Definir qué hacer con
el Salón de Reinos –del antiguo Palacio del Buen Retiro- es un reto. La exposición “Arte
transparente”, un buen presagio del nuevo Prado definitivo.
Casi han pasado 200 años desde que el actualmente
llamado Museo Nacional del Prado abriera
sus puertas. Pronto se celebrará su segundo Centenario. Para recordarlo, oportunamente,
y recordarnos que debemos recordarlo, en cuestión de días hemos visto dos actos
relativamente complementarios. Por un lado, una pequeña pero intensa exposición
que llama la atención sobre el preciado “Tesoro del Delfín” y, por otro, un
acto todavía más protocolario que efectivo de la cesión definitiva del que
fuera hasta no hace mucho lugar de ubicación del Museo del Ejército.
Salón de Reinos
Hasta hace diez años, el que fuera Salón de Reinos en el gobierno de Felipe IV, había albergado
diverso tipo de recuerdos y objetos de carácter bélico durante 150 años, sin
que perdiera su estructura original. Había servido para albergar las
principales fiestas regias y como salón del trono cuando el Palacio del Rey
formaba parte del Buen Retiro. Ese vestigio de la monarquía austríaca fue el
sitio original en que estuvieron colgados al menos seis cuadros de Velázquez,
entre los que destaca “La rendición de Breda”. El pasado 22 de octubre,
representantes de Cultura y Hacienda cumplimentaron los acuerdos de cesión
definitiva al dominio del Museo del Prado
de este amplio resto de aquel Palacio. Cinco días más tarde, en la
primera sesión plenaria del Real Patronato del Museo se acordó que, antes de
que finalizara el año, se convocaría un concurso internacional de ideas para la
redacción de un proyecto de rehabilitación y adecuación museística de este
Salón de Reinos. Habrá que esperar a
2019 para ver si la celebración del Bicentenario del Prado puede celebrarse con
la efectiva adaptación de este conjunto a la ampliación todavía inconclusa de
las instalaciones que la pinacoteca española más notable necesita para estar al
ritmo y nivel que los tiempos actuales están exigiendo de todos los museos
importantes del mundo. Corría 1995 cuando, al fin, se logró que este Museo
saliera de la estrechez de miras en que
estaba encorsetado. Un plan de acción y modernización consensuado
facilitó que pudiera tener vida propia y cumplir más adecuadamente su papel
social. Hoy, afortunadamente, aquella
hoja de ruta está cumplida en gran medida. Queda ahora completarla con la nueva
dotación de espacio y que aquel proyecto de hace 20 años pueda ser evaluado
fehacientemente para ver qué falta y qué sobra en las funciones que debe
cumplir. Es un tiempo ya razonablemente amplio para pararse a comprobar si
mereció la pena, y el momento del Centenario proporcionará una ocasión óptima
para llevarla a cabo.
El Tesoro del Delfín
Como toda institución, los museos hablan y dicen cosas de uno
u otro modo. Lo dicen con lo que hacen y, también, con lo que dicen que hacen.
Los catálogos y exposiciones a que dedican tiempo y esfuerzo son los mejores
modos de oír qué nos dice un museo acerca de sí mismo. En este sentido, entre
los varios acontecimientos últimos de carácter puntual que están teniendo
lugar, la llamada de atención sobre algunos cuadros que se han expuesto
recientemente –por ejemplo el San Pedro penitente, de Murillo, perteneciente a Los Venerables de Sevilla- vuelve a hablar
de la categoría internacional que El Prado está confirmando en cuanto a
trabajos de restauración y documentación artística. Hay, de todos modos, estos
días –hasta el 10 de enero- una exposición peculiar que no gira directamente en
torno a las artes dominantes en este museo, y que lleva por título: “Arte transparente: la talla del cristal en el
Renacimiento milanés”. Esta cita museográfica es un pretexto magnífico para
hablar de sí mismo, y de un patrimonio que ha estado más bien alejado de la
ruta habitual de los visitantes. El “Tesoro del Delfín”, herencia de Felipe V
de parte de su abuelo Luis XIV de Francia, había estado hasta ahora en el piso
bajo del edificio de Villanueva, en una zona de especial protección a causa del
tipo de piezas, su tamaño y la cotización que han tenido entre los
coleccionistas. En la redistribución de los materiales expositivos del museo,
entra ahora resituar esa magnífica colección en una zona próxima a la entrada
de la puerta de Goya donde, a buen seguro, será pronto objeto de atención
relevante del público. Este proyecto inmediato ha llevado a que esta exposición
de “arte transparente” sea un adelanto de indudable interés. Primero, para que
sea más visible este preciado material que tiene el museo, para muchos inadvertido.
Y segundo, porque presagia que la presentación futura del mismo será capaz de
mantener una buena conversación con los visitantes, al hacerse palpable su alto
valor y muy agradable la visita.
La presente exposición es un anticipo de lo que será la
nueva sala que albergará el Tesoro. Para muchos será un buen descubrimiento, no
sólo por tratarse de algo distinto de lo más principal del Prado, la pintura de
“la escuela española”. También porque, como tal exposición, tiene en su
brevedad incitadora, dos cualidades de muy buen nivel. En primer lugar, una
gran contextualización complementaria de materiales documentales que permiten
una lectura muy certera de la capacidad expresiva que pueden tener estos
materiales ricos por su valor intrínseco a los que se les ha añadido un
magnífico trabajo artesano. El gusto y la riqueza se dan la mano en trabajos
como estos para fortalecer un medio de distinción sólo al alcance de muy pocos.
Los temas decorativos –en sintonía con los que priman en el renacimiento de los
grandes temas clásicos- son una ocasión
más de demostración. Y en segundo lugar, el trabajo estrictamente expositivo de
la muestra, que permite que esa lectura pueda ser hecha con gran placer. Por la
disposición de las vitrinas, la luminotecnia rasante que permite destacar mejor
el tallado de las piezas, y por el fondo en que se enmarca: la pequeña sala
elegida, en la zona de los Jerónimos, semeja en este momento un pequeño joyero
con el “Tesoro del Delfín”. En su ubicación definitiva, lucirá en todo su
esplendor.
Hacia el “Campus” del
Prado
Quedan tres años para el Bicentenario y, a medida que se vaya
acercando, probablemente el Prado acabe mostrando nuevas facetas de renovado
interés y, ojalá, de creciente
atractivo. No será la menor la que permita ver en 2019 la calidad urbanística
que cobra todo el entorno, al combinarse el edificio de Villanueva y Patio de
los Jerónimos con el Casón del Buen Retiro y con este Salón de Reinos que habrá
que dotar de contenidos. El valor de este “campus del Prado” será duradero en
la medida en que sepa conjuntar funciones complementarias que no dejen de lado
qué deba ser un museo del siglo XXI
Manuel Menor Currás
Madrid, 02/11/2015
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