Los hechos son más tozudos que los discursos. Mientras Rajoy, rodeado de empresarios, nos vende que la crisis ya es historia, nos enteramos que otros 42.685 españoles tuvieron que emigrar en el primer semestre de 2014. A veces lo próximo y concreto es reflejo de lo más general. Podríamos empezar con los datos del 53% de paro juvenil, los 173.281 exiliados económicos –la mayoría jóvenes- que han abandonado el país en los últimos dos años y medio, las dificultades para acceder a una vivienda digna o cómo afecta la pobreza a determinados segmentos de edad. Pero son datos más o menos conocidos. La percepción que existe en la sociedad de los problemas se expresa de forma más precisa y más profunda a la vez.
Pasas la típica encuesta de comienzo de curso en la tutoría de un 4º de la ESO y en las últimas preguntas aparecen: ¿qué quieres estudiar? y ¿cómo te ves dentro de veinte años? Las respuestas sobrecogen por dos razones. Por un lado, porque el nivel de expectativas del alumnado se ha reducido notablemente. Si quitamos las fantasías de ser futbolista, equivalente a la de ser astronauta, aparece más que nunca el deseo de estudiar ciclos formativos y la renuncia de muchos alumnos a ir a la universidad ¿Es por la crisis y la difícil situación social o por la brutal subida de tasas y la reducción de becas? Efectivamente, cuando muchas familias no tienen ni para libros ¿cómo se van a plantear que sus hijos lleguen a la universidad? Bien es verdad que mi centro está en un barrio obrero del sureste de Madrid, pero esto no se veía desde hace mucho tiempo.
Aún es más preocupante la respuesta sobre su futuro. Porque o bien no existe (“no sé”) o de forma muy mayoritaria lo imaginan fuera de España, en países europeos, en América… La conclusión es clara: no dan un euro por su país, no se creen ningún discurso sobre la recuperación y solo vislumbran un horizonte de paro y precariedad. Incluso de dificultades para construir una familia cuando escuchan a la lenguaraz presidenta del Círculo de Empresarios que nunca contrataría a una mujer que pudiera quedarse embarazada.
Después de esta pequeña experiencia te quedas de piedra cuando lees que 6 de cada 10 jóvenes españoles se quieren ir fuera del país. Efectivamente, según una encuesta europea reciente tienen tal pesimismo sobre su futuro laboral que consideran que van a vivir peor que sus padres. La total desconfianza hacia su país no es extraña. Pero no solo por los datos objetivos de paro, precariedad y subempleo, sino por la ausencia de políticas europeas, gubernamentales y empresariales para combatirlos. ¿Cómo puede creer en el futuro si oyen decir a Merkel:“Europa no es ahora tierra de futuro” ; al presidente de la gran patronal CEOE que le gustaría que los jóvenes no emigrasen pero “es lo que hay” ; si consideran patético el alborozo de Rajoy porque el paro baja en 14.000 personas en el último mes (reducción del 0,3%); si escuchan que los expertos pronostican que España tardará 25 años en recuperar el empleo anterior a la crisis.
Otro drama de esta generación es que tienen disparadas sus expectativas de consumo sin ninguna correspondencia con sus posibilidades. Lo dice muy bien El Roto con su demoledora crítica al capitalismo y a la sociedad de consumo: “¡Tanto para elegir y no tener con qué!”. La falta de confianza hacia el futuro, las instituciones y los gestores del país hace que la desmoralización sea total y puede ser caldo de cultivo de muchas cosas.
Es malo que te nieguen el pan y te quiten la cultura, peor es aún que te roben los sueños. La cuestión no es que los jóvenes no tengan futuro, el problema es que este país no tiene futuro si sigue en las mismas manos. Cuando se cierran esperanzas de manera tan escandalosa a más de la mitad de los jóvenes y a muchos millones de ciudadanos españoles, estamos hablando de un Estado fallido incapaz de asegurar el futuro y el bienestar a su población. Y este es el fracaso mayor del régimen del 78, de su constitución y del espíritu del 82. Su clase política y empresarial debería de pedir perdón por su incompetencia, por olvidarse de gobernar y gestionar el país al servicio de la mayoría social. Por eso, aunque nos digan que estamos muy bien, aunque no nos lo creamos, y que los demás son peores, nada salvará al PP de estrellarse. Por eso no se puede fallar en el proyecto de cambio político que este país necesita urgentemente.
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