Ahora que nos llegarán refugiados
–inmigrantes en definitiva-, urge revisar qué hemos hecho hasta ahora y qué
debemos hacer para desprejuiciar a nuestros adolescentes.
Ser
alumnos aplicados tiene ventajas e inconvenientes. Entre aquellas, que no te
den la tosta a todas horas. Y entre estos, no es el menor tener que estar
rectificando y modulando las respuestas más adecuadas al constante cambio de
preguntas y cuestiones que te imponen. Se puede caer en la ficción más alocada.
Valga como ejemplo el cambio de reacciones que han ritmado las secuencias de
refugiados desde este verano. De la rácana capacidad receptora de los primeros momentos, al cambio de onda
que ha requerido Alemania, hay un trecho. Y más que habrá, a tenor de lo que
está dando de sí la creciente complejidad del asunto, lo que seguirá dando pie
a la más estricta ambigüedad y reticencia reaccionaria, entre otras muchas
modalidades de respuesta de los seres humanos, afortunadamente más
responsables.
El cálculo
oportunista
Por
sí mismo, este devaneo inconstante e inconsistente ya es muy educativo. Nos
acerca a las actitudes más apropiadas para que aprendamos a ser calculadores en
todas las direcciones de nuestra vida, incluidas las que podamos haber
cultivado hacia la pasividad o la indiferencia en naderías tales como para qué
y para quiénes tenemos a nuestros representantes políticos, en nombre de qué o
de quiénes deciden unas u otras cosas, a qué razones o intereses sirven de
verdad, qué sentido dan a eso del bien común y, al final, por qué hay tanto
contraste entre lo que parlotean y lo que de verdad hacen…. En fin, educación
moral, política, ética, estética y económica como al desgaire, en dosis bien
controladas. Antes de que nos decidamos a elegir a unos o a otros…o a nadie,
según se nos atragante tanto adoctrinamiento.
Ahí
está otro ejemplo que, desde hace unos días ha saltado a la prensa y que se veía
venir de tiempo atrás por dónde iba: la asignatura de Religión en Bachillerato. Del año pasado a este, según
han averiguado distintas organizaciones, en la Comunidad de Madrid ha crecido
en un 150% su demanda. Y, según explican, no porque la juventud de 18 años
tenga de repente más fe religiosa o se esté haciendo más practicante, sino porque,
de este modo, puede garantizar mejor calificación media para la nota que les dé
acceso a la Universidad. Pura LOMCE y sentido oportunista: con desprestigio de
las demás áreas y profesores y, sobre todo, del rigor metodológico y cognitivo
que deba tener el sistema educativo. Da igual: no hay bien general. Todo bien
es cambiante según el lobby
preponderante, como tantas otras veces en una muy larga historia del dominio y
sus trucos..
A propósito de
refugiados
Muy
inquietante está siendo, en todo caso, la superficialidad con que “los refugiados”
están siendo tratados en nuestros medios. Sólo hay ahora “unos refugiados”, los
de la peregrinación que no cesa entre Turquía y Alemania, con sucesivos parones
en Turquía primero y, sucesivamente, en Grecia y a través del antiguo espacio
austrohúngaro hasta Alemania. Buen momento para aprender Geografía del espacio Shemgen,
pero malo para aprender Humanidad. Y en España, estupendo para la desmemoria.
La de nuestras propias emigraciones y exilios y, todavía peor, la de nuestra
extraña manera de pasar de unas escenas a otras en una película fantasmagórica,
cuando hubo un tiempo, y no lejano, en que querían que estuviéramos felices
porque no éramos xenófobos como otros. Éramos mucho más emigrantes que
receptores de inmigración, y pronto pasamos a ser un país relativamente
acogedor. Pero con un reparto de la
inclusión educativa, por ejemplo, muy apropiado para que la guetización fuera
aceptable para la gente bien. Los centros públicos sirvieron -sobre todo desde los años 90- para
concentrar a más del 70% de los hijos de la inmigración.
Eso como media general, pues aulas había –en las áreas de más intensa llegada
de extranjeros- en que se superaba el 90%, con pluralísimas diversidades de
procedencia y sin más apoyo que la buena disposición que tuviera el profesor de
turno. Y, casi sin transición, en los últimos tiempos la movilidad se ha hecho mucho
más compleja. Sin dejar de ver gente que intenta llegar en cayuco o saltar la
valla de Ceuta y muchos de los que habían venido han regresado, muchos de nuestros
propios jóvenes tratan de abrirse camino donde sea y con empleos que nada tienen
que ver con lo que hayan podido estudiar… Contrastes muy rápidos de un mundo
cambiante, nada parecido a aquella época en que nos decían que no éramos
xenófobos. Probablemente para que no nos enteráramos de nuestra propia
historia.
Y de la xenofobia,
¿qué?
A
contrapelo de lo que ahora se empeñan en enseñarnos con “el crecimiento”, son
muchos los que contradicen perspectiva
tan halagüeña, y tan cultivada justo cuando los telediarios nos muestran, a
nuestra feliz hora de comer, el desastre humanitario. Todas las organizaciones
humanitarias independientes están diciendo -de tiempo atrás- que está creciendo
la desigualdad en España a marchas forzadas. Las diferencias entre los que
tienen y los que no ya son tales que, el último cartel de Save the Children dice en las vallas publicitarias
que “uno de cada tres niños está en riesgo de pobreza y de exclusión”. Y ya se
sabe que, donde hay desestructuración social, hay más riesgo de odio y
xenofobia. Por mucho que nos pregonen las maravillas del progreso feliz…, las limitadoras
oposiciones socioeconómicas generan todo tipo de violencias, incluidas las
violencias de género, las violencias en los centros docentes... las
microviolencias cotidianas.
Existen,
por otra parte, muy buenos análisis de los prejuicios de que, por ejemplo, dan
muestra nuestros alumnos de Secundaria -un claro exponente de los que
existen en otros muchos estratos de nuestra sociedad. Las prospectivas
estadísticas del CIS y del Consejo de Europa a lo largo de los últimos años lo
confirman. Por consiguiente, ahora en que nos llegarán más refugiados
–inmigrantes en definitiva-, urge revisar qué hayamos hecho o no en nuestro
entorno educativo y, de paso, no cejar en
des-educar a nuestros adolescentes de multitud de prejuicios que tienen
muy bien aprendidos de los mayores y del entorno. Se los hemos enseñado como
forma de reacción frente al diferente -el otro- y frente a cualquiera que ansíe
–por cualquier necesidad o por mera humanidad- compartir algo de nuestro
espacio en una tierra que, teóricamente, decimos que es de todos.
¿El “espacio vital”
de quién?
Hablamos
de geopolítica cotidiana de andar por casa y por las aceras de nuestras
ciudades y aldeas, pero el “espacio vital” fue pretexto de la Segunda Guerra
mundial, y de sus más de 50 millones de muertos. El “espacio vital” fue terreno
abonado para los litigios interminables en los minifundios gallegos…Y el “espacio
vital” de la corta distancia, como relató John Berger en King, una historia de la calle (Alfaguara, 2000), es el origen de
graves desavenencias entre humanos. Y también de eso se trata cuando de
des-educar hablamos. De desocupar las neuronas y sus sinapsis -invadidas por egocentrismos
viscerales, identidades irredentas y adjetivos posesivos-, y que las colonice
la empatía y la solidaridad generosa
hacia nuestros prójimos.
Como
no nos demos prisa, volverá a estar bien visto -y no sólo en privado-, que
cunda y se multiplique, al compás de la distribución por Europa de los
refugiados que tenga a bien hacer Bruselas, el ensimismado entusiasmo por que “nos
están invadiendo”, “ocupan nuestros trabajos”, “se llevan nuestras ayudas
sociales”, “viven a costa nuestra”, “nos traen problemas”, “son delincuentes”,
“corremos riesgos yihadistas”… Y hasta volveremos a oír
aquello de que “nos bajan el nivel educativo”.
Nuestros
adolescentes y jóvenes son más frágiles que nosotros. Y a los adultos, en una
sociedad siempre competitiva, nunca nos ha sido fácil asumir con dignidad
nuestra condición de seres limitados y temerosos. De ahí los constantes
complejos de superioridad y diferencia frente a cuantos nos rodean,
especialmente si los notamos débiles. Nos gustan los espejismos, capaces de
ilusionarnos en vano de que todo va bien y que somos los reyes del mambo. Sin
duda hay gente maravillosa, pero también demasiado fantasma aprovechado. Si lo de “la recuperación” va tan bien ¡qué
felicidad!. Que tengamos el índice de desigualdad más alto de Europa y que,
además, siga ensanchándose la asimetría social, será una engañifa de
oportunistas desaprensivos. Pues ahí
está igualmente –en consonancia, por supuesto- ese otro espejismo de la
implantación de la LOMCE y su “mejora de la calidad educativa”, creciente a
medida que se vaya implantando… ¡Qué bien!
¿De qué mejora educativa hablan cuando a lo que ya han reducido el
presupuesto han de añadírsele otros 5.666 millones en este 2015 que se avecina?
¿Y por qué le ha tocado la china a la educación pública en este pronunciado
recorte que, del 5,1% que suponía en el
PIB hace cuatro años, todavía no hemos tocado fondo y seguirá bajando hasta el 3,7%?
La
verdad es que ir de alumnos aventajados es un lío: prefieren estar callados y
decretar a su bola, sin explicaciones porque dicen que no les entendemos. Están bajando los recursos educativos hasta el
presupuesto (PGE) anterior a 1990 -cuando ni había LOGSE todavía, ni ciclos
formativos, ni otras muchas prestaciones que se fueron añadiendo a trancas y
barrancas- y, sin más, quieren que aceptemos que así se “mejora la educación”.
Como en los espejismos de cuento, el
final tendría que ser feliz y se quedarían contentos. Ensimismados están y no
se enteran de que fuerzan mucho la narración, obligándonos a sobrentender que
todo mejora si le va mejor a unos pocos chiringuitos. Si somos buenos lectores, nos tocará calificar este embeleco como puro y duro
prejuicio. Interesado en otra cosa y no, desde luego, en que el bien general
sea prevalente en lo que a inversión social se refiere.
Manuel Menor Currás
Madrid, 18/09/2015
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