaría o mejoraría incluyendo otros informes. Organismos
institucionales de no menor prestigio tratan de informar, por ejemplo, sobre
asuntos de corrupción
y similares, cuestiones de “memoria histórica” o libertad de expresión.
¿Qué pasaría con la felicidad española si se agregaran a estos los que se
interesan por cuestiones nada etéreas como el salariado y el precariado
creciente? En la política de “la felicidad” también ha de incluirse qué pasa
con los pobres, los empobrecidos y los pauperizables a punto de empobrecerse.
¿Qué nos dice este informe feliz, sin embargo, acerca de la igualdad de las
mujeres? ¿Nos aporta luz sobre el uso y abuso de monopolios como los que
afectan al
control de la energía o la gestión
del agua? ¿Atiende al descontento
manifiesto que se advierte en las manifestaciones y huelgas que ritman
nuestra cotidianidad feliz? Como dice Cinta Montagut, es
un río interminable el silencio.
Casi nada dicen las posiciones relativas –provisionales, según qué cosas- que puedan
atribuirnos los rankings internacionales. Informes como los relativos a la
brecha creciente entre ricos y pobres no son ejemplares. Tanto da que se miren
a escala mundial como si sólo se refieran a España: que 8 personas tengan en el
mundo la
misma riqueza que 3.600 millones de personas, tiene su duro correlato en nuestro
país, donde 800.000
menores viven en familias sin empleo. Muy poco satisfactorio es igualmente
contemplar el detalle de “la felicidad” al calor de lo que preceptuó la
Declaración de los Derechos Humanos en 1948 –por inspiración de lo
declarado en la Francia de 1789 y,
antes, con la independencia de EEUU en 1776- en el sentido de que todo ser humano ha nacido
libre. Cuatro breves ejemplos a nuestro alcance, ponen de manifiesto nuestra
limitación: 1) Las leyes acerca de LGTBI
que tienen que ver con la educación no impiden las prácticas subrepticias
que tratan de que se protejan trampantojos como el del autobús de color butano
que tanta hipocresía esconden. A este paso, este vehículo y sus patrocinadores van
a ser un bien de interés cultural de altísima consideración. 2)Otro tanto va a
pasar con lo que pretendía erradicar la Ley de Igualdad, que cumple
diez años con muy poco que celebrar, como no sea el esfuerzo que derrocha
gente de bien, también
en los centros educativos. 3) No muy distinto es el panorama que en
sucesivas sesiones se está dibujando en el Congreso con el conjunto de
iniciativas que algunos medios califican
como “leyes
anti-Rajoy”, entre las que ocupa lugar especial la LOMCE y, a su lado, la
conocida como “ley-mordaza”.
Y 4) ¿qué hemos hecho con las recomendaciones sobre Derechos Humanos que el
Comité homónimo de la ONU nos
hizo el 20.07.2015?
Narrativas
La aspiración a la felicidad es un recurso genérico, inespecífico
y fluctuante que, de puro uso en la narrativa
coloquial, nuestra tendencia sentimental desborda a menudo hacia el sentido de
la provisional existencia. Ese estímulo, sublimador en dar sentido a un destino
que nos iguala, se aplica en política a la transitoria provisionalidad de cada
día. A Rajoy, un adelantado del “sentido común” y sus sinónimos, le vale para
dar coherencia narrativa a su activa inercia de no dar a entender si sube o
baja. Ahora mismo, está centrado en una lección magistral sobre “felicidad” al hacer de la alternativa electoral un gran proyecto político. Pretende salvar así
-como si fuera “algo natural” y “como Dios manda”- el esfuerzo en que no sea ésta
una de las legislaturas breves de la historia democrática española. Con esa
perspectiva electoral de recambio desplaza a quienes no se avengan a “dialogar”,
y a “pactar” como a él le gustaría. Su particular “felicidad” residiría en que
las débiles bazas de sus adversarios favorecieran que este diálogo, encuestas y subcomisiones en que nos ha metido no pasaran
de artilugios –ya conocidos- para entretener, calmar y apaciguar, mientras se
demoran soluciones que descabalen supuestos
logros que adornan
el relato feliz de su mandato.
En auxilio de situaciones provisionales como la suya, vienen
especialmente bien la catequesis y el masaje patrocinados. No vayamos a Razón y Fe de 1901; La Razón actual, sin ir más lejos, nos explicaba el pasado día 20
–el mismo que nos mentaban “cómo va el
índice nacional de felicidad”- el baile
de escaños en la intención de voto última y, antes de centrase en torno al
“imparable avance del bipartidismo” deseado, anunciaba en paralelo la buena
nueva: “Rajoy volvería a ganar y lograría más
diputados que PSOE y Podemos juntos”. De inmediato, y a doble página,
principalmente con gran fotografía de la retransmisión de la
misa del domingo en la 2, un mensaje claro: “A esto se le llama servicio
público, que no privilegio. En un Estado aconfesional, que no laico. Iglesia de
todos, que no Iglesias excluyente. Fe catódica. Y católica”. Con leves matices,
esta doctrina compacta se repitió en otros medios, poniendo más en claro el
mensaje de Rajoy para su aparente provisionalidad. Buen aviso para los más
ansiosos de “dialogar”, quienes deberán admitir la posibilidad de ser acusados
de no querer “dialogar” ni “pactar” si no se avienen a continuar donde estamos,
discretamente autosatisfechos y
encantados por el feliz
inmovilismo logrado. A la vista de lo
que dio de
sí el debate de la estiba, en contra del decreto que tenía preparado el
Gobierno, Antón Saracíbar llamaba el pasado día 22 a que las opciones
progresistas aunaran sus fuerzas en la dirección de dar más presencia a la
socialdemocracia y a los sindicatos; pero era muy consciente del desequilibrio
y problemas internos que tienen esas fuerzas,
”muy desequilibradas en el actual contexto político y social”.
En consecuencia, a la luz de las provisionalidades existentes, tomen
nota cuantos cifren sus esperanzas de mejora del sistema educativo en que la Subcomisión para el Pacto Social y Político
llegue a un consenso concordante con las cotas equitativas de deseable
“felicidad” colectiva. Lo que cabe leer en
los mensajes que se emiten desde Moncloa es que la estrategia de amagar
y no ceder es la más idónea para sacar partido a su posicionamiento inicial
respecto a la LOMCE y sus variaciones. Todo el arte de este “diálogo” consiste
en que se acepte su monólogo o no hay nada que hacer. Quien quiera dialogar
poniendo sobre la mesa cuestiones relevantes que distorsionen la construcción
de un espacio público democrático en Educación, sin ningún tipo de exclusión y
con equidad en la distribución de las cargas y beneficios de la sociedad, será
acusado de obstruccionista. Puede que los apelativos se queden cortos en la medida que crezca la reticencia a este feliz
modo de “dialogar”.
Emancipaciones
En nuestra particular singladura nacional en pos de “la felicidad”
se vende como un milagro el éxito creciente de “la mano invisible” del mercado
en nuestros asuntos educativos y sanitarios. Sucede especialmente en
Comunidades autonómicas como la madrileña, precoz en combinar proteccionismo y
librecambio en contra de la enseñanza pública.
Lo estúpido sería que, en nombre de “la felicidad” que esta praxis
genera para unos pocos, el resto callara
cuando, en la conducción de esta nave, tenemos cada vez más náufragos y
disminuyen los navegantes. Ahora que también la
Andalucía de Susana Díaz parece decantarse por la “liberalización”
educativa, merece la pena recordar lo que, a propósito de la colonización de su
tierra, Eduardo Galeano decía en
Las venas abiertas de América latina (1971): “gracias al sacrificio de los
esclavos del Caribe, nacieron la máquina de Watt y los cañones de Washington”. ¿A
quién beneficia hoy tanto sacrificio de unos y tanto morro de otros?
La coyuntura parece favorable a que un Rajoy bajo apariencia
mutante siga enmascarando privilegios de algunos con arreglos que prolongan los
problemas de la mayoría ciudadana. Su particular “populismo” trata, sin
embargo, de proseguir, sin inmutarse, su forma de pilotar este barco con la
aguja de marear de la anterior legislatura. Nadie parece haberle indicado que la
apariencia de resignación de los no contabilizados en las proyecciones
demoscópicas es poco fiable, ni que las ansias de emancipación de cuantos
descubren que les roban la posibilidad de soñar su felicidad es impredecible.
Veremos…
Manuel Menor Currás
Madrid, 24.03.2017
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